Menores que regalan dinero a Ibai o el fenómeno de la “solidaridad” en el consumo de contenidos
Los usuarios más jóvenes de Twitch dan ‘propinas’ virtuales a sus streamers favoritos para “llamar su atención” y agradecerles su “compañía”.
¿Donarías cinco euros en directo a Jorge Javier Vázquez o a Josep Pedrerol por amenizarte las tardes y las noches? ¿Y a Pedro Piqueras o Mónica Carrillo por mantenerte informado? Contando con que todos consumimos esos contenidos de manera gratuita, probablemente la mayoría de los espectadores sostendrían un rotundo no. “¿Qué gano yo?”, se preguntarían. Si la respuesta fuese atención e ilusión, ¿lo harías?... En Twitch sí. La generación Zeta y parte de la Alfa (1995-2010) premian a los streamers por la compañía, pagan por lo gratis y han convertido su manera de consumir contenidos digitales en un fenómeno inexplicable para los expertos en medios de comunicación de masas.
Antes de conocer el porqué es necesario enmarcar en qué contexto sucede. Twitch es una plataforma de vídeos en directo que ofrece a sus usuarios contenidos de todo tipo, desde videojuegos o recetas hasta lo conocido como just chatting. Es decir, simplemente charlar. Desde su aterrizaje en 2011 la plataforma con sede en San Francisco ha ido sumando usuarios y popularidad global hasta convertirse en la número uno del streaming.
Tanto es así que un informe elaborado por Streamlabs & Stream Hatchet recoge que Twitch ha logrado hacerse con el 65,8% de la cuota de mercado de las horas de visualizaciones, muy por delante de YouTube Gaming Live o Facebook. Además, la aplicación ha logrado unas cifras de crecimiento espectaculares en lo que respecta a la captación, tanto en creación de nuevo contenido como en el aterrizaje de nuevos creadores con el 90,2% de la cuota del mercado. Es tan importante su impacto que Amazon compró la plataforma en 2014 por 735 millones de euros.
Pero ¿qué significa este último dato? Pues sí, que hay negocio. Igual que en los 2000 sí que se pudo achacar a una suerte inocente y nada buscada el triunfo de los primeros ‘vloggers’ de Youtube, con Twitch la historia ha cambiado. El éxito y las ganancias de estos jóvenes ya beben de un plan reposado y de una experiencia más que dilatada. Ya saben dónde está el dinero, la novedad y su público. Y allí están ellos. En este último destino hay dos vías básicas -más allá de la publicidad- para monetizar la creación de contenidos: la suscripción y las donaciones.
No es necesario pagar para ver los vídeos online. Sin embargo, la mayor parte de los usuarios deciden hacerlo. La suscripción “te garantiza comentar en chats sólo para suscriptores, tener nuevos stickers o ver algunos vídeos offline”, explica a este medio Aarón, un joven de 15 años y seguidor asiduo de la plataforma. Alguna ventaja, pero nada especialmente llamativo, al menos para el ojo ‘adulto’. En este método existen tres niveles diferentes y la opción de adquirir ese ‘abono’ mensual pagando Amazon Prime.
En el caso de las donaciones no hay nada a cambio. O al menos, nada material. En mitad de un directo el espectador decide mandar una especie de propina al creador del contenido. Una cantidad de dinero que puede ir desde los dos euros hasta los 384 en forma de bits -la moneda interna de Twitch- pero sin motivo aparente. ¿Por capricho? Los usuarios consultados encuentran otras palabras: “El altruismo de pagar a quien te hace feliz”.
¿Reconocimiento o dependencia emocional?
“¿Por qué vas a regalar por regalar dinero a chavales millonarios?”. Esto me lo pregunta un amigo, pero podría hacerlo casi cualquier persona ajena a esta red social o mayor de treinta años. No es usual pagar por lo gratis, y menos por algo que no cubre una necesidad de primer nivel. El simple hecho de que esto esté ocurriendo en la actualidad en un medio de comunicación masivo supone un cambio radical de un tradicional paradigma del consumo.
“Cuando empecé a usar Twitch me sorprendía ver que la gente pagara sin que se le ofreciese nada adicional muy llamativo, pero luego lo entendí. Al final se genera allí una relación parasocial. Se genera una dependencia emocional de esa gente que estás todo el rato viendo (…) El streamer parece ya parte de tu familia, son tantas horas de directo o jugando a videojuegos que al final empatizas con esa persona”. Así lo confiesa Javi, un treintañero que consume Twitch y que percibe dichas donaciones como una manera de “recompensar o agradecer al streamer ese papel emocional que juega en tu vida”.
Sobre esto el especialista en redes sociales Amel Fernández reconoce que a pesar de que la población de 25 a 34 años es la más activa en la plataforma, son los jóvenes “de 13 a 17 años” quienes más se implican en esta tendencia de enviar dinero a los creadores de contenido para llamar su atención.
“Supongo que la franja de edad de pago es tan baja porque somos los que más tiempo tenemos para consumir este contenido y porque también somos los que más nos ilusionamos con que nos pueda leer el streamer de turno (…) Cuando donas pones un mensajito, les salta una alerta, te leen y te pueden mencionar”, explica sobre esto último el quinceañero Aarón, suscriptor y seguidor habitual de GiGigames.
Si da las gracias en directo al donante “a esa persona le hace mucha ilusión”, comenta Javi. “Te da la posibilidad de que te haga caso a ti, llamas su atención (…) es un poco perverso, la verdad”. En cualquier caso, ese cosquilleo no tiene edad. “Cuando eres mayorcito no tienes la necesidad de que el streamer te haga caso. Pero alguna vez que yo mismo he puesto algo, lo ha visto (el dueño del canal) o me ha mencionado y sí que me ha hecho ilusión, entonces puedo entender” a los más jóvenes.
El psicólogo y psicoterapeuta Ovidio Peñalver lo lee como “una nueva forma de ser y de sentirse fan”. “Querer agradar o seguir a los streamers y para ello donar o pagar algo de dinero -siempre que no sea mucho- creo que estaría dentro de lo normal, como antes nos sacábamos un billete de avión a Frankfurt para ver a Bowie. Te estabas gastando el dinero y esta es otra forma de gastarlo”.
Los ingresos en Twitch no son transparentes. Casi nadie da lo que gana al mes, pero algunos cálculos apuntan a decenas de miles de euros entre suscripciones y donaciones. En algunos casos por encima de las seis cifras.
“Los adolescentes y preadolescentes cubren un proceso de individuación en estas edades que tiene que ver con hacerse adultos, separarse de los padres o sentirse únicos. En esta etapa lo que vale es tener un grupo de referencia normativo donde tiendes a hacer lo mismo que ellos. Si ahí puedes destacar es tu momento de gloria”, expone el profesional. Por eso, si desde el otro lado de la pantalla se señala a un joven en directo “es una manera luego de presumir ante sus iguales (…) tiene mucho que ver con la inseguridad psicológica del adolescente. Esto le hace sumar más puntos ante ellos”.
Solidaridad... ¿A cualquier precio?
Pero esto no sería todo. La ilusión, la atención y el sentimiento aspiracional de los adolescentes también va acompañado en esta ocasión de una revolucionaria “solidaridad” y una novedosa y selectiva gratitud dentro de la burbuja del streaming.
“En realidad yo creo que uno de los mayores motivos por los que la gente les paga es por solidaridad. Al final son personas a las que estás viendo todos los días, te gusta su contenido y quieres darles dinero por ello. Te apetece”, cuenta Aarón (15).
Por su parte, Javi -que le dobla la edad- confiesa que en su caso la suscripción no es tan emocional, sino que va dirigida a streamers “más pequeños a los que sí les puede servir como ayuda para seguir haciendo el contenido que a mí me gusta”. “Nunca he dado mi suscripción a IlloJuan, Ibai o a alguno de los grandes porque sé que les da igual, no lo necesitan y te sientes hasta ridículo o absurdo pagándole pasta porque sí a un millonario” argumenta. “Esa lógica en los chavales no funciona. Solo piensan que ese tío les alegra las tardes, le quieren apoyar y si de paso se fija en él pues genial”.
Sea como fuere, el proceso de compra de los tokens es similar al de cualquier transacción virtual. Es decir, hace falta una tarjeta de crédito y otros datos identificativos como el correo electrónico. En el caso de los menores de edad como Aarón, la mayoría debe recurrir a sus padres o adultos más cercanos. “Normalmente les digo a mis padres “oye, ¿puedo donar?” y ya meto la tarjeta de crédito y dono. Pero, es cierto que habrá niños que cojan la tarjeta de sus padres y ya, porque no lo entenderán o no les dejarán. Como se queda ahí guardada puede ir donando luego cuando quiera”, advierte.
Este es uno de los aspectos que más preocupa al psicólogo Peñalver: la cantidad de dinero que se llega a pagar. “Hay una distinción entre uso, abuso y dependencia. La dependencia ya es una adicción y el problema se encuentra cuando estos chavales pagan cantidades que no tienen en esto, en vez de en otro tipo de pasatiempos”. Según el especialista, si el no poder hacerlo les llegara a causar ansiedad o angustia, estarían en el paso previo de una seria adicción.
El profesional dice que es cierto que esa atención que el ‘influencer’ presta al usuario da “un subidón de autoestima”, pero que “esto es muy frágil”. “Luego viene la caída y llega un momento en el que necesitas más y solo eso no te motiva”.
La pandemia y un valor denostado de la amistad
Un elevado número de personas consultadas sobre el tema se pregunta algo similar: “¿En qué momento ha pasado todo esto?”. Pues bien, según los especialistas, la potente cultura familiar que se ha extendido en la comunidad formada por los usuarios de Twitch y todo lo que ello ha conllevado podría encontrar su origen en el periodo del confinamiento y en la carente sociabilidad que desarrollaron muchos jóvenes en dicho contexto.
“La pandemia no ha ayudado y ha hecho que muchos adolescentes se recluyan más aún en las redes sociales y en internet. Esto ha bajado muchísimo la calidad de las relaciones en los últimos tiempos. Hay un valor denostado de la amistad. Ahora hay muchos adolescentes que sólo se rigen por el número de seguidores o el número de contactos. Esto es triste y muy precario emocionalmente hablando porque es todo muy virtual y muy individual”, explica el psicoterapeuta a este medio.
Pero ¿por qué emigraron a Twitch teniendo Youtube? Este es otro de los aspectos que ha dinamitado una de las creencias que parecían más asentadas sobre la juventud del Siglo XXI: la falta de paciencia. Si eran la generación de los vídeos de menos de un minuto, los textos cortos y los ‘Whatsapps’ en lugar de las llamadas... ¿Cómo iban a soportar pasarse horas consumiendo un vídeo estático, con un solo protagonista y ausente de edición?
“Todavía no encontramos explicación”, confiesa el experto en redes sociales. “Supongo que la pandemia tuvo mucho que ver. Lo que es cierto es que el directo tiene mucho más valor que el diferido. Si el diferido no está bien hecho o editado no engancha ni la mitad”.
Aarón y su círculo cambiaron de Youtube a Twitch por eso mismo: “Al ser directos y no vídeos editados se forma un sentimiento muy fuerte de cercanía y familiaridad con el streamer en cuestión. Además, puedes comentar con otros lo que estás viendo a la vez que está pasando”, explica.
Este último punto es para Amel Fernández una de las claves de esta revolución virtual. “Poder cambiar la realidad del contenido que consumes es uno de los puntos a favor de los directos, desde luego. Al comentar, intervenir o donar puedes provocar que el influencer saque ese tema, te responda o cambie lo que tiene previsto. Te da poder sobre el contenido”, zanja.