Pasaron los Goya y me siguen doliendo los pies: ¿cuándo aprenderemos?
En la fiesta del cine español, en el día en el que más se habla de esa industria en nuestro en este país, la reinvidicación española fue más feminista que nunca y sus aledaños tan machistas como siempre.
El sábado los Goya fueron las Goya. Ellas, ellas y ellas protagonizaron la noche, con permiso de Dani Rovira (con dos tacones, Dani). Y no sólo delante: también detrás de la cámara éramos una mayoría abrumadoramente femenina. Miento: detrás de las cámaras, es decir, en vídeo y foto, la mayoría son hombres, todavía. Pero detrás de micros, móviles y libretas vamos nosotras.
La intrahistoria, lo que queda detrás, no le suele interesar a casi nadie, de ahí que se enfoque a lo que pasa en la alfombra y no a los que están tras ella. Lógico. Pero resultaba curioso ver a mujeres de punta en blanco siendo entrevistadas por iguales y reclamando, sobre todo las primeras, más de lo suyo. Eso sí, perfectas todas, con escotes, sandalias, estudiados peinados. Las segundas iban menos puestas, alguna con vaqueros, pero en general con vestidos, monos, un poco de tacón. A las dos les dolían, nos dolían, los pies, después de tres horas y media de alfombra roja. Una premiada de esa noche (de esa laaaaarga noche) se nos acercó tras haber recorrido unos metros y nos agarró agotada soltando un discreto: "Y ya me duelen los pies..."
A nosotras, que simplemente íbamos a informar, que no nos iban a sacar más que de refilón (yo le sigo jurando a mi abuela que allí estuve, aunque ella no me vio, la pobre, mirando la pantalla desde las ocho en punto de la tarde a ver si me encontraba entre la marabunta), también nos dolían los pies. ¿Por qué? Porque, ¿cómo vas a pisar la alfombra roja de plano? ¿O sin arreglarte un poquito, por lo menos? Las más veteranas quizá se lo saben ya, pero las novatillas parecemos sentirnos mínimamente obligadas a ponernos, si no guapas, al menos monas. Decentes.
Espera, espera. ¿Acaso habría ido yo indecente en deportivas, me pregunto ahora, tras dos días de infinito dolor de pies después de (me repito, pero es que están clavadas en mi cabeza) tres horas y media de alfombra roja? ¿No me había duchado y puesto ropa limpia, que también tenía que ponerme vestido y tacones y medias? Medias que del trajín, obvio, acabaron destrozadas... y eso que me podía poner medias, que para mí era estéticamente/políticamente correcto, que últimamente ni siquiera lo es; pero no abramos hoy ese melón.
No voy a decir nada que no se haya contado ya (entre otras Leticia Dolera, que da una magistral lección de acierto y sencillez narrativa en su artículo en Píkara), pero en la fiesta del cine español, en el día en el que más se habla de esa industria en este país, la reinvidicación española fue más feminista que nunca y sus aledaños tan machistas como siempre. Es difícil, lo sé. Que puedes ir en traje y zapatos si quieres (¿no era mejor que todas las actrices salieran a presentar en zapato plano que el que Dani Rovira se pusiera tacones durante dos minutos?), pero parece que no. Que no vale. Que no cuentas. Que no eres eso, decente. Que no vas a salir en ninguna parte y que no vas a ser parte de la alfombra roja, de la gala. Que se acabó la fiesta.
Además de que ¿por qué no? arreglarse puede ser divertido. Muy divertido. Forma parte del juego, del disfraz, de esa noche especial. A muchas mujeres les gusta ir en deportivas, nos gusta. Y también les gusta ir en tacones, nos gusta. Esa es parte de la reivindicación, de la dicotomía en la que vivimos. Pero que sea cuando queremos, el rato que queremos y porque queremos. No se imaginan la de chicas (también actrices, muchas) que, a las tres, a las seis de la mañana, paseaban por el Marriott con un vestidito a media pierna y unas deportivas. Tampoco se imaginan cuántas acabaron con sus taconazos. Solo queremos elegirlo nosotras mismas. Y, si queremos, que acaben doliéndonos los pies de tanto bailar.