Vivian Maier: de Mary Poppins a Cartier Bresson
El cine siempre está dispuesto a sorprendernos desenterrando los más curiosos fenómenos de la historia. Hace un par de años encontré una cinta titulada Finding Vivian Maier (2013), dirigida por John Maloof y Charlie Siskel, gracias a la cual pude descubrir, y desde entonces admirar, a una gran artista para mí del todo desconocida. La historia, como la de otros documentales sorprendentes de última generación (léase Searching for Sugar Man o incluso Stories We Tell), nos habla de todo un hallazgo, el que realiza un joven investigador en una subasta local.
El cine siempre está dispuesto a sorprendernos desenterrando los más curiosos fenómenos de la historia. Hace un par de años encontré una cinta titulada Finding Vivian Maier (2013), dirigida por John Maloof y Charlie Siskel, gracias a la cual pude descubrir, y desde entonces admirar, a una gran artista para mí del todo desconocida. La historia, como la de otros documentales sorprendentes de última generación (léase Searching for Sugar Man o incluso Stories We Tell), nos habla de todo un hallazgo, el que realiza un joven investigador en una subasta local.
Al igual que en 2004 Fraser Claugthon compró en un mercado una maleta que contenía ni más ni menos que nuevas versiones de We Can Work it Out y Cry Baby Cry, de los Beatles, las cuales habían sido atesoradas por un ayudante de la banda durante su gira en 1976; en 2007 John Maloof, investigador de Chicago, dio con el que sería el encuentro de su carrera: Vivian Maier.
Interesado en el arte y en la historia locales, Maloof decidió imbuirse en la elaboración de un libro que ilustrase el devenir de su ciudad. Para ello se alió con Daniel Pogorzelski con quien comenzó a buscar, arengado por su editor, ilustraciones que pudieran incluir en su obra. Durante más de un año ambos realizaron una exhaustiva labor de exploración, que llevó a un desesperado Maloof a recalar en la casa de subastas RPN Sales.
Por menos de 400 dólares compró una caja repleta de negativos de fotografías sin revelar, cientos de miles de imágenes que pronto vislumbró como auténticas obras de arte. Aunque reveló algunas decenas de ellas, y las puso a la venta a través de plataformas online, no fue hasta que el célebre crítico e historiador Allan Sekula pudo acceder al material, cuando se descubrió que su autora, una tal Vivian Maier, era una auténtica artista de Street Photography del siglo XX.
A través de las distintas pesquisas que compusieron la reconstrucción de la obra de Maier, el espectador descubre quién es esta autora de Nueva York inusitadamente alta, de mirada perspicaz y dotada para la fotografía como pocos artistas coetáneos. Nacida en 1926 en el seno de una familia de ascendencia judía, cuando su padre les abandonó, tanto Vivian como su madre, fueron a vivir con la fotógrafa francesa Jeann J. Bertrand, pionera del arte surrealista, que a buen seguro influyó consciente o inconscientemente en la forja del talante de la artista Maier.
Con poco más de veinte años la joven fotógrafa comienza a ejercer de niñera, labor que marcaría su vida y que supo emplear como herramienta para adentrarse en lo más recóndito de Nueva York primero, y de Chicago después. Cuidadora de niños de los círculos sociales más exclusivos en los cincuenta y sesenta, como institutriz su carácter era estimulante aunque severo, algo que entendían tanto los menores como sus padres, quienes eran instados por Maier a otorgarle una habitación propia con llave, de la que solo ella podía hacer uso para preservar su intimidad.
Lo que no sabían sus contratadores es que Maier realizaba sus incursiones en los ambientes urbanos más vivos durante las horas de cuidado, llevando a sus protegidos de paseo por metros, distritos, callejuelas y espacios de dudosa confianza. A lo largo del documental escuchamos los testimonios de muchos de esos niños, ahora adultos, confesando incluso haber temido el temperamento de Maier, quien se quedaba absorta en su labor fotográfica por encima de cualquier otra dimensión de la realidad. Ni qué decir tiene que los pequeños, testigos de sus creaciones, no podían imaginar que quien les cuidaba no era una niñera al estilo de las que tantas veces ha mostrado la literatura, sino toda una artista a la altura de grandes como Cartier Bresson, Arbus o Doisneau.
Aunque el documental nos muestra parte de su legado (alguna fotografía de los más de 100.000 negativos que se conservan de su obra), lo cierto es que poco se sabe de esta creadora que retrataba el pulso de la vida con su réflex binocular. Esta gran captadora de instantes, de miradas y de sentimientos (amén de ferviente autorretratista), también fue crítica cinematográfica y cineasta amateur, realizando algunas tomas con su cámara super 8. De carácter reservado, sus últimos años fueron de absoluto ostracismo, falleciendo en 2009 sin saber, como casi todos los grandes artistas, la importancia radical de unos negativos que ella, con más carencias económicas que desdén, no se preocupó siquiera por revelar.
Ahora que una porción de su obra se expone en una sala de Madrid y en otra de Barcelona, recomiendo al espectador que visione este magnífico documental que fue nominado al Oscar, sobre una curiosa Mary Poppins de expresión sutil que, con igual magia que la niñera de Pamela Lyndon Travers, supo conquistar el mundo entero con una mirada tan personal como fascinante.