Cómo detectar y actuar ante el acoso escolar
El acoso escolar hace acto de presencia alrededor de los 13 años, con la adolescencia. Aunque siempre ha existido, hoy en día los menores están expuestos a nuevas tecnologías con contenidos inapropiados, para los cuales no están preparados. Recordemos que los niños lo absorben todo: lo bueno y lo malo.
El acoso escolar (bullying) hace acto de presencia alrededor de los 13 años, con la llegada de la adolescencia. Aunque siempre ha existido, hoy en día los menores están expuestos a medios de comunicación y nuevas tecnologías con contenidos demasiadas veces inapropiados, para los cuales no están preparados. Esta información adulta e inconveniente les influye negativamente. Recordemos que los niños lo absorben todo: lo bueno y lo malo. Carecen de madurez y empatía para darse cuenta de cómo se puede sentir un compañero.
Por otra parte, las redes sociales se han convertido rápidamente en el medio perfecto para el acoso llamado cyberbullying, o acoso cibernético: los menores pueden enviar mensajes y publicar información ofensiva sin ningún tipo de control, e incluso de forma anónima.
Por eso, aunque antes ni siquiera lo llamábamos "acoso", ahora es un fenómeno más visible, porque los padres, medios de comunicación y sociedad en general están más sensibilizados y lo ponen de manifiesto.
Tipos de bullying
Hay dos categorías: directo e indirecto. El primero se da más entre niños, con peleas y agresiones físicas. El acoso indirecto es más habitual entre niñas, a partir de la preadolescencia. Este último es más sutil y quizá por ello más mezquino, ya que persigue el aislamiento social, cercar a la víctima mediante estrategias como la difusión rumores falsos, rechazo de contacto social, amenazas a los amigos, críticas de la persona aludiendo a sus rasgos físicos, grupo social, forma de vestir, religión, raza, discapacidad o defectos...
El bullying se manifiesta de diferentes formas:
Físicamente: lo más común es dar golpes, empujones, patadas, encerrar, escupir, reírse de la víctima. Se identifica fácilmente porque suele dejar huellas corporales. En los últimos años, el bullying físico se ha mezclado con el abuso sexual.
Indirectamente: daño a pertenencias, robar, romper, esconder cualquier clase de objeto personal.
Verbalmente: generar rumores raciales o sexistas, insultar, amenazar, burlarse, apodar.
Psicológicamente: es más difícil de detectar, ya que la coacción parte de un agresor o un conjunto de agresores que permanece en el anonimato. Se usa frecuentemente para subrayar o reforzar acciones llevadas a cabo con anterioridad y mantener latente la amenaza. Aquí, la fuerza de la ofensa se ve incrementada por un peligro constante, aunque esté "presente" una figura de autoridad. Esto hace que la víctima tenga un profundo sentimiento de indefensión y vulnerabilidad, al saber que la intimidación se producirá independientemente de donde esté. El desamparo es absoluto.
Sexualmente: destacamos aquí el bullying homófobo, que hace referencia a la orientación sexual de la víctima, por motivos de homosexualidad, real o imaginaria.
Socialmente: una cruel manera de agresión es tratar a la víctima como si no estuviera presente, ignorándola hasta el punto de hacerla invisible. Así se la excluye de las actividades con el grupo.
Las consecuencias
El acoso escolar genera en las víctimas daños psicológicos graves cuando el hostigamiento es prolongado. El tiempo necesario para que se manifieste el deterioro puede variar, en función del apoyo afectivo que reciba la víctima en su entorno familiar, su aguante psicológico, la ayuda de los profesores, etc.
No olvidemos que las relaciones en el medio escolar son muy significativas en el proceso de socialización del menor, y determinan en gran medida aspectos esenciales en el desarrollo de su personalidad y autoestima. Por ello, sufrir este acoso puede generar importantes daños que, si se llegan a cronificar, fomentarán la aparición de comportamientos patológicos en el niño. Para evitarlo, es recomendable una intervención con los profesionales necesarios.
Las secuelas psicológicas más habituales son:
- Estrés postraumático (en el 53% de las víctimas).
- Distimia, un trastorno de carácter depresivo crónico, caracterizado por la baja autoestima y un estado de ánimo melancólico, triste y apesadumbrado.
- Ideación autolítica, la presencia persistente en el sujeto de pensamientos o ideas encaminadas a cometer suicidio (38% de las víctimas).
- Baja autoestima.
- Trastornos de ansiedad.
- Somatizaciones, convertir los trastornos psíquicos en síntomas físicos.
- Fobia social.
Los síntomas que pueden detectar los padres:
- Miedo o reticencia del niño a ir al colegio.
- Evitación de actividades con sus compañeros.
- Quejas y malestar físico antes de ir al colegio.
- Pérdida de material escolar y objetos personales.
- Tristeza y apatía.
- Mayor retraimiento.
- Dejar de asistir a actividades que hacía habitualmente.
Si aparecen estas señales, hay que hablar con el niño e interesarse por sus inquietudes y miedos. Si verbaliza que "se meten con él", nunca hay que trivializar o restar importancia a las apreciaciones y vivencias de su sufrimiento. Es una situación grave con repercusiones fatales, si es desatendido. El niño necesita contar con la atención y el afecto de su familia.
¿Qué se puede hacer?
La víctima:
- Informar a los profesores y padres cada vez que se produzca una conducta de acoso escolar.
- Anotar diariamente en un documento cada manifestación hostil que haya recibido.
Los padres:
- Informar al colegio, por escrito, de las conductas de acoso que se hayan producido.
- En colaboración con su hijo, detallar en un documento cada conducta de acoso.
- Seguir informando al colegio, con frecuencia quincenal, mientras continúe el acoso.
- Solicitar, como medida, la implantación de un protocolo contra el acoso escolar.
- Solicitar una evaluación del acoso escolar a un especialista que presente el informe en el centro.
- En caso de que el centro no proteja a la víctima, pese a las anteriores medidas, es aconsejable denunciar la situación e informar a las administraciones pertinentes.
Los profesores y el centro escolar:
- Adoptar un protocolo contra el acoso escolar, y ponerlo en marcha cuando detecten comportamientos recurrentes de hostigamiento hacia un alumno.
- Informar, aula por aula y al inicio de curso, de que no se tolerarán conductas violentas, maleducadas y humillantes hacia los compañeros, por muy "de broma" que parezca.
- Aportar un listado de Conductas no Permitidas.
- Adoptar un régimen de sanciones contra las conductas de acoso. Las sanciones deben ser acordes con su gravedad y frecuencia.
- Instruir a los profesores para que sancionen o amonesten cualquier exhibición, por leve o jocosa que sea, de burla al menor. Esto transmite un mensaje de total intolerancia hacia la falta de respeto al prójimo.
- Evaluar trimestralmente los niveles de violencia psicológica y física del centro con pruebas debidamente validadas, y después exponer dicho testimonio a los alumnos.
- Proteger a las víctimas y sancionar las conductas de acoso.
- Evitar la "mediación", los careos entre víctimas y agresores, no esperar a que los agresores confiesen abiertamente, evitar los castigos colectivos...
Si el agresor descubre que la violencia no se castiga, aprenderá a comportarse así en su vida adulta. Varios estudios han demostrado que un número importante de acosadores cuya conducta no ha sido sancionada ni redirigida, terminan convirtiéndose en adultos criminales (Olweus, 2011; Temcheff, Serbin, 2008). Este sujeto posee un modelo violento para resolver conflictos, carece de empatía y es muy probable que se encuentre en un entorno familiar poco afectivo.
Un menor que acosa espera, y quiere, que se cumpla su voluntad, le gusta la sensación de poder y, ante todo, es infeliz o se siente poco querido. Por eso necesita proyectar en los demás su insatisfacción. El agresor siempre sufre intimidaciones o algún tipo de abuso en casa, en la escuela o en la familia, quizá es frecuentemente humillado por los adultos o vive bajo constante presión para que tenga éxito en sus actividades.
¿Por qué se llega al suicidio? ¿Qué empuja a pensar que no hay ninguna salida?
El suicidio es una solución permanente a un problema pasajero, pero eso no lo sabe quien decide acabar con su vida. El deprimido tiene una visión estrecha, intensa y poco objetiva. En realidad, el menor que en algún momento contempla suicidarse no busca morir, tan sólo desea acabar de una vez con su terrible sufrimiento. Recordemos que a esa edad hay un abismo entre el dolor y los recursos que tiene la víctima para afrontarlo. No sabe cómo actuar.
Por eso, contrastar estos sentimientos con otras personas puede ayudar al niño. Contar el problema a un adulto hará que su perspectiva cambie radicalmente, aportándole un gran alivio.
Estudios científicos publicados en 2013 en la revista Journal of Adolescent Health constatan que el bullying está detrás de un número significativo de suicidios en adolescentes. También existe un mayor riesgo de suicidio entre los acosadores y testigos, ya que saben lo que está ocurriendo y, aunque parezca mentira, también les afecta negativamente.