Carta abierta al señor presidente de España
Nada me gustaría más que poder volver a mi país a devolverle la inversión que ha hecho conmigo. Pero no a cualquier precio ni de cualquier manera. No al precio que usted nos haría pagar a mí y a los que están en mi situación.
Señor presidente,
Soy un músico de 27 años, nacido y formado parcialmente en España, aunque acabé mi formación en el extranjero, donde vivo y trabajo desde hace unos pocos años. Como yo, somos muchos los españoles con un nivel de formación alto que estamos trabajando ahora mismo en muchas ciudades europeas, de todos los campos y en todos los sectores, públicos y privados. Conozco matemáticos, físicos, ingenieros, pero también filósofos, periodistas, historiadores, y por supuesto músicos. Mi situación no es ninguna novedad ni supone un caso raro. Yo he hecho lo que hicieron y hacen muchos en muchos lugares del mundo y en muchas épocas: emigrar. Sin ir más lejos, España ha sido un país de acogida, durante los últimos quince o veinte años, para gente que llegaba en busca, sobre todo, de un futuro mejor para sus hijos.
Al margen de que la situación es realmente compleja y de que reconozco que su tarea no es fácil, tengo que decirle que me ha sorprendido y decepcionado mucho cómo se gestiona la crisis desde su Gobierno. Supongo que cuando tomó decisiones como recortar drásticamente el presupuesto de investigación lo hizo sabiendo que eso provocaría la huida de muchos investigadores a otros países. Si no lo era antes, ahora ya debe de ser consciente de una cosa: está perdiendo lo mejor de este país, su capital humano, joven y bien preparado. El Estado ha formado mucha gente, y muy bien (estamos de acuerdo en que se puede mejorar, pero globalmente el resultado es positivo), y la está perdiendo. Otros países están aprovechándose de ese capital, por culpa de sus recortes.
Pues bien, como le he dicho, me encuentro a menudo con colegas de muchas naciones en mi misma situación, que no pueden trabajar en su propio país. Pero hay un hecho diferencial español, que viene sucediendo desde que usted está tomando medidas. Mis colegas italianos, por ejemplo, anhelan con volver a casa, quieren devolver a sus conciudadanos algo, pagarles con conocimiento lo que el Estado, en nombre de todos, hizo por ellos. Desde que usted está tomando las medidas más duras, cada vez hay más españoles que ni pueden ni quieren volver a su país.
Mucha gente, como yo, estamos trabajando y siendo valorados en el extranjero. No somos ricos, pero tenemos una cierta calidad de vida, una justificación profesional, a veces simplemente una salida a nuestros estudios. En un mundo moderno, la nostalgia no se apodera de nosotros y el contacto con la verdadera patria, que son la familia y los amigos, no se pierde gracias a internet y a los vuelos low-cost. Quiero insistir en los detalles de los tópicos de vivir afuera porque me parece que usted no ha vivido nunca fuera de España, y corríjame si me equivoco. La calidad de vida no la da sólo el sol y la verdura fresca. La calidad de vida se define también por el salario, las condiciones de trabajo, el acceso a la cultura. El transporte público, las escuelas para nuestros futuros hijos, la sanidad de calidad.
Todos estos servicios, incluidos los "tópicos" e intangibles, estaban en un lado de la balanza cuando yo me fui de España, y pesaban mucho. Al otro, evidentemente, estaba la imposibilidad de vivir aquí de mi trabajo y que sigue sin estar. Pero teníamos un cierto equilibrio o, al menos, la esperanza de la compensación a medio plazo. Ahora mismo, usted ha quitado tanta masa a esas primeras cosas que la balanza se ha desequilibrado, y no tengo ninguna razón para volver en un futuro próximo. Si decidiera hacerlo, me esperaría una sociedad mucho peor formada que cuando me fui, una educación para mis hijos más empobrecida y masificada, una sanidad pública desmantelada, unas leyes laborales muy desfavorables para los trabajadores... Son las consecuencias de las medidas que usted está tomando, aunque parece que las toma "obligado por las circunstancias". Fíjese, después de los últimos recortes, ni siquiera sería atractivo para mí estudiar para pasar otros procesos selectivos y volver como funcionario, puesto que ellos son ahora los trabajadores más maltratados de este país a los que usted ha estigmatizado como culpables e insolidarios.
Recuerdo que, cuando me dieron una beca de la fundación La Caixa para pasar dos años en París estudiando, el rey Juan Carlos, y no crea que siento un especial aprecio por él después de lo que hemos sabido de él y de sus familiares, nos dijo a todos los becarios en su discurso el día de la entrega oficial de los diplomas: "Id al extranjero, aprovechad, aprended..., pero, por favor, volved. Os necesitamos de vuelta". Sinceramente, si nos necesitan de vuelta demuéstrenlo. No con palabras, con acciones y con partidas presupuestarias. Desde fuera no resultan nada creíbles ni convincentes sus promesas de futuro, porque van acompañadas de los gestos contrarios. Parece más que su Gobierno ve en esta crisis la oportunidad ideal para hacer esas reformas a favor de las empresas, de los patronos, de los mercados, que de rescatar globalmente al país del atolladero en que está.
Bueno, pues si a pesar de todo sigue adelante con esas reformas, espere un país de empresarios ricos y trabajadores pobres. De gente con dinero y sana, y de gente pobre y sin acceso a la sanidad. De élites afortunadas bien formadas y de mileuristas empobrecidos o parados sin acceso a la educación de calidad. Pero no espere un país con gente capaz de innovar en esas empresas y convertirlas en competitivas. No espere un país capaz de crear conocimiento ni riqueza a largo plazo, puesto que nosotros no volveremos para colaborar con este desmantelamiento, y usted no tendrá aquí la gente capaz de formar una nueva generación como la que tenía y que se está yendo.
Nada me gustaría más que poder volver a mi país a devolverle la inversión que ha hecho conmigo. Pero no a cualquier precio ni de cualquier manera. No al precio que usted nos haría pagar a mí y a los que están en mi situación.
Atentamente,
Marc G. Vitoria