Llevar un filósofo en las listas es la última moda en la temporada primavera-verano de elecciones. Queda ideal, quizá por aquello de que los filósofos son intelectuales acostumbrados a pensar, un hábito que la sociedad considera poco arraigada entre los políticos. Tiene mérito que los filósofos acepten los cantos de sirena de los partidos cuando saben cómo a Platón le acabó vendiendo como esclavo el tirano de Siracusa al que había ido a instruir sobre las buenas prácticas políticas, o cómo Séneca se suicidó tras ser condenado a muerte por Nerón.