Un papa que lee a Borges (en español)
Bergoglio parece un papa fuerte, capaz de afrontar los múltiples retos a los que se enfrenta la Iglesia Católica en un mundo global, que además de los problemas de fondo exige celebrities capaces de arrastrar masas desde la televisión y las redes sociales; en ese aspecto, Francisco I tiene un perfil infinitamente más cercano al papa rock star Wojtyla que al oscuro e intelectual Ratzinger.
Jorge Luis Borges, El poema de los Dones
Francis, Francesco, François, Francisco: por unos instantes, pensé que el nombre era un tributo a San Francisco de Asís, ese santo que conmueve incluso a los más acérrimos ateos: poeta, austero hasta hacer de la pobreza una bandera, amante de los animales y la naturaleza, cómplice de Santa Clara...
Pero el único franciscano en el cónclave era el arzobispo de Boston Sean O´Malley, el hombre que vendió la mansión de estilo renacentista que albergó a sus antecesores para indemnizar a las víctimas de abusos sexuales de su archidiócesis. Y Jorge Bergoglio es jesuita, así que el nombre rinde homenaje al cofundador de la Compañía de Jesús, San Francisco Javier, el apuesto noble navarro que dejó la vida divertida de universitario en París para dejarse la vida en el empeño por evangelizar Asia.
Jorge Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, toma mate o ristretto, según cuadre; admira a Borges y a Dostoievsky; camina mucho y viaja en metro o en autobús; es hincha del San Lorenzo de Almagro, y disfruta con el tango.
"Él es el cambio, él sí puede llevar a cabo la renovación que necesita la Iglesia", decía emocionada una colaboradora suya apenas anunciada la noticia.
Veremos. De momento, el hecho de ser el primer Obispo de Roma que proviene de América le da una perspectiva y una sensibilidad única para entender los nuevos retos del mundo; sus ardientes discursos contra la pobreza, la desigualdad, la corrupción y los abusos del sistema que siempre carga en los más débiles le otorgan una autoridad moral imprescindible en estos momentos. Dicen quienes le conocen que, a su capacidad intelectual y a su buen humor -del que dio algunos trazos en sus primeras palabras- suma una capacidad de gestión y de liderazgo de la que carecía Joseph Ratzinger: Beroglio ha pasado de ser su rival en el anterior concilio a su sucesor. De hecho, le toca ahora ejercer un papado inédito, con otro papa vivo: emérito, pero vivo, con todas las incógnitas que esta extraña cohabitación despierta. Así que, dicen, no le falta habilidad para convertirse en CEO de esa gran multinacional que es la Iglesia Católica, como tampoco carece de las dotes que se esperan de un líder espiritual.
Es un furibundo antiabortista y ha clamado contra el matrimonio homosexual: resulta poco realista pensar que el colegio cardenalicio hubiera apostado por algo diferente. Pero un papa latinoamericano, un papa que habla español -en vez del latín que Benedicto XVI recuperó en las misas- es una potente señal en un continente que es ya la reserva espiritual del catolicismo, con 480 millones de fieles -cifra del Vaticano, a la que hay que restar un buen número de no practicantes, cuando no abiertamente disidentes del dogma y la jerarquía-, de quienes se nutren buena parte de las languidecientes órdenes y conventos españoles.
Bergoglio parece un papa fuerte, capaz de afrontar los múltiples retos a los que se enfrenta la Iglesia Católica en un mundo global, que además de los problemas de fondo exige celebrities capaces de arrastrar masas desde la televisión y las redes sociales; en ese aspecto, Francisco I tiene un perfil infinitamente más cercano al papa rock star Wojtyla que al oscuro e intelectual Ratzinger.
La monja dominica sor Lucía Caram, argentina y culé -"dicen que soy una monja inquieta e inquietante", se define en su perfil de twitter @sorluciacaram-, daba la bienvenida a Bergoglio disculpando su tibio pasado frente a la dictadura argentina -"tuvo un cambio, como monseñor Romero"-, anunciando un varapalo "a todos los que esperaban un papa de la vieja guardia", y augurando que con Bergoglio "el cambio ha llegado".
A los 76 años, no es un papa joven que amenace al Vaticano con un poder infalible durante décadas, pero tampoco tan mayor ni tan débil que aparezca como un papa manejable. Dicen que suplicó a sus colegas cardenales que no le nombraran a él en el anterior cónclave. Ahora no ha querido, o no ha podido, rechazar el papado; veremos si el obispado de Roma decanta lo más prometedor de su figura o lo diluye: en sus manos está el libro, o la noche.