10 sorpresas de los primeros días después del parto
Mi marido y yo aprendimos muchísimo en los meses en los que fuimos a clase de preparación al parto, pero resultó que había un montón de cosas más que ocurren antes incluso de que abandones el hospital y que no habíamos aprendido. De hecho, nadie se dignó a contárnoslas.
Cuando estaba embarazada, ni siquiera se me pasó por la cabeza que lo de apuntarme a clases de preparación al parto era algo opcional. Teniendo en cuenta que mi personalidad es de tipo A y que siempre prefiero una verdad cruel que una mentira piadosa, allí estaba yo, boli en mano tomando notas. Además, estaba embarazada de gemelos, así que ya me encontraba en el nivel de alerta naranja.
Mi marido y yo aprendimos muchísimas cosas en los meses en los que fuimos a clase, pero resultó que había un montón de cosas más que ocurren antes incluso de que abandones el hospital y que no habíamos aprendido. De hecho, nadie se dignó a contárnoslas. Supongo que la mayoría de la gente se imagina que cuando has tenido al bebé ya has pasado por el infierno, así que no merece la pena explicitar las muchas paradas que tendrás que hacer en el camino de vuelta.
Pero como yo sí me preocupo por vosotras, quería contaros algunas experiencias sorprendentes que he vivido tras el parto y de las que me hubiera gustado tener noticias antes:
1. Puede que cuando todo empiece, te vuelvas loca
Sí, yo pensaba que estaba preparada. Cuando me llevaron al quirófano, ya llevaba unas horas pensando en la cesárea. Pero no estaba lista para el ataque de pánico descomunal que llegaría cuando tuve que sentarme para que me pusieran la epidural. Miré a mi alrededor y vi todo el equipo y a todas las enfermeras apresuradas por organizar las cosas. Entonces, de repente, me di cuenta de que el tren ya había salido de la estación, y que yo no tenía el control: los bebés estaban a punto de salir. Supongo que me puse blanca, porque mi marido dejó de preguntarme si estaba bien. De alguna manera, yo también conseguí contener mis ganas de pedirle a todo el mundo que esperaran una media hora para que me pudiera pensar bien las cosas. Me costó mucho no hacerlo, mucho. Pero, por suerte, me las apañé para soltar un "estoy bien", y me tragué el miedo.
Recuerda que es mejor esconder la locura que compartirla con alguien que pueda llamar a los servicios de protección del menor.
2. Las cesáreas no son necesariamente la opción menos dolorosa
No había pensado demasiado en el dolor de la cesárea. Al fin y al cabo, no es lo mismo que un parto natural y sin anestesia. Como me iban a dopar antes, durante y después de dar a luz, no iba a sentir nada, ¿no?
Y una mierda. Sentí agonía tras la cesárea. Sí, AGONÍA. Apenas pude soportar la ducha del postoperatorio... Cuando el agua me dio en el estómago, creí que me moría. ¿Y sabéis otra cosa que también fue muy difícil? Ponerme de pie recta, porque me tiraban los puntos. Durante largas SEMANAS me convertí en una figura encorvada a base de analgésicos. Lo pasé mal.
También he de decir que esto no le ocurre a todo el mundo; tengo amigas que apenas han sentido dolor y que podían andar el día después de la cesárea. Puede que yo sólo sea una floja. O quizás las demás mujeres que conozco sean unas heroínas. Incluso puede que sean las dos cosas a la vez.
3. Por favor, discúlpenme, pero algo acaba de salir de mi vagina
No tenía ni idea de que después de que saliera el bebé, de que recogieran la placenta y te cosieran, todavía quedaban muchas cosas por salir de tu cuerpo. Puedes estar tumbada en la cama del hospital disfrutando del postre cuando de repente algo sale de tu cuerpo. Os aseguro que no hay nada como estar hablando con tu suegra mientras sientes que algo se desliza por tu vagina. Resulta bastante desconcertante.
¿He comentado ya lo del sangrado? Es horrible; estuve sangrando varios días (si no semanas) tras el parto. Lo cual me lleva al punto siguiente, a la prenda de ropa interior favorita de las mujeres que acaban de dar a luz:
4. Las braguitas desechables
Ay, esas famosas redes elásticas, o las de usar y tirar de papel. ¿A que son fantásticas? Bueno, tómatelo como otra forma más de conexión con tu bebé, porque los dos estáis ahí tumbados sobre vuestro propio horror.
5. El peor masaje de mi vida
¿Sabías que las enfermeras entran de vez en cuando a la habitación para darte un masaje? ¡Sí, de verdad! ¿Y sabías que lo que van a masajear es tu tripa después de haber tenido unos seis kilos dentro, y después de que te la hayan cortado y cosido?
Duele. Duele a rabiar. Lo hacen para que el útero se contraiga y no sangres hasta la muerte, lo cual es una idea genial, pero lo cierto es que la palabra masaje no lo describe demasiado bien. Es como si al parto le llamásemos abrazos de barriga. También es verdad que el hecho de que le llamen masaje uterino ya me debería haber mosqueado, porque en el spa no ofrecen ese tipo de masajes...
Os imagináis: "¿Qué prefiere: masaje facial, pedicura o masaje uterino?"
6. ¡Y luego te quitarán las grapas!
Cuando me cerraron la tripa, se me olvidó que en algún momento deberían retirarme las grapas. ¡Vaya! No se me pasó por la cabeza hasta que la enfermera vino a hacérmelo. Ya había sufrido suficientes masajes, así que me quedé petrificada cuando vi a la enfermera llegar con un par de alicates pequeños. Ella intentó tranquilizarme diciéndome que no me dolería, pero yo no me lo tragué. Con una mano agarré a mi marido y con la otra me tapé los ojos antes de que empezara. A decir verdad, no dolió en absoluto. Entonces la enfermera dijo: "Vale, vamos con la siguiente fila". Yo di un bote y exclamé: "¡¿QUÉ?!" Y la enfermera contestó: "Era una broma". Le dije que era la peor enfermera del mundo, y a partir de ahí nos hicimos mejores amigas.
7. Cariño, yo... (ronquidos)
Después del parto, me administraron magnesio porque desarrollé un trastorno llamado preeclampsia al final del embarazo. Yo supuse que lo que me pondrían sería analgésicos. Pero resulta que no... y resulta que el magnesio produce sueño. Cuando hablo de sueño, me refiero a quedarme dormida con una cucharada de yogur en la boca.
No bromeo.
Así pasé los primeros días de la vida de mis bebés, intentando mantenerme despierta el tiempo que tardaba en beberme un vaso de agua.
8. Mis tetas no estaban por la labor, porque son muy señoritas
Se llevaron a los dos bebés a la unidad de cuidados intensivos neonatales, así que empecé a producir leche en la habitación. Me imaginé que al principio no sería demasiado, pero al tercer día, la mujer de la limpieza se me acercó, me miró el pecho, acercó sus dedos y, con voz de preocupación, me dijo: "¡Qué pequeñas!" Tuve la sensación de que lo de dar el pecho me iba a costar más de lo que yo creía.
Mi pecho y yo nunca llegamos a buen término. Cuando volvimos a casa, seguí teniendo problemas, así que fui a la unidad de lactancia de mi consulta para pedir ayuda. La enfermera echó un vistazo y dijo: "Te va a resultar un poco más difícil de lo normal porque tienes los pezones planos".
¿Perdone? ¿Qué es lo que ha dicho? Nunca había oído eso de tener los pezones planos. No tenía ni idea de que existían diferentes nombres para los diferentes tipos de pezones. Tampoco tenía ni idea de que los míos no eran normales. Estuve a punto de decirle que nadie se había quejado de ellos hasta ahora. Pero, de nuevo, me contuve y logré ocultar la locura. Así que sólo le dije: "¿Y qué tengo que hacer?" Y ella contestó: "Bueno, puedes darles el pecho, pero te va a costar más tiempo y energía que al resto". Estas cosas no se les debería decir a alguien con gemelos de tres semanas que no ha dormido más de dos horas seguidas desde que nacieron. Así que yo dije: "Vale, me doy por vencida. ¿Qué marca de leche me recomiendas?"
9. ¿Antes de ir a casa tengo que hacer QUÉ?
Tirarme un pedo.
Antes de abandonar el hospital tenía que tirarme un pedo.
Se pusieron muy serios con el tema, la verdad. No fue sencillo para alguien que se estresa con tanta facilidad como yo cuando siente que está importunando a otras personas. Por tanto, tener a mi familia, a mi marido y a las enfermeras esperando a que expulsara gas para poder irme a casa no suponía la situación ideal para mí.
Es raro, porque normalmente cuando la gente te pregunta si te has tirado un pedo, tú dices que no. Pero si en el hospital te mantienes en tus trece con la negativa, nunca te irás a casa y la gente te ODIARÁ. Yo esperé a que me viniera la menor exhalación y aproveché la ocasión. Así que me fui contenta a casa para poder seguir restando horas de sueño allí.
10. Hasta nunca, vergüenza. Creo que nunca más volveremos a encontrarnos
Pienso que esto fue lo más importante que me pasó después del parto y que desconocía que fuera a ocurrir.
Antes de tener hijos, poseía esa cualidad que llaman vergüenza. Consiste en preocuparse de que alguien te vea los labios vaginales internos. Pero todo eso se desvaneció en un momento especial que compartí con mi enfermera Lourdes.
Lourdes me llevó al baño por primera vez después del parto. Me ayudó a colocarme en la taza, y luego (mientras una gran diversidad de cosas salía de mi cuerpo) se puso en cuclillas frente a mí y utilizó una botella para enjuagar el perineo o, lo que es lo mismo, me lavó mis partes. Sí, ahí estaba yo haciendo mis cosas con una mujer a menos de treinta centímetros de mi vagina sacando de mi cuerpo todo lo post-bebé.
Ese momento supuso un cambio profundo para mí. Fue el primero de los muchos que vendrían tras dar a luz, y que me habrían hecho gritar antes de ser madre. Ahora me limito a decir: "¿Qué pasa? Ah, sí. Es mi pezón. ¿Cuánto le debo por el café, por favor?" O como esa mañana en la que uno de los bebés me vomitó en la espalda y yo no me cambié de camiseta hasta que Mike no volvió a casa por la tarde. Lo siento, ¿va a venir la reina de Inglaterra? Pues espero que le guste el olor a leche vomitada, porque no pienso levantarme a menos que la casa se incendie y, aun así, creo que puedo arreglármelas para salir huyendo a rastras con los dos bebés.
Casi todas las madres que conozco han perdido la vergüenza en el hospital, y es lo mejor que te puede pasar cuando te conviertes en madre. Tienes cosas mucho más importantes de las que preocuparte que pensar en qué es lo que tienes en el pelo. ¿Es un trozo de hamburguesa o de cordón umbilical? Pudiera ser. Pero el hecho de saberlo no va a cambiar nada, así que vamos para el parque.
PS. Cacas postparto o, como yo les llamo: No.
Técnicamente, esto no ocurre hasta que no vuelves a casa, pero es un momento clave que no apreciaba antes de dar a luz. Es la caca del postparto.
Es LO PEOR.
Mis amigas y yo hemos estado hablando últimamente de las cacas del postparto (vuelve al punto 10 si esto te resulta extraño) y he de decir que a las mujeres nos cuesta ir al baño. Me acuerdo de una anécdota en particular cuando los niños tenían una semana y mi familia había venido a visitarnos. Estábamos todos en el salón cuando, de repente, tuve que levantarme y decir: "Lo siento, tengo que ir al baño".
Me tiré allí 45 minutos.
Cuando volví, una de mis hermanas me preguntó si estaba bien y qué es lo que había estado haciendo. Yo le contesté: "Nada, negociar con Dios".
Intentar hacer caca después de haber dado a luz es una experiencia terrible.
Independientemente de lo que te den para aliviar la sensación, estás casi segura de que algo va a explotar o a desgarrarse en ti y de que acabarás muriendo en el baño como Elvis. Entonces empiezas a pensar qué pasaría si no volvieras a hacer caca nunca más. Vale, supondría un montón de enemas, pero es un pequeño precio a pagar en comparación con la angustia que estás experimentando.
Pero al final... siempre vuelves a hacer caca. La vida continúa y tú, junto con tu yo sin vergüenza, vivís felices y orgullosos de haber sobrevivido a lo espantoso de dar a luz. Y cuando otras mujeres se preocupan por cosas como blanquearse el ano antes del parto o por estar estupendas en el hospital, tú les das toda la información de contacto que posees, porque, sin duda, van a necesitar un buen abrazo cuando salgan del hospital y vuelvan a casa.
Este post se publicó originalmente en Pile of Babies.
Traducción de Marina Velasco Serrano