Yo soy 'terrorista'
No, no es servilismo: es protocolo. Es esa herramienta que ayuda a escenificar el poder: el que tienen ministros como el señor Margallo que, sin embargo, se suben por las paredes cuando el protocolero terrorista no les pone en la mesa presidencial o no les busca el mejor sitio en la primera fila.
Imagen del ministro en otra aparición en el programa Espejo público
Cuando me preguntan por mi trabajo, yo digo que soy técnico en protocolo. Si hay confianza, incluso, que soy protocolera: parece que este término -inventado- tiene un aire algo más folclórico, lo que rebaja un poco esa impresión a rancio que a muchas personas le provoca la profesión.
Cuando me preguntan que para qué sirve, yo digo que son una serie de técnicas que ayudan a ordenar los actos para que los invitados a ellos se sientan cómodos y el hecho que se va a celebrar quede lucido, visible y entendible.
Lo que no se me ha ocurrido nunca es decir que soy una terrorista.
Pero eso opina de nosotros el ministro Margallo, y así se lo ha contado recientemente a Susana Griso en una entrevista en el programa Espejo Público de Antena3. Y lo dice porque porque "los de protocolo" le sentaron en un determinado lugar y como "ya se supone" que debería saber la presentadora, "la diferencia entre el protocolo y un grupo terrorista es que con un grupo terrorista se puede negociar de vez en cuando" y "con los de protocolo, no".
Yo he sido jefa de protocolo de un Ministerio, del de Justicia, y sé que en el Ministerio del señor Margallo también hay protocoleros que, como esta terrorista, habrán negociado para su ministro inauguraciones, cortes de cinta, primeras piedras, firmas de convenios, visitas a instituciones..., procurando que el papel reservado para él en estos actos institucionales lo hiciera con comodidad, informado de todos los detalles y conociendo a todos los que intervenían; le habrán montado las mesas para cientos de reuniones, buscando que tanto a él como a todos los que se sentaran en esas mesas, no les faltara nada: desde papeles a café; le habrán acompañado de viaje, siempre por delante, para que a su llegada todos estuvieran en sus puestos para recibirle; le habrán llevado los papeles de las intervenciones para que no las cargara y que en las fotos que le pudieran hacer saliera... perdiendo los papeles; le habrán seguido a pocos metros por si necesitaba soltar un abrigo o pedir un bolígrafo....
No, no es servilismo: es protocolo. Es esa herramienta que ayuda a escenificar el poder: el que tienen ministros como el señor Margallo que, sin embargo, se suben por las paredes cuando el protocolero terrorista no les pone en la mesa presidencial, no les busca el mejor sitio en la primera fila, no le negocia meter las moneditas en la urna de una primera piedra, no le sientan al lado de alguien que les interesa en una comida, no desayuna al lado de un importante empresario en los desayunos de prensa de las mañanas de la capital, no le recibe alguna autoridad de mayor rango, no acude el alcalde de turno a ponerle la alfombra roja.... ¡Ya procuras, ya, que el protocolo te ayude a limar asperezas, a encajar al señorito en el puesto que pretende o a tranquilizar al anfitrión al que has dejado plantado por alguna urgencia de última hora!
No, señor ministro: el protocolo no es un arma arrojadiza. Es un insterumento de paz.