Facebook, Bankia y el futuro de la sociedad anónima por acciones
Llevamos ya años esperando un revulsivo que devuelva la confianza y la ilusión. Pensábamos que Facebook podría marcar el inicio de una nueva etapa. Lamentablemente, nos equivocamos.
Los mercados bursátiles se encuentran de capa caída. Los inversores han replegado velas. Cada día nos llega una nueva mala noticia sobre la situación geopolítica o macroeconómica que nos conduce a rebajar nuestras ya dilapidadas expectativas. Llevamos ya años esperando un revulsivo que devuelva la confianza y la ilusión. Pensábamos que Facebook podría marcar el inicio de una nueva etapa.
Lamentablemente, nos equivocamos. A los desatinos y los comportamientos dudosamente éticos de Morgan Stanley, el banco que gestionó la tan esperada salida a bolsa, ahora tenemos que añadir la falta de confianza de los inversores en la capacidad de Facebook de generar beneficios. El precio de la acción ya ha caído casi el 25 por ciento y el mercado de opciones apunta que la volatilidad sobre las acciones de la compañía es dos veces mayor que para el resto del mercado.
Permítanme decir que el chasco de Facebook es un ejemplo más de la crisis por la que atraviesa la sociedad anónima por acciones, ese invento tan original y útil, que tiene menos de dos siglos de existencia. Aquí en España nos rasgamos las vestiduras por el fiasco de Bankia, que en 2011 fue la tercera mayor salida a bolsa en todo el mundo. En ambos casos, el pequeño inversor ha salido mal parado, aunque por razones bien distintas.
La salida a bolsa de Facebook ya representaba una ofensa al pequeño inversor porque Mark Zuckerberg creó dos clases de acciones. Aunque solamente es dueño del 18 por ciento del capital, controla el 57 por ciento de los votos, es decir, que puede tomar decisiones unilaterales en contra de la mayoría del capital. Este artilugio es perfectamente legal, pero no se usaba más que en casos muy concretos de empresas de control familiar. Google fue la compañía que en 2004 sorprendió a propios y extraños adoptando el mismo mecanismo de discriminación del pequeño accionista. LinkedIn, Groupon y otras muchas empresas también han salido a bolsa con dos clases de acciones.
La principal razón de esta nueva tendencia radica en que los inversores están dispuestos a aceptar cualquier condición con tal de que les permitan participar en las pocas operaciones atractivas que se vienen produciendo últimamente. Cada vez son más los emprendedores que deciden vender su empresa a otra en lugar de salir a bolsa. El número de salidas a bolsa en Estados Unidos, por ejemplo, ha caído vertiginosamente desde casi 700 en 1996 hasta las 134 en 2011. En Europa se produjeron 430 salidas el año pasado, pero la cantidad total de dinero recaudada fue algo inferior a la de Estados Unidos. En estos momentos, solamente los mercados de Shenzen, Hong Kong y Shanghai tienen un volumen respetable de salidas a bolsa, que en 2011 casi triplicó al europeo o al norteamericano.
¿Y qué de Bankia? Se trata de un ejemplo escalofriante de agresión al pequeño accionista. Observando los toros desde la barrera, me permito afirmar que era obvio que esta operación iba a terminar mal para el pequeño accionista. Algunos dirán que el prospecto de salida hacía referencia a todas las incertidumbres que se cernían sobre el valor. Otros seguramente pensarán que la salida venía avalada por las más importantes instancias políticas, económicas y financieras, que son las culpables de la catástrofe. Por desgracia, Bankia pasará a la historia como un caso egregio de agresión al pequeño inversor.
Pero alcemos un poco la vista para extraer un par de conclusiones sobre estos dos casos de aparente fraude al pequeño accionista. Durante las dos últimas décadas han sido muchos los países que han adoptado leyes y reglamentos destinados a proteger los intereses del pequeño accionista. Multitud de compañías cotizadas han adoptado códigos de buen gobierno y se han deshecho en elogios a todos aquéllos que han invertido unos ahorrillos comprando acciones. Al mismo tiempo, la alta dirección ha reducido la cantidad de información que suministra al mercado y han adoptado todo tipo de artimañas para ejercer un mayor control. Por su parte, las entidades supervisoras y reguladoras han visto su capacidad de actuación mermar considerablemente, o han mirado hacia el otro lado cuando deberían haber intervenido.
Yo no voy a ser quien prediga el fin de la sociedad anónima por acciones. Pero sí voy a lanzar una advertencia a los directivos de las empresas que cotizan en bolsa. La credibilidad de esta forma societaria que tantos beneficios nos ha reparado en los últimos dos siglos como forma predominante de organización de la actividad empresarial se encuentra en entredicho. Esperemos que Facebook y Bankia no se conviertan en una segunda oleada de escándalos como la que se verificó a ambos lados del Atlántico a principios de siglo.