Mara Torres y el chico del paraguas
Me pregunto cuántas veces habrá leído el chico del paraguas 'La vida imaginaria'. Lo visualizo en su mesa de arriba, solo pero casi feliz por estar tan cerca de Mara. Mara ha sido exquisita con él pero sin calentar ningún equívoco. Sabe muy bien cómo escuchar y cómo mirar a los chicos con paraguas.
Una mañana de primavera. Feria del Libro de Zaragoza. Mara Torres celebra un encuentro con los lectores alrededor de La vida imaginaria, la novela finalista del último Premio Planeta. Durante la charla, en el edificio de Capitanía, en la plaza Aragón, comienza a llover. La lluvia golpea con tal furia sobre la claraboya que a ratos no nos oímos unos a otros. Al concluir el acto la lluvia es mucho más suave. A Mara se le acercan varias personas que le expresan su admiración, la besan, le piden que les dedique el libro y se marchan. Un chico de unos treinta y tantos años se dirige a Mara con una gran sonrisa y le tiende un paraguas. Mara le saluda, muy cordial. Yo pienso que le conoce perfectamente. Pero Mara prefiere ir sin paraguas. Además, solo se trata de cruzar la calle y entrar en la caseta de la librería Los portadores de sueños, en la que Mara va a firmar ejemplares de su libro hasta las dos de la tarde.
Mara conoce al chico del paraguas pero no perfectamente. Me cuenta que se lo ha encontrado en otros lugares en situaciones parecidas. El chico del paraguas vive en Barcelona. Es un superfan de Mara que, esta mañana de sábado, ha viajado en AVE para, simplemente, estar cerca de Mara. Cuando Mara se mete en la caseta de la librería el chico del paraguas se coloca delante de ella y no deja de mirar a Mara durante todo el tiempo. Al lado de Mara están Eva Cosculluela, una de nuestras libreras de cabecera, y Sergio del Molino, que firma ejemplares de La hora violeta. El chico del paraguas ayuda a Eva a colocar el cartel que anuncia el nombre de Mara. Cuando les dejo caer a Eva y Sergio quién es el chico del paraguas, también, como yo, se inquietan un poco. El cine, la tele, la literatura y la propia realidad están llenos de tipos aparentemente inofensivos que acaban dando pocas alegrías.
El chico del paraguas solo se dirige a Mara para soltarle cosas encantadoras o, en un momento dado, para insinuarle que podrían comer juntos. Pero Mara, muy amable, le aclara que ya ha quedado. Mara y Sergio terminan la firma. Caminamos hacia el Restaurante La Scala, en la calle Sanclemente. Sin molestar, a una cierta distancia, el chico del paraguas nos sigue por el Paseo de la Independencia. Llegamos al restaurante. El chico, del que no llego a saber el nombre, entra también. A la comida se incorporan Rafa Artal, Miguel Mena, el escritor malagueño Pablo Aranda y Eduardo Galán, uno de los directores de la revista Mongolia. Con Sergio han venido Cristina y su hijo Daniel. Hemos reservado una mesa en la planta baja. El chico del paraguas se queda arriba. En la planta baja, fuera de nuestra mirada, se encuentran los aseos. Alguno de nosotros acude a los lavabos y descubre al chico del paraguas, que tal vez pensaba que, desde esa zona, podría observar a Mara. Pero, cuando repara en que Mara queda fuera de plano, el chico sube a la planta calle, se sienta en una mesa y come, a solas. Nosotros seguimos con un comecome en el estómago pero Mara no se ha contagiado de nuestra inquietud. Desde el primer momento, Mara ha respondido muy tranquila a la presencia del chico del paraguas.
Hace doce años que Mara comenzó a acumular devotos. En 2001 relevó a Fina Rodríguez en Hablar por hablar, el ya clásico espacio de las madrugadas de la Cadena Ser que inventó Gemma Nierga a principios de los 90. El programa se basa en llamadas de oyentes que se desahogan o buscan ayuda. El horario, el tono y el contenido del programa son un imán para oyentes solitarios, insomnes profesionales, gente a la deriva, seres muy particulares. En la época de Mara rozó los 800.000 seguidores. Durante cinco años Mara atendió las historias de miles de personas -a menudo desesperadas- que encontraron en ella el calor, la empatía y la lucidez que necesitaban como el comer. Luego Mara pasó a presentar en la tele La 2 Noticias y, ahora, también, es la autora de La vida imaginaria, uno de los fenómenos editoriales de los últimos tiempos. Por si fuera poco, Mara tiene una voz preciosa, es muy guapa y transmite alegría y delicadeza. Bien mirado, parece extraño que este sábado no haya más chicos con paraguas persiguiéndola por toda la ciudad. Es natural que Mara provoque ese tipo de fan pendiente de su ídolo cada segundo de su vida. Pero ella convive con serenidad con ese modo de ser querida. Quizá por eso Mara no ha barruntado ninguna clase de peligro en el chico del paraguas.
La vida imaginaria es el tercer libro de Mara pero significa su debut como novelista. En su primer libro reunió algunas de las historias más potentes del Hablar por hablar y en el segundo, Sin ti, contó cómo cuatro personas habían digerido la muerte de seres queridos. Esos dos libros eran hijos de una de las grandezas de Mara: el saber escuchar a los demás e interpretar de maravilla las actitudes ajenas. La vida imaginaria es una ficción que hereda esa virtud: los lectores se sienten tan identificados con la protagonista, Fortunata Fortuna, porque en ella aparecen quintaesenciados los pensamientos, sensaciones, paranoias, desconciertos, perplejidades, zozobras y altibajos emocionales que nos suelen atacar si nos dejan. Como en Sin ti, Mara se centra en el conflicto de la pérdida, en este caso, la del ser que amas. Si eso sucede, si te abandonan, te cambia la mirada hacia el mundo, hacia los demás y hacia ti mismo de una forma muy especial, que Mara ha acertado a retratar con mucha gracia y desparpajo.
Durante la comida me viene a menudo a la cabeza el chico del paraguas. Me pregunto cuántas veces habrá leído La vida imaginaria. Lo visualizo en su mesa de arriba, solo pero casi feliz por estar tan cerca de Mara. En ningún momento me ha parecido contrariado porque Mara no le preste la atención que él seguro sueña. Mara ha sido exquisita con él pero sin calentar ningún equívoco. Mara sabe muy bien cómo escuchar, cómo escribir, cómo ponerse en el lugar de los demás y cómo mirar a los chicos con paraguas.
Este artículo se publicó originalmente en el diario 'Heraldo de Aragón'.