Memorias de Adriana
La serie 'El tiempo entre costuras' ha confirmado a Adriana Ugarte como una actriz superlativa e hipnótica, de la estirpe de las más grandes. Es una superprofesional que procura huir del lado más insustancial de su mundo. No le van las fiestas, ni las galas, ni los estrenos, ni la gente falsa.
Entre las melodías más populares de la historia de España nunca he visto señalada una que sin duda lo es: la sintonía de Movierecord. Habrá muy pocos que no sepan tararearla. Su autor se llama Josep Llobell y tal vez ignore algo: él tiene un poco que ver con que Adriana Ugarte sea actriz. Adriana, de niña, iba muy a menudo al cine con sus padres y, cuando escuchaba esa música antes de las películas, se venía arriba y la bailaba. Un día decidió que ella quería pertenecer al mundo que le inspiraba esa sintonía. Es el caso más excéntrico y divertido de nacimiento de una vocación que conozco. Adriana fue muy especial desde el principio.
Cuando Adriana dejaba caer que quería ser actriz, sus amigas no le prestaban atención. Tenía fama de ser una niña muy fantasiosa. A su primer "novio", Alfonsito, lo conoció a los ocho años. Una tarde de verano, en Marbella, Adriana le propuso a Alfonsito jugar a casarse y representaron la boda delante de los amigos. Ese pudo ser su primer gran papel. Adriana era fantasiosa pero también muy buena estudiante. Le encantaba estudiar, leer, escribir, conversar y ver películas. Esas cosas estaban en el ADN de su familia alegre y cultivada.
Adriana es sobrina nieta del escritor guipuzcoano Eduardo Ugarte, una gran figura de la cultura española de los años 30 y uno de los mejores amigos de Federico García Lorca y Luis Buñuel. Con Lorca fundó La Barraca y con Buñuel colaboró en la productora Filmófono y escribió el guión de Don Quintín el amargao, una versión de la obra de su suegro, Carlos Arniches. El padre de Adriana es juez de la Audiencia Nacional, su hermano abogado y su madre escritora, autora de un par de novelas. En la familia de Adriana siempre se han visto las películas en versión original.
Adriana debutó con 16 años en Mala espina, un corto de Belén Macías. Su gusto por la formación y el estudio se mantenían intactos: aprendió danza, flamenco, inglés, piano, canto e interpretación y se matriculó en Filosofía y Letras. Su primer largometraje, Cabeza de perro, lo rodó con 20 años y ya llamó la atención: fue nominada en los Goya como actriz revelación. Desde entonces, Adriana ha vivido dos carreras paralelas, como si hubiera dos Adrianas. Una es la actriz de culto de películas como Castillos de cartón, Lo contrario al amor o Combustión; la otra es la intérprete que ha cautivado a millones de españoles en las series La señora y, ahora, El tiempo entre costuras. Adriana, en cualquiera de las dos versiones, es una actriz superlativa e hipnótica, de la estirpe de las más grandes.
La primera vez que me encontré a Adriana fue en un plató de televisión, antes de una entrevista. Entró en la sala de maquillaje con una chispa inolvidable. Adriana es tímida pero también muy graciosa, desinhibida y audaz. En Castillos de cartón ella, Biel Durán y Nilo Mur tenían que aparecer desnudos en varias secuencias y Adriana, para romper pudores, propuso librarse de la ropa ya en los ensayos.
En aquella temporada en la que la conocí, hace casi cinco años, compartimos muchos viajes, charlas, risas, películas y canciones en Melilla, Jaén, Málaga, Madrid o Tudela. Íbamos a esos lugares a hablar de cine y acabábamos hablando de todo, como siempre que se habla de cine. Charlar de amor y de sentimientos es muy fácil con ella. Lo ha hecho con sus padres desde cría, con una gran naturalidad. Cuando le digo que, entre la gente de mi generación -y no digamos de las anteriores- los sentimientos solían ser un tema tabú en las conversaciones con los padres, Adriana se sorprende un poco. En lo que sí se parece bastante a mi generación, o al menos a mí, es el gran chasco que sufrió al descubrir que los amores de la vida real no eran tan sencillos y felices como a menudo parecían en las películas. Otra de sus grandes pasiones es la música. Adriana compone y canta canciones con su voz delicada y a ratos rasgada. En Tudela hay un restaurante, el L & L, regentado por una madre (Lola) y una hija (Laura), que, a las primeras de cambio, se arrancan a cantar coplas y boleros. En el L&L guardan un gran recuerdo de Adriana. Allí, en una larga sobremesa de sábado, con el añorado Jorge Berlanga, nos dimos a la canción y Adriana nos dejó con la boca abierta. Adriana es una chica nacida a mediados de los 80 pero muchas de sus debilidades son de la época en la que se ambientan las series que la han consagrado: los discos de Imperio Argentina, Miguel de Molina y Concha Piquer están en la estantería de su casa. Su lado vintage es muy acusado. En los días de Tudela Adriana buscaba cosas para decorar su nuevo piso y fuimos a por ellas al almacén de un anticuario de la ciudad.
Adriana, Adri, admira a gente como Manolo Vicent. Me apeteció que se conocieran y una tarde, hace cuatro años, quedamos con Manolo en el Café Hispano de Madrid. Manolo se quedó muy impresionado con Adriana. No era normal que una chica que podía ser su nieta mostrara tal complicidad, tantas afinidades inesperadas. El año pasado Manolo publicó El azar de la mujer rubia, un excelente retrato de la Transición. Los presentadores del libro en Madrid fueron David Trueba, El Roto y Adriana Ugarte. Dijo Marlene Dietrich: "Cuando se es joven y estúpida -cualidades que normalmente van unidas-, no se es sensible a los seres excepcionales". Adriana es exactamente lo contrario del tipo de chica que insinúa esa frase
Adriana es una superprofesional que procura huir del lado más insustancial de su mundo. No le van las fiestas, ni las galas, ni los estrenos, ni la gente falsa que besa mientras se deshace de envidia. Le ponen mala los abusos y las injusticias. Desdeña el delirio de las redes sociales y abomina del anonimato en Internet y de la vileza de la prensa basura. Adri adora a sus dos perras y a sus amistades de siempre, a las que, de vez en cuando, convoca en casa para que prueben la tarta que ella misma prepara.
El próximo viernes 17 de enero Adri cumple 29 años. Como cuando era pequeña, le da muchas vueltas a las cosas y está llena de proyectos. Entre ellos, estrenar su carné de conducir, lanzar como diseñadora la línea de lencería Peachy -el nombre de una de sus perras-, rodar una película en Canarias dirigida por Andrés Luque y Samuel Martín Mateos y lograr que el torbellino de El tiempo entre costuras, lejos de paralizarla, le estimule para ser cada vez mejor. Otra de sus ideas es terminar los dos cursos que le quedan de Filosofía y Letras. Si vuelve a la universidad, alguien debería rodar el plano de la cara de sus compañeros cuando vean a Adri entrar en el aula el primer día de clase.