A nadie se le escapa que buena parte de las festividades nacionales tienen una dimensión intrínsecamente violenta. Los procesos de independencia, unificación o revolución suelen ir asociados a guerras, conflictos y represión. Subyace a la idea de su conmemoración que la violencia es necesaria, inevitable si cabe, para materializar una idea superior o construir un ente colectivo, también superior.