Javier Cámara, maestro
En Vivir es fácil con los ojos cerrados, una delicia de David Trueba, Javier Cámara interpreta a un maestro inolvidable. Machadiano, bondadoso, cándido, alegre y obsesionado por la educación, alguien que encuentra natural acercarse hasta Almería para conversar con John Lennon.
Javier Cámara es un chico de pueblo. La Albelda de Iregua, el lugar de la Rioja donde nació en 1967, tenía unos 2.000 habitantes cuando era niño. Sus padres tenían tres hijos y Javier era el único varón. Javier estudió en Logroño en la Universidad Laboral y salió de allí sin haber aprobado la Filosofía de COU después de repetir curso. El padre tenía planes para Javier: que se quedara en el pueblo y le ayudara en las tareas del campo. A su padre le llamaban El labrador. Pero, como dice Javier, a menudo los padres preparan sueños para sus hijos que los hijos jamás van a cumplir. Javier huyó de su pueblo y se marchó a Madrid, a estudiar Arte Dramático. El gusto por el teatro lo había descubierto en la Laboral y, para su padre, la decisión de Javier fue un gran chasco. Si, ahora, en 2013, la mayoría de los padres de los aspirantes a actores recibe con pánico ese deseo de los hijos, hace 30 años, un labrador de un pueblo de la Rioja lo podía sentir como una calamidad, como un castigo divino.
Javier cuenta una anécdota que retrata muy bien hasta qué punto él era un chico muy de pueblo, un paleto de libro. Llegó a la estación de Madrid con una maleta, una caja llena de chorizos y 25.000 pesetas que le había dado su madre. Preguntó cómo se llegaba al Teatro Real y le aconsejaron que fuera en metro. Javier nunca había ido en metro. Se colocó en el andén. Al llegar el metro, se abrieron las puertas y él entró. Con toda naturalidad, saludó a los viajeros: "Buenos días". En ese instante, la gente se separó de él. Le habían tomado, con esas pintas y saludando, por un vendedor ambulante o un pedigüeño.
Durante muchos años, compartió pisos con sus compañeros de Arte Dramático y con amigos y parientes de sus compañeros. Ya ha perdido la cuenta de los pisos y de las personas con las que convivió: "A veces, me encontraba en la cocina con gente que no conocía de nada". Mientras estudiaba, Javier trabajaba de acomodador en un cine. En 1993 vino a Zaragoza, al Teatro Principal, a representar Dígaselo con valium con Tina Sáinz. Tina me lo presentó y pasamos muchos ratos entre Casa Emilio, el Bambalinas, el Oasis y La Nicolasa. Javier comenzó a ser reconocido por la calle por la serie Ay, señor, señor y su popularidad se disparó con el Rafi, el lacayo friki de Torrente. Desde entonces, Julio Medem, Pedro Almodóvar, Pablo Berger, Isabel Coixet, José Luis Cuerda, Agustín Díaz Yanes, Cesc Gay, Nacho García Velilla o Jorge Torregrosa han sido algunos de los que le han permitido exhibir su talento.
Se acaba de estrenar Vivir es fácil con los ojos cerrados, una delicia de David Trueba en la que Javier interpreta a Antonio, un maestro muy singular en la España de provincias de 1966, justo el país en el que Javier estaba a punto de nacer. En una escuela de Albacete Antonio enseña inglés a su modo: con las letras de los Beatles, el grupo que entonces revolucionaba la música mundial. Pero en esa época los discos no incluían las letras de las canciones y Antonio se las ve y se las desea para comprenderlas. Al saber que John Lennon rueda una película en Almería, Antonio coge su Seat 850 y viaja hasta allí con la intención de charlar con él y preguntarle las dudas que le provocan sus canciones. En el camino, recoge a dos jóvenes que se encuentran en fuga y en ellos descubre una familia inesperada. Vi la película por vez primera en el pase de prensa del Festival de Cine de San Sebastián y la proyección fue una fiesta infrecuente: no es tan fácil que los periodistas y críticos aplaudan y vitoreen mientras desfilan los títulos de crédito.
Vivir es fácil con los ojos cerrados está invadida por la gracia, la hondura, la inteligencia, la sutileza y la melancolía de David Trueba y Javier Cámara hace una interpretación conmovedora. El personaje del maestro está inspirado en Juan Carrión, un profesor de inglés de la Cartagena del 66. En la película su nombre de pila no es arbitrario. Antonio es un maestro machadiano, bondadoso, cándido, alegre y obsesionado por la educación, alguien que encuentra de lo más natural acercarse hasta Almería para conversar con John Lennon. Ese maestro nació en los años 20 y pertenece a esa generación -la de los padres de Javier, de David y los míos- cuya educación recibió un golpe brutal de la Guerra Civil y la posguerra. La gente de esa generación -sobre todo la de la España rural y de provincias- creció mitificando la educación por la sencilla razón de que muchos de ellos apenas la conocieron. Ellos se empeñaron, y de qué manera, en que sus hijos disfrutáramos de la formación de la que carecieron. Para ellos una buena educación no solo permitía alcanzar una vida más confortable que la suya sino, sobre todo, servía para ser mejores personas. Esa generación asocia la educación a la decencia, a la honestidad. Mi madre Felicitas dejó de ir a la escuela en el 36, con 11 años. Ahora, si ve en la tele a algún político chorizo, siempre dice: "Y a ese, ¿para qué le sirve haber estudiado?"
Alguien dijo que con los buenos sentimientos no se podía hacer buena literatura (o cine) pero Vivir es fácil con los ojos cerrados es una magistral -y nunca mejor dicho- evidencia de que eso no es siempre verdad. En Vivir es fácil con los ojos cerrados el malo de la película es el país, la España cafre del franquismo. Pero, por encima de la mugre, se elevan seres tan luminosos como el Antonio de Javier Cámara. Vivimos ahora tan noqueados por la indecencia, la maldad, la oscuridad y el desprecio por el ser humano que resulta muy reconfortante encontrarse con una película tan bella, delicada y humanista que exalta lo contrario. Vivir es fácil con los ojos cerrados incluye algunos guiños aragoneses: los escritores Ismael Grasa y José Luis Melero hacen un cameo y el personaje de Ramón Fontseré -que parece escapado de una película de John Ford-, al evocar su vivencia en la Guerra Civil, asegura que él estuvo en Lechago. Es la primera vez en la historia que Lechago sale citado en una película, algo que puede hacer que el pueblo entero vaya a verla. Eso revela que David es muy poco calculador y que a él le pueden los afectos: si hubiera reparado en la taquilla, habría rendido homenaje, por ejemplo, a Calatayud, donde vive un poco más de gente.
El padre de Javier Cámara murió cuando su hijo grababa Ay, señor, señor y solo pudo verle en un par de episodios. Se fue muy poco antes de que Javier explotara como uno de los grandes. Al contemplar Vivir es fácil con los ojos cerrados es inevitable pensar que el El labrador, al ver a su hijo, se hubiera sentido muy emocionado y feliz.
Este artículo se publicó originalmente en el diario 'Heraldo de Aragón'.