Inclusión financiera
Más de la mitad de la población mundial opera al margen del sistema bancario. Para algunos, puede parecer una bendición, pero la exclusión financiera supone una desventaja enorme, puesto que la gente se ve obligada a mover el dinero físicamente y no tiene acceso al crédito.
Mientras que en Europa y en Estados Unidos seguimos dándole vueltas al problema de la regulación bancaria, una revolución financiera está ocurriendo en los países menos desarrollados. Consiste en la provisión de servicios financieros sobre la base de la tecnología telefónica móvil, lo que supone en muchos casos obviar al sistema bancario en su conjunto. En países como Kenia, Tanzania y Madagascar hay más cuentas de dinero móvil que cuentas bancarias. En docenas de países de África y el Sur de Asia hay más agencias para realizar pagos con dinero móvil que oficinas bancarias. Ya son centenares de millones de personas las que ahora pueden realizar pagos, recibir dinero y llevar a cabo otras operaciones a través de su teléfono móvil, aunque en muchos casos tienen que acudir a un agente autorizado para verificar la transacción.
Más de la mitad de la población mundial opera al margen del sistema bancario. Para algunos, puede parecer una bendición, pero la exclusión financiera supone una desventaja enorme, puesto que la gente se ve obligada a mover el dinero físicamente y no tiene acceso al crédito. Para los trabajadores por cuenta propia, la falta de una relación con un banco puede significar el estancamiento de su actividad. Las Naciones Unidas y el Banco Mundial consideran que la inclusión financiera es un elemento esencial para el desarrollo económico. Hasta se podría hablar de que se trata de un derecho humano.
Las razones de la exclusión financiera son variadas. En muchos casos, la persona no tiene suficiente dinero como para abrir una cuenta bancaria, o es demasiado caro mantenerla abierta por las comisiones y las tasas. En muchos países en vías de desarrollo, con poblaciones predominantemente rurales, la infraestructura bancaria no es suficientemente capilar. Mucha gente tiene que viajar en autobús durante una hora, o incluso dos, para llegar a la oficina bancaria más próxima. También es cierto que mucha gente carece de los documentos de identidad necesarios para abrir una cuenta, y en algunos países se dan razones religiosas como justificación para no tener una cuenta bancaria.
El teléfono móvil proporciona una plataforma alternativa para la provisión de todo tipo de servicios porque una proporción elevadísima de la población dispone de uno o tiene acceso compartido a través de un amigo o familiar. Se trata, además, de un servicio relativamente barato. Todo lo que se necesita es que las operadoras de telecomunicaciones estén dispuestas a ofrecer servicios de banca móvil, y que las autoridades reguladoras lo permitan. De este último punto depende el éxito de los programas de inclusión financiera a través de la telefonía móvil.
Por ejemplo, en Kenia solamente un 16 por ciento de la población adulta tenía cuenta bancaria hace una década. En la actualidad, esa proporción permanece estancada, mientras que más de la mitad de la población tiene ahora un teléfono móvil con el que puede realizar transacciones financieras. El Banco Central permitió el desarrollo de este sistema pese a la oposición de los bancos. En otros países, sin embargo, el regulador no ha permitido el desarrollo del dinero móvil al margen del sector bancario.
Los bancos van reaccionando poco a poco a las demandas de la sociedad, tanto en los países ricos como en los pobres, pero la evolución es demasiado lenta. En Sudáfrica, por ejemplo, un consorcio de cinco bancos ofrece cuentas para personas con pocos recursos a un precio reducido. Pero este tipo de actuación no beneficia a los más desfavorecidos. Para ellos, el teléfono móvil con capacidad para mover dinero es la solución ideal. Es posible que la exclusión financiera no desaparezca hasta que el sector de la tecnología no pueda exhibir sus bondades en el sector financiero sin grandes limitaciones regulatorias. La regulación bancaria es necesaria, tal y como la crisis ha constatado, pero no puede erigirse en un obstáculo a la innovación.
Este artículo fue publicado inicialmente en la revista Empresa Global