Más allá de las cifras y su maquillaje, las descomunales inversiones, el dudoso impacto benéfico en la imagen y la economía de una ciudad y de un país, los Juegos Olímpicos están bañados de un intangible emocional cuyo valor no se ajusta a las tablas excel. Una cita olímpica ejercería como tónico reconstituyente para la moral colectiva, y aunque la crisis económica, social, institucional y política que atravesamos no se cura con fórmulas mágicas, un buen chute de ilusión y energía ayuda a cualquier enfermo a afrontar su recuperación.