En busca del nuevo Barack Obama
Pase lo que pase el próximo 6 de noviembre, ésta es la última campaña de Barack Obama. Si es elegido, será presidente cuatro años más, pero nunca volverá a ser candidato a la Casa Blanca. Al día siguiente de las elecciones, empezará a dibujarse una nueva era sin él.
Pase lo que pase el próximo 6 de noviembre, ésta es la última campaña de Barack Obama. Si es elegido, será presidente cuatro años más, pero nunca volverá a ser candidato a la Casa Blanca. Al día siguiente de las elecciones, empezará a dibujarse una nueva era sin el político que probablemente más ha revolucionado política estadounidense en las últimas décadas.
Nuestro objetivo al escribir el libro La Carrera es mirar más allá de esta campaña en busca de un puñado de líderes capaces de liderar un proyecto que logre ilusionar a la mayoría de los estadounidenses. Esa idea inspiró La Carrera en un Starbucks de Massachusetts después de un agotador día de campaña con Joe Kennedy, aspirante primerizo a la Cámara de Representantes. Enseguida trazamos en una servilleta una lista de ocho candidatos que reflejan el proceso político en todos sus estadios y tienen un futuro político prometedor. Una lista a la que añadimos las historias de los dos candidatos que pelean este año por la Casa Blanca.
A diferencia de lo que sucede en España, aquí el ascenso de un líder no lo marcan sus conexiones con el tenue aparato de su partido sino su capacidad para conectar con los ciudadanos. Demócratas y republicanos tienen jóvenes ambiciosos y caras nuevas en un país donde lo habitual es no conformarse con una sola carrera o avanzar en una sola dirección a ninguna edad.
El senador republicano Marco Rubio es uno de los que más cerca está de la Casa Blanca y tal vez el que recuerda más a Obama. Él reconoce que lloró de emoción hace cuatro años al ver la elección del primer presidente negro y la revista conservadora National Review le dedicó en agosto de 2009 una portada con el título de Yes, he can. Aunque con menos drama y menos exotismo entre Miami y Las Vegas, su camino existencial también recuerda al del presidente por la obsesión constante del republicano con las historias familiares de su padre y de su abuelo. Rubio los tuvo cerca, pero su autobiografía también rebusca en el pasado para saber más de sus penurias o de la Cuba que él no llegó a conocer.
Rubio en la convención republicana de Tampa, Florida. Foto de su perfil oficial en Facebook.
El senador aprovechó al principio la oleada del Tea Party. Pero al igual que Obama en Illinois, Rubio supo medrar en el partido de Florida a base de conquistar a un grupo de líderes clave y de alguna chapuza que hoy intenta justificar. Rubio no tiene la talla intelectual de Obama. Pero es un orador excelente, conecta mejor con los votantes y le cuesta menos improvisar.
Otro de los líderes hispanos más prometedores es el alcalde de San Antonio, Julián Castro. Al igual que Obama, se crio sin una figura paterna, se graduó en Derecho en la Universidad de Harvard y entró en política atraído por la posibilidad de mejorar la vida de sus vecinos. Al contrario que el presidente, optó por la política municipal y llegó a ser alcalde de la ciudad texana, donde podría apurar sus mandatos hasta 2017. Su madre, Rosie Castro, fue una de las líderes de un movimiento hispano radical. Pero Julián y su hermano gemelo encarnan una era muy diferente: apenas hablan español, utilizan un lenguaje moderado y aspiran a hablar más de economía que de inmigración.
Quienes conocen al alcalde Castro son conscientes de que no está maduro para emprender la carrera por la Casa Blanca en 2016. Pero sí creen que podría lanzar su candidatura a gobernador de Texas en 2018 ayudado por el sorpasso demográfico de los hispanos, que para entonces serán mayoría en el estado que un día gobernó George W. Bush. Texas podría ser el trampolín de Castro a la presidencia.
Julián Castro, en una foto de su página web.
La sorpresa en 2016 la podría dar la demócrata Elizabeth Warren, una profesora de Harvard de 63 años que se había interesado poco por la política y durante años estuvo registrada como republicana. Entró en la vida pública gracias a su pasión por la regulación financiera y Obama se la llevó de campaña cuando la crisis hizo que sus intereses adquirieran relevancia política. El año pasado, ella misma se consideraba ideóloga del movimiento Occupy Wall Street. Si consigue arrebatarle su escaño al senador republicano Scott Brown, tendrá más fácil el salto hacia la Casa Blanca.
En el extremo opuesto, también lo puede tener fácil el congresista Paul Ryan. Un triunfo de Mitt Romney lo elevaría a la vicepresidencia. Una derrota decorosa apenas lo salpicaría y lo colocaría en la parrilla de salida para las primarias republicanas de 2016. Ryan apenas tiene 42 años y este año se resistió a los cantos de sirena que le animaban a lanzarse a la carrera por la Casa Blanca. Su mentor universitario, el profesor Rich Hart, intentó convencerle sin éxito hace unos años. El congresista le dijo entonces que "sus hijos eran demasiado pequeños" y que no estaba dispuesto a "desaparecer de su vida durante cuatro años". En su contra juegan ahora su polémico plan para reducir el gasto y su perfil demasiado conservador. A su favor, su dinamismo y su condición de político de principios, que le ha llevado a defender recortes impopulares y aun así ganar con holgura en una circunscripción del Medio Oeste industrial. Al contrario que Obama, Ryan es una criatura de Washington y no ha construido su carrera sobre su historia personal sino sobre un objetivo: la necesidad de contener el déficit para no dejar hipotecas a las generaciones venideras.
Más allá de la primera fila la fructífera política de Estados Unidos promete más sorpresas para los próximos años como Joe Kennedy, al que su apellido le asegura el reconocimiento inmediato cuando llama a la puerta de cualquier hogar del distrito de Massachusetts al que quiere representar. Joe acaba de cumplir 32 años y por ahora no tiene el carisma de su tío Ted o de su abuelo Bobby. Pero le acompañan la ambición y el gusto por el servicio público que han inspirado las mejores páginas de su álbum familiar. Al igual que Obama, el joven Kennedy también se crio con su madre y conoció de primera mano los problemas de un país en vías de desarrollo como República Dominicana en sus días como voluntario en el Peace Corps. Habla un español perfecto que mejoró durante una estancia en Sevilla e impresiona verle haciendo campaña con los inmigrantes portugueses en lugares como Taunton y escuchar en sus labios la pregunta clave: "¿A usted, qué le preocupa?". Unas palabras mágicas que a los políticos españoles no se les oye pronunciar.
Si algo distingue a Estados Unidos es la posibilidad de que cualquiera que se esfuerce pueda destacar desde el rincón más inesperado, sin ninguna familia política, sin recursos particulares y sin más armas que talento e imaginación. Tal vez por eso nos encariñamos con un descubrimiento personal, Jonathan Kreiss-Tomkins, un joven de una isla de Alaska llamada Sitka que ahora tiene 23 años, pero que con apenas 13 le montó a Howard Dean la red digital más grande del país desde su ordenador.
Kreiss-Tomkins el pasado agosto. Foto publicada en su perfil de Facebook.
Kreiss-Tomkins es un chico infatigable, alguien que hace una entrevista mientras monta en bicicleta. Suele hacer carreras de montaña y toca el chelo, el oboe y los platillos. Esta vez por primera vez se presenta a un cargo público. Compite por un escaño en la Cámara de Representantes de Alaska, uno de los estados más republicanos del país. Con unos pocos amigos, recorre desde hace semanas pueblos tan remotos que alguien le tiene que prestar un sillón para dormir porque no hay ferry ni manera de volver a Sitka. Lleva su campaña a casas que a menudo no tienen dirección ni teléfono fijo pero donde le siguen a través de Facebook, la única red de moda en un mundo donde Twitter apenas existe. "No soy político, soy alguien que hace política", dice Jonathan. Es un buen lema porque en Estados Unidos la política tienes que hacerla tú. Nadie te la da hecha.