Suárez por ejemplo
Presumía de haberse licenciado en Derecho sin leer un libro, lo que destaca su carácter pragmático. Declaraba su sed de poder sin pudor alguno, aun con cierta satisfacción: se sabía preparado para ejercerlo con eficacia y responsabilidad. Y la historia, en este punto, le da la razón.
Sin la figura de Adolfo Suárez la Transición hubiera sido otra cosa, probablemente más convulsa, más violenta. Transformó el sistema desde dentro, estrechando la mano a unos y otros para que España se precipitara, pacíficamente, hacia la democracia. Hacia una democracia.
Aquella democracia es ésta que se nos desmorona. La carcoma de la corrupción y los crueles y muy lógicos mercados que nos gobiernan desde 2010 han instalado en la sociedad no sólo el descreimiento político, sino también una desilusión por el futuro que poco ayuda a mejorar la situación.
Los políticos que protagonizaron la Transición representaban efectivamente a los distintos sectores de la sociedad. No luchaban por los intereses de su casta ni por los suyos propios: apostaron, cada cual desde su plaza, por el bien común. Esto es algo que se ve claro en la figura de Adolfo Suárez, a quien, por el papel que decidió jugar en aquellos años, podemos considerar como máximo exponente de aquella generación (aun siendo uno de los más jóvenes).
Bucear en la figura de Adolfo Suárez (así como en la de Santiago Carrillo) para la elaboración del texto de El Encuentro, me ha dejado de manifiesto todas las virtudes de este personaje singular; también las sombras, porque no se debe dudar de que este político que prosperó en los años de dictadura también tiene un lado umbrío. Presumía de haberse licenciado en Derecho sin leer un libro, lo que destaca su carácter brutalmente pragmático. Declaraba su sed de poder sin pudor alguno, aun con cierta satisfacción: a fin de cuentas, se sabía preparado para ejercerlo con eficacia y responsabilidad. Y la historia, en este punto, le da la razón. Hoy despedimos a un político cuya significación aumenta año tras año: despreciado hasta por los suyos a comienzo de los ochenta, es a día de hoy admirado por todos, al margen de ideologías.
La democracia que Suárez ayudó a construir se nos tambalea. Ya no hay políticos como los de antes: tampoco son los mismos tiempos, es cierto, pero tal vez fuera bueno que los políticos de hoy aprendieran de aquellas grandes figuras, cuya palabra tenía un valor.
Hoy debemos rendir justo homenaje a un señor que no se mostró sumiso ante las presiones sino firme en su esfuerzo por construir una sociedad mejor. Lo pagó muy caro: en 1981 se vio forzado a presentar su dimisión como presidente del Gobierno. Sin lugar a dudas, sobran los motivos para considerar a Adolfo Suárez todo un ejemplo.