El cáncer no es un problema reciente en los seres vivos, sino que se trata de algo tan antiguo como la vida multicelular misma. A diferencia de otras enfermedades, está arraigado en nuestra más íntima naturaleza. Los seres humanos llevamos batallando contra este enemigo desde la antigüedad, y aun así, todavía no somos capaces de erradicarlo.
Cuando a un familiar o a un amigo nuestro le diagnostican un cáncer, el mundo se nos viene abajo, nuestros valores se descolocan, nuestras emociones estallan y posiblemente nuestra cabeza buscará razones inexistentes que nos expliquen por qué le ha tocado precisamente a esta persona sufrir la enfermedad. Pero hay una cosa que seguro que debemos, podemos y sabemos hacer, y se resume en un solo verbo: acompañar.
Octubre es un mes que significa mucho para mí y es el mes en el que celebro que estoy viva. Hace dos años, me dieron la demoledora noticia de que tenía cáncer de mama. Casualmente, en octubre se celebra el Día Mundial del Cáncer de Mama, y, entre la recaudación de fondos y las campañas de concienciación, mi historia y mi experiencia están más presentes que nunca.
A mí, el cáncer de mama me dejó estar al margen, me sacó de la rutina en la que todos estamos sin parar de quejarnos..., y me permitió respirar, observar, oír a mi cuerpo, pararme a ver las cosas lentamente..., sentirlo todo mucho más. Y viendo los toros desde la barrera aprendí mucho. Muchísimo.