Rajoy y el espíritu del mejillón
Fui una de los 4,3 millones de españoles que vio el miércoles el masaje profundo con aroma a flores de Bach que Bertín Osborne le proporcionó a Mariano Rajoy en el tresillo de su casa. Árnica para el alma atribulada de un presidente que tiene muchas cosas de las que ocuparse, y por eso no acude a los debates políticos con sus grandes rivales para el 20-D.
Fui una de los 4,3 millones de españoles que vio el miércoles el masaje profundo con aroma a flores de Bach que Bertín Osborne le proporcionó a Mariano Rajoy en el tresillo de su casa. Árnica para el alma atribulada de un presidente que tiene muchas cosas de las que ocuparse, y por eso no acude a los debates políticos con sus grandes rivales para el 20-D.
Visto desde la lógica mariana, es razonable que no quiera entrar en el cuerpo a cuerpo, no vaya a ser que salga con un ojo morado. El estilo Rajoy casa mal con estos tiempos de políticos postmodernos, eléctricos, bregados en la polémica, en el robo del turno de palabra, hábiles con los pellizcos a traición. Rajoy apuesta por lo hiperprevisible, por el anticlímax, aunque resulte soporífero: era como contemplar la vida de uno de esos mejillones que se zampó con su solícito anfitrión. No tengan ninguna duda de que esta aparente torpeza puede ser una estrategia eficaz: la encuesta del CIS que acabamos de conocer revela que un 41,6% de los que acudirán a las urnas el 20-D no tiene decidido aún su voto. Entre ellos, cuenten con buen porcentaje de ciudadanos desconcertados por lo nuevo y nostálgicos de las viejas esencias, lo seguro, lo inmutable.
Ahí es donde Rajoy es imbatible. Bien acompasado por las palmas de un presentador que le reía no ya las gracias, sino las frases más huecas, el presidente se quitó la corbata y jugó a resaltar su imagen de hombre tranquilo, soso, familiar y sensato, que se codea con obamas y con 'el chino' (sic), que lleva con resignación las críticas y que enumera con entusiasmo los pueblos de España, '¡lo mejor de la política, Bertín!'. Un tipo cuyo mayor acto de rebeldía fue viajar a Ibiza en autoestop a pesar de la desaprobación de su padre. Como solemnizador de lo obvio, no tiene rival: suelta algún '¡coño!' sin acritud y le encanta vivir en Moncloa. Cuando Bertín le preguntó, bajando la voz y con extrema delicadeza: '¿Cómo has vivido, presidente, esto de la corrupción?', respondió: `Con dolor, Bertín, con mucho dolor. Nos ha hecho mucho daño'. Daban ganas de traspasar el plasma para abrazarle, para consolarle.
Mariano Rajoy es alérgico al postureo, y hay que agradecérselo. Si hay que bailar o subirse en globo, que vaya Soraya: él no está para chorradas. Menos si TVE puede ofrecerle una charleta de sofá, culminada con la emoción loca de una partida de futbolín (se preparó para ella, dijo, durante un mes). Un bochorno para cualquier televisión pública que se precie, aunque consiga un share espectacular. Su alma killer -¿alguien duda a estas alturas de que la tiene?- quedó disimulada por los algodones, y las bromas sobre la galleguidad: un bálsamo para quienes se sienten intranquilos por los nuevos vientos que recorren el país.
Arranca la campaña: a 16 días de la cita con las urnas, con la marmita ardiendo de Cataluña y ante unas elecciones que pueden -y deben- cambiar el curso de la política tal y como la conocemos, Mariano Rajoy renunció en la televisión de todos los españoles a desplegar una sola idea estimulante. Mejor no arriesgar. Mejor el espíritu del mejillón.