Ya era hora, Pepe
Esta noche se entregan los Premios Goya del cine español. Nadie duda que José Sacristán recibirá una gran alegría. Hay razones contundentes para que el suyo sea un Goya tan cantado.
Esta noche se entregan los Premios Goya del cine español. Nadie duda que José Sacristán recibirá una gran alegría. Hay razones contundentes para que el suyo sea un Goya tan cantado: Sacristán lo borda en El muerto y ser feliz y, después de 26 años de premios, él no había sido candidato ni una sola vez.
Pepe Sacristán es uno de los actores españoles más admirados y todo un mito en lugares como Argentina. Ha cruzado épocas muy variadas de la vida de España y de su cultura, en las que siempre ha disfrutado de un protagonismo muy revelador. Cuando hace tres años, en las Jornadas de Cine de La Almunia de Doña Godina, se dedicó un monográfico al cine de la Transición se pensó, con razón, que Pepe era el mejor premio Florián Rey posible.
Era muy raro que hasta ahora sus compañeros de la Academia del Cine Español -que él contribuyó a fundar- no le hubieran distinguido de ningún modo. Fernando Fernán-Gómez nunca entendió, por ejemplo, que entre las numerosas candidaturas a los Goya de El viaje a ninguna parte no figurara el formidable trabajo de Pepe. Pero Pepe también ha heredado de Fernán-Gómez ese lúcido escepticismo que le permite relativizar todo lo que merece la pena ser relativizado. Los premios son de esas cosas por las que no conviene darse mucho mal. Si a Pepe le preguntan por la displicencia de la Academia, él responde con mucha gracia: "Sí, a mí también me extrañaba que no me nominaran, pero lo atribuía a que, desde que existen los Goya, me he dedicado, sobre todo, al teatro. Hasta que reparé en que tampoco me habían nominado nunca a los premios del teatro español".
El Goya por la película de Javier Rebollo va a ser una manera, también, de lavar la mala conciencia que los profesionales españoles sienten con él. ¿Pero cómo es posible que nunca le hayamos premiado? Eso es lo que muchos se habrán preguntado mientras señalaban su casilla en el formulario de los Goya. Eso es lo que muchos pensarían cuando en enero recibió el premio José María Forqué por Madrid, 1987, de David Trueba. Resulta curioso que él, que ha protagonizado tanto cine popular, haya sido aclamado "oficialmente" por dos películas tan extrañas, arriesgadas, atractivas y salvajes.
Hace unas semanas Pepe representó en el Teatro Principal de Zaragoza Yo soy Don Quijote de la Mancha y compartí muchos ratos con él. Le conocí en el verano del 84, en el Parador de Sos del Rey Católico, unos minutos después de haber conocido a Luis Berlanga. Se rodaba La vaquilla. Le hice una entrevista y luego convivimos durante casi un mes en aquel rodaje que tantas alegrías me dio. Entre otras, tratar a un tipo como él, culto, cinéfilo, generoso y excelente charlista. En el otoño de ese año vino a Zaragoza con Assumpta Serna a presentar Soldados de plomo, su debut como director. Fue otro día clave: Alejo Lorén, el cineasta de Caspe, nos llevó al Plata, el café cantante sobre el que Alejo dirigió un corto. Era la primera vez que yo me asomaba a ese lugar del que tan a menudo no he querido salir. Pepe escuchaba boquiabierto a Mary de Lis y Marga Castillo: siempre proclama que él es una tonadillera frustrada.
Pepe desliza que él y yo somos "hermanos en Fernán-Gómez". Fernando, esa obsesión, siempre ha sido la estrella de nuestras charlas. Sobre todo, cuando coincidíamos en las fiestas que Fernando convocaba en su casa para celebrar su cumpleaños y la Nochevieja, esas noches que tanto extrañamos. "Estoy en segundo de Fernán-Gómez", dice Pepe.
A Pepe le encanta hablar de todo lo que le ha marcado a fuego en esta vida. Pepe nació en Chinchón en 1937, en plena Guerra Civil. Tiene 75 años pero son asombrosos. Su padre Venancio fue un comunista al que conoció en la cárcel cuando era un niño. Pepe fue uno de los muchos españoles que sufrió hambre calamidades y sabañones. Durante años compartió habitación con sus padres, su hermana y otros dos parientes en un piso con derecho a cocina. Pepe admite que tiene paladar de pobre: todo le sabe bueno, tal vez porque creció con la certeza de que era un lujo cualquier alimento que se podía llevar a la boca. En los primeros años 60 interpretó en el teatro Calígula, al lado de José María Rodero, quien, en una escena de la función, se comía un muslo de pollo. Pero, en realidad, Rodero fingía que se lo comía y se limitaba a acercárselo a los labios: ese muslo de pollo era la única comida de Pepe. Pepe, para subrayar la importancia de tener claras las prioridades, recuerda una frase de uno de su pueblo, el señor Tomás: "Lo primero es antes". Y, en aquella época, la prioridad número uno era la pura supervivencia. Pepe era comunista pero casi todos los directores que le dieron trabajo eran franquistas: Lazaga, Ozores, Sáenz de Heredia. Pepe es un tipo muy agradecido y tiene buena memoria: si a alguien se le ocurre ahora maltratar a esos cineastas, él saca las uñas. Pepe siente un pinchazo cada vez que ve un libro del Círculo de Lectores: él fue uno de los primeros vendedores a domicilio de esa empresa, un empleo que le sacó de bastantes apuros. Pepe siempre lleva consigo la pequeña libreta de hojas cuadriculadas en la que, a finales de los años 50, escribía frases que leía en un libro en el que Stanislavski detallaba su método de interpretación. De vez en cuando, las relee, quizá para no olvidar adónde quería llegar cuando aún no era nadie.
El otro día, en Zaragoza, el taxista que nos cogió en la estación de Delicias le reconoció de inmediato y le soltó algo que resume muchas sensaciones: "Hombre señor Sacristán, qué honor llevarle en mi taxi. Ya sé que le van a dar a usted el Goya. ¿Sabe qué le digo? Que ya era hora".
Este artículo ha sido publicado originalmente en el diario 'El Heraldo de Aragón'.