De Mozart y el cine
Resulta seductor que dos de los compositores más célebres de la historia, Mozart y Salieri, ocupen la primera plana de los medios estos últimos días. Porque siempre es saludable que la cultura, cualquiera que sea su vertiente, vuelva acaparar nuestra atención.
Imagen de la película Amadeus, de Milos Forman
Corría el año 1984 cuando Miloš Forman, cineasta y guionista checo, comenzó la filmación de Amadeus. Aunque estuvo rodada en Praga, por la facilidad económica que ofrecía con respecto a su vecina Austria, la película estaba ambientada casi íntegramente en Viena, donde la vida de Wolfgang Amadeus Mozart (Tom Hulce) se desarrollaba entre inspiración, risas hilarantes y conspiraciones recelosas. Adaptada de la obra de teatro de Peter Shaffer, ningún espectador que se precie podrá olvidar la inquina que hacia Mozart mostraba un demencial Antonio Salieri (F. Murray Abraham), un compositor coetáneo dibujado, según la cinta de Forman, como enemigo acérrimo del genio, una animadversión proveniente más por parte de Salieri (rencoroso por el talento del joven prodigio) que, por Mozart, proclive a la indolencia respecto a envidias ajenas.
Si traigo ahora a colación esta cinta, por otro lado admirable, no es solo la cercanía de los Premios Oscar, ya que Amadeus fue valedora de ocho, entre ellos, el de Mejor Película; sino porque se ha descubierto un documento inédito que creen, podría dar al traste con nuestra más profunda avidez conspiranoica. El objeto en cuestión, guardado hasta el momento en Praga, es una partitura titulada Per la Ricuperata Salute di Ofelia, una cantata compuesta en 1785, basándose en los versos del libretista Lorenzo da Ponte. El porqué de su importancia radica en su autoría, ni más ni menos que la de Mozart y Salieri al alimón, y que ha tardado doscientos años en salir a la luz. Como pueden inferir, esta historia tiene todos los visos del mejor film noir. Al siempre excitante hallazgo de una obra desconocida, y su interpretación tras siglos de desvanecimiento y de olvido, se le añaden tintes detectivescos, que rastrean una enemistad legendaria que nos lleva a la Viena del siglo XVIII, donde dos compositores de la corte austrohúngara, viven en constante pugna por conseguir el parabién del emperador José II y la pervivencia eterna de su fama.
A este conflicto imperecedero, que surgió como leyenda en el siglo XVIII, y que tomó forma en el drama Mozart y Salieri (1830) de Alexander Pushkin y la posterior ópera homónima de Nikolai Rimsky-Korsakov (1897), apenas le otorgaríamos naturaleza de hoax hoy en día, de no ser porque ha adquirido corporeidad a través de los siglos, siendo Miloš Forman y el cine del siglo XX los causantes de que esta teoría tenga todavía vigencia. Es más, a Amadeus debemos que el nombre de Antonio Salieri nos provoque cierta antipatía, sabiendo (o creyendo, lo mismo da), que fue él quien dio muerte a Mozart envenenando al genio mientras componía su célebre Réquiem. Solicitado por un extraño que se hacía llamar Franz Anton Leitgeb, esta última composición trajo por la calle de la amargura al artista, quien sospechaba, como se deduce de la obra de Forman, que sería su última pieza.
Sea como fuere, me temo que la leyenda sobrevivirá a lo largo de los siglos, haciendo más y más grande la figura de Mozart. No obstante, que en pleno siglo XXI un hecho musical acontecido hace doscientos años, se convierta en noticia, no deja de ser sensacional. Y es que, cuando parece que ya nada importa, tropezamos impensadamente con el "Largo al factotum della città" de El barbero de Sevilla, en un anuncio de detergente; o escuchamos la "Casta Diva" de Norma, como fondo musical de publicidad para perfumes. Creo que son dos muestras hiperbólicas que dan fe de que no todo está perdido, de que hay alguien a quien le sigue importando la ópera. Por ello resulta seductor que dos de los compositores más célebres de la historia, ocupen la primera plana de los medios. Porque siempre es saludable que la cultura, cualquiera que sea su vertiente, vuelva acaparar nuestra atención.