Pero ¿por qué nos hemos vuelto todos tan locos con 'La La Land'?
Porque ¿no era el cine eso mismo, magia? ¿No se trataba de soñar, de volar con las historias, de hacernos creer en otros mundos, en que siempre hay una posibilidad, en que el amor de tu vida está en el siguiente bar, en la próxima esquina? Eso nos vendieron que era el cine. Y eso es lo que tiene este peliculón.
Hay pocas cosas que no se hayan escrito ya sobre La La Land. Lo primero y más ultramegarepetido, para resumir, es que es buenísima. Estupenda, maravillosa. A mí cuando la veía solamente me salía un término (un poco cursi, sí): deliciosa.
Este viernes, con su estreno, llegarán las críticas, pero me parece que esta vez va a haber en ellas poco de eso, poco de crítica, y sí mucha alabanza. Yo la vi en una pequeña salita de cine, tan llena de periodistas, que tuvieron que poner sillas aparte. Y el mío ya era el segundo pase: había habido otra oportunidad, sin contar a los que ya la habían visto en Venecia o en Toronto. Eso pasa bien poco en los normalmente casi desiertos estrenos de cine para prensa, créanme.
Siguiendo esta línea de cursilería, creo que lo que ha provocado esta explosión, esta ilusión, esta cantidad de críticas positivas, es que la película desprende magia. Que por otra parte no es una teoría tan cursi, ¿eh? Porque ¿no era el cine eso mismo, magia? ¿No se trataba de soñar, de volar con las historias, de hacernos creer en otros mundos, en que siempre hay una posibilidad, en que el amor de tu vida está en el siguiente bar, en la próxima esquina? Eso nos vendieron que era el cine. Y eso es lo que tiene este peliculón que tiene que llevarse cada premio al que esté nominado.
Eso es lo que desprende La La Land y lo que nos hace gozar de ella: sus toques de cine clásico, de esas historias sencillas con un pelín de enredo en lo que acaba triunfando el romance. Dicen sus protagonistas que vieron todos los días Cantando bajo la lluvia, y que nunca pudieron agradecerle a Debbie Reynolds todo lo que los inspiró. Dice su director que adora Los paraguas de Cherburgo y sí que es cierto que ese vestido amarillo de vuelo de Emma Stone tiene un puntito a lo Catherine Deneuve con su chubasquero.
Lo dijo Emma Stone cuando recogió su Globo de Oro a la mejor interpretación, bien merecido (aún más merecido que el de su colega Gosling, déjenme decirles, aunque la disciplina del muchacho después de tirarse meses ensayando ante un piano no merece más que aplausos ): "Esta es una película para soñadores".
Ella, que llenó su cuerpo de brillantes estrellas consciente de que iba a ser una de ellas esa noche, supo reflejar el espíritu que condensa el film de Damien Chazelle (ese niño prodigio de 32 años que roza el Oscar con la punta de sus dedos). El espíritu de la ilusión, del sueño, del romanticismo más cinematográfico. El de la magia del cine que vuelve, en estos tiempos oscuros de mentiras y trumpismos, a hacernos soñar.