La conectividad global se perfila como palanca para alcanzar el desarrollo sostenible y reducir la desigualdad económica entre personas y países, pero la acción pública generalizada para proporcionar a todos los seres humanos acceso a Internet está lejos de ser una opción globalmente viable. Sin embargo, el precio que pagar para cerrar la brecha digital a veces puede salir bien caro.
¿Sabías que tu teléfono móvil inteligente tiene más capacidad de memoria que el Apolo 11, vehículo en el cual por primera vez en la historia, el hombre llegó a la Luna? Sin duda, la tecnología digital ha cambiado de manera radical el mundo que nos rodea. Nuestras vidas no pueden imaginarse si no están de una forma u otra en línea.
Las mujeres no pueden permitirse quedar fuera de uno de los cambios empresariales más importantes que se van a producir en los próximos años con la digitalización de nuestra economía. Hacerlo significaría añadir un nuevo techo de cristal. Echar a perder los lentos avances que hemos conseguido en las últimas décadas, únicamente por una cuestión de cualificación y de falta de previsión. Y esto incide de manera directa en la empleabilidad.
Me di cuenta en una charla sobre la brecha digital de la prepotencia y la manía de mirar abajo: pensamos que el torpe estará siempre por debajo de nosotros, endiosamiento puro. Y no, el analfabeto digital está por encima, son las instituciones, son nuestros temerosos jefes que nos limitan Internet en las consultas por si perdemos el tiempo, son directivos que no entienden de transparencia y transversalidad.
Las ciudades son una creación de suma inteligencia; hablar de ciudades inteligentes es, por tanto, una redundancia. La Smart City puede que sea el concepto de moda en el urbanismo, especialmente en nuestro país, pero no deja de ser una idea pasajera que, como algunos ya han dicho, puede ser muy útil para abrir un nuevo campo de negocio para empresas tecnológicas, pero que no contribuirá a hacer mejores ciudades.
La información está ahí, debemos diagnosticar con sabiduría, pero sobre todo deberemos recetar recursos que hoy día están en Internet, los tienen a mano. Recetemos enlaces, encaucemos esa necesidad de información de los jóvenes hacia sitios adecuados y provechosos para ellos, en su idioma, con sus preocupaciones, sin dogmas y sin apadrinar, como profesionales.