El equipo catalán sigue sin encontrar la fórmula. No es un equipo creíble. Gana, sí, pero no consigue dominar el juego con la profundidad que un aspirante a todo requiere. A veces se disfraza del Madrid de los últimos años y golpea a los espacios, en ocasiones se defiende a balonazos como si la pelota no fuera con él, y cuando puede, rememora la sintonía del sextete con un vals en el medio campo.