Alexander Hleb y el accidente de Chernóbil
El joven Alexander Hleb lo intentó como nadador y como gimnasta, pero no llegaba al nivel que exigía la maquinaria soviética. Con catorce años, ya con la URSS rota y siendo Bielorrusia un país independiente, probó suerte con el fútbol. El Barça pagó 15 millones por su fichaje en 2008. Chocó con Guardiola.
Alexander Hleb (izq) pelea por el balón contra el jugador del Bayern de Munich Luiz Gustavo (dcha) el pasado 2 de octubre. Foto: VIKTOR DRACHEV / AFP.
Nunca recorrer una distancia de 500 kilómetros había inquietado tanto a la familia Hleb. Era 1986 y el padre de Alexander y Vyacheslav tuvo que abandonar Minsk, la capital de Bielorrusia, poner rumbo al sur y llegar a Chernóbil, la ciudad ucraniana junto a la frontera entre ambos países. Dejaba en casa a su mujer y sus dos hijos; su Gobierno le reclamaba. Durante una prueba en el reactor 4 de la maldita central nuclear había llegado la catástrofe. Un accidente sorprendió a los extenuados trabajadores de aquel peligroso lugar y acabó con la vida de 31 personas, y la evacuación de más de cien mil. El setenta por ciento de la contaminación, por capricho del viento, llegó a la vecina Bielorrusia, y había que actuar pronto. Entonces ambas naciones formaban parte de la inmensa Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, y el régimen no diferenciaba entre bielorrusos, ucranianos ni ninguna otra pieza del puzzle comunista. Aquel 26 de abril cambió la vida de los Hleb. El cabeza de familia, hasta entonces tripulante de un petrolero, fue obligado a acudir a los trabajos de destrucción y reconstrucción en Chernóbil, como muchos de sus compatriotas.
A su vuelta todo fue peor. El señor Hleb regresó afectado por la radiación con unos extraños problemas de visión y de garganta. Su mujer, albañil, tuvo que alicatar más cuartos de baño que nunca para que su familia saliese hacia adelante y superase el golpe. Por entonces Alexander cumplió cinco años, y como muchos pequeños en la URSS, era apremiado para destacarse cuanto antes en alguna disciplina atlética. Como en todos los regímenes comunistas, la mejor manera de demostrar el vigor de un pueblo era a través del éxito deportivo, y en las escuelas se encargaban de motivar a los alumnos para que se esforzaran en sus entrenamientos. El joven Hleb lo intentó como nadador y como gimnasta, pero no llegaba al nivel que exigía la maquinaria soviética.
Con catorce años, ya con la URSS rota y siendo Bielorrusia un país independiente, probó suerte con el fútbol. Pasó una prueba en las categorías inferiores del Dinamo de Minsk y comenzó a jugar. Tenía talento y técnica gracias a sus largas pachangas callejeras sobre la nieve de la gris Minsk, pero le fallaba el físico. Era delgado, débil, y eso no gustaba a sus compañeros y técnicos. Tras los entrenamientos volvía a casa mitad enfadado mitad motivado; sabía que era mejor que ellos, pero necesitaba ser más fuerte. Una prolija adolescencia le hizo alcanzar el 1,85 de altura y con diecisiete años llegó su momento. El BATE Borisov se lo llevó a su primer equipo y un año después ya se había convertido en una estrella en Bielorrusia. Ganaron el campeonato nacional y unos ojeadores alemanes se fijaron en aquel enjuto futbolista hijo de una albañil y un marinero afectado por las radiaciones de Chernóbil: Alexander Hleb era nuevo jugador del Stuttgart. Cinco años en el club alemán le elevaron a la élite europea. Contratos publicitarios, salarios millonarios... Hleb ya era un icono en su país y los que años antes le insultaban ahora mataban por una camiseta firmada.
La progresión no paraba y se marchó al Arsenal. Encandiló a la Premier League de tal manera que el Fútbol Club Barcelona pagó quince millones de euros por su fichaje en 2008. Chocó con Guardiola, y con uno de los mejores equipos de la historia del fútbol, lo que motivó que tal y como subió al cielo balompédico, ahora bajase a la tierra lanzado. Lo intentó de nuevo en el Stuttgart, Birmingham City, Wolfsburgo y Krylia Sovetov, pero ya nunca fue igual. Hoy ha vuelto al BATE Borisov, equipo que está sorprendiendo en la Liga de Campeones, y su selección nacional, tras dos años de ausencia, ha vuelto a contar con él. Con 31 años, Alexander, el niño que se fajaba en la nieve de Minsk, se enfrenta hoy a muchos de sus compañeros en el Barça. Bielorrusia-España, ¿volverá Hleb?