¿Pero cómo nos ha pasado esto?
Me preocupa mucho la manera en que se están haciendo las cosas. El método, la técnica de gobierno, las formas, no están siendo las mejores. El debate político, mediocre. Vuelven los insultos. Otra vez. Lamentable.
Fuimos un país de éxito. Un ejemplo internacional de cómo conseguir una transición pacífica desde la dictadura de Franco a la democracia parlamentaria del Rey Juan Carlos. En momentos muy críticos evitamos que nos interviniera el FMI gracias a los Pactos de la Moncloa. El mundo descubrió que España enterraba los estereotipos habituales y nos comportábamos como ciudadanos capaces de superar grandes dificultades.
Queríamos ser modernos. Olvidarnos lo más rápidamente posible de la mediocridad del franquismo. Conseguimos entrar en la Comunidad Europea con el aprecio de nuestros socios por nuestro europeísmo constructivo. Se desarrolló un profundo sentimiento de autoestima colectiva cosa difícil de conseguir entre los españoles. Podíamos con todo. Nos pusimos de moda. Nos sentíamos bien.
Ahora, hemos descubierto con estupor que muy pocos se fían de nosotros. Nuestras cuentas nacionales nos las tienen que hacer otros. Nuestra economía se concibe desde fuera y será vigilada permanentemente porque consideran que no seremos capaces, nosotros solos, de hacer cumplir los compromisos adquiridos. Se utiliza a España, en las campañas electorales de los vecinos, como el mal ejemplo que hay que evitar en la Unión Europea. El potentísimo espacio informativo anglosajón nos coloca en la categoría de países PIGS, partidarios del despilfarro y la falta de rigor en las cuentas públicas. Definitivamente ya no estamos de moda.
Comprendo que esta introducción pueda irritarnos y sonar a caricatura. Creo, sin embargo, que está bastante cerca de la realidad. Tengo relaciones académicas con universidades y centros especializados de distintas partes del mundo donde colaboro como profesor. Viajo pues, a menudo, fuera de España y tengo que participar en reuniones y seminarios donde intento explicar lo que ocurre en la Unión Europea y de un modo particular en España. Siempre, en los debates con mis alumnos se reproduce la misma pregunta: ¿Pero que les ha pasado a los españoles? ¿Cómo han llegado a esta situación?
Hay muchas causas y muchas explicaciones, pero lo que me preocupa es la tendencia que se está desarrollando en nuestro debate público a considerar que nuestros males han sido provocados por "los otros". Nos va mal por la avaricia de los especuladores; por la intransigencia de Angela Merkel; por el desorden y la incapacidad de la Unión Europea; por la falta de una gobernanza global. Nos va mal porque no nos quieren, llegan a decir los más extremistas.
Lo siento pero esta deriva es lo peor que nos podía ocurrir. La tentación de echarle la culpa de nuestros males patrios a terceros ha sido una excusa muy socorrida en nuestra historia. No podemos engañarnos, lo que nos está pasando se debe en su mayor parte a nuestros propios errores y a nuestras propias carencias.
Son nuestros propios problemas internos los que explican por qué hemos llegado a esta situación. Así pues las soluciones deben salir fundamentalmente de un análisis y un debate interno que dejen lo más claro posible las causas de lo que nos ha pasado y cuáles son las soluciones.
Me parece urgente establecer un cuadro general de nuestra salud como país. Deberíamos movilizar toda la intelligentsia de nuestra sociedad para realizar este examen general y sacar las conclusiones que nos permitan rehacer un nuevo proyecto de país para los próximos 50 años. Lo que nos ocurre es algo muy profundo que nos está lastrando dramáticamente como sociedad.
La crisis económica no solo está poniendo de manifiesto los errores de diagnóstico y de gestión que hemos cometido y seguimos cometiendo. También que no disponemos de un sistema político adecuado para vivir con tranquilidad y defender convenientemente nuestros intereses en este nuevo espacio del mundo globalizado. Parece como si no hubiéramos sido capaces de comprender los enormes cambios que se han producido en los últimos años y nos hemos despertado abruptamente con la angustia de una crisis que nos sitúa en un horizonte sin un futuro claro.
El ejercicio de búsqueda de las causas que nos han llevado a esta situación debería ser un ejercicio sin concesiones. Me explicaré a través de dos expresiones bien conocidas de la opinión pública. Felipe González, con su" España funciona" en los buenos momentos de la adhesión a la Comunidad Europea y el subsiguiente proceso de modernización de la economía española. José María Aznar, con su "España va bien" consolidando una economía robusta y nuestra entrada en el euro. Pues bien, la crisis nos ha desnudado: ni España funciona, ni España va bien.
No pretendo ser derrotista. Al contrario, estoy convencido que el mayor deseo de nuestra opinión pública es que se inicie este gran debate nacional por muy crudas y duras que pudieran ser las conclusiones. Sinceramente pienso que es la única manera de responder a la tremenda irritación ciudadana que está creciendo por días.
Hay que pasar por el tamiz todo. Tenemos que revisar a conciencia cómo funciona el Estado español, nuestras instituciones, nuestro sistema político, nuestros bancos, nuestra universidad, nuestra economía, nuestra posición en la Unión Europea, en el mundo. También deberíamos reflexionar bastante sobre nuestros valores como ciudadanos.
Conozco ya algunas respuestas a esta demanda. "No es tiempo de autoflagelarnos. ¡Tampoco estamos tan mal!", me dirán algunos. "Es un truco para terminar con las autonomías", me dirán otros. "Es inútil, somos así, no tenemos quien nos arregle", concluirán los más escépticos.
La solución está dentro de España y debemos encontrarla nosotros mismos. Sería lamentable que nos situáramos, por nuestras propias incapacidades, en el papel de país en permanente ajuste estructural que necesita ser vigilado y controlado desde fuera. Sería un gran fracaso colectivo.
Me preocupa mucho la manera en que se están haciendo las cosas. El método, la técnica de gobierno, las formas, no están siendo las mejores. El debate político, mediocre. Vuelven los insultos. Otra vez. Lamentable.