Que esté leyendo en un lugar público no significa que quiera que me hables
No recuerdo bien los detalles, pero ella contestó a cada pregunta con respuestas educadas y breves para luego volver a leer. Sin embargo, él no captaba las indirectas: durante la siguiente media hora no dejó de intentar hablar con ella, preguntando y tratando de entablar una conversación.
Por Hope Racine
La semana pasada estaba trabajando en una cafetería cuando una chica de mi edad se sentó en la mesa a mi lado y sacó un libro. La cafetería estaba llena, por eso ninguna le negó el asiento a un señor que nos preguntó si nos importaba que se sentara en la misma mesa. Se sentó, se quedó en silencio unos cinco minutos cruzado de brazos y empezó a preguntarle cosas a la chica.
No recuerdo bien los detalles -fue una conversación más bien superficial-, pero ella contestó a cada pregunta con respuestas educadas y breves para luego volver a leer. Sin embargo, él no captaba las indirectas: durante la siguiente media hora continuó preguntando e intentando hablar con ella.
Por lo poco que pude oír de la conversación, el hombre no daba mal rollo. No estaba intentando ligar con ella, tal y como pensaba al principio. Estaba aburrido y no tenía nada que hacer. Cuando se enteró de que la chica era profesora, le preguntó por su trabajo y le habló de su experiencia como padre. Habló de su vida, de su próxima mudanza y le hizo preguntas sobre los colegios privados y los colegios públicos. Al final, la chica se resignó, suspiró y cerró el libro.
Llegó un momento en el que pude escuchar cómo ella le decía que había venido a leer en la hora de la comida, una indirecta bastante directa que significaba "por favor, no me hagas perder el tiempo y déjame en paz". Pero el hombre no lo pillaba y siguió hablando hasta que alguien le llamó por teléfono y se marchó.
Yo misma he estado en esa situación varias veces, aunque ha acabado de otra manera. Celebré mi último día de universidad yendo a mi restaurante favorito para leer un libro que no tuviera relación con la universidad por primera vez en cuatro años. Durante los 45 minutos que estuve allí sentada, me interrumpieron cuatro veces distintos hombres mayores que yo. Uno era un abuelo que me contó un chiste y otro era un padre aburrido que esperaba a sus hijos. Pero los dos intentaban ligar conmigo, una chica que tenía como mínimo 30 años menos que ellos. Los dos me preguntaron cosas personales y uno de ellos -sin preguntar- se sentó en mi mesa, aunque estuviéramos en una terraza vacía llena de sitios libres. Los dos últimos hombres me parecían más sospechosos que los dos primeros, pero aun así salí del restaurante rápido, con la sensación de que los cuatro formaban parte de una conspiración cuyo objetivo era echarme del restaurante.
La chica de la cafetería y yo vivimos situaciones diferentes, pero igual de ofensivas.
No sé cuándo leer en público se ha convertido en una señal de que necesitamos atención y conversación desesperadamente. Nueve de cada diez veces lo que queremos es justo lo contrario. Intentar ligar con alguien mucho más joven que tú da un poco de mal rollo, pero interrumpir a alguien -independientemente de si es hombre o mujer- que simplemente está leyendo es de mala educación, egoísta y repugnante.
Si lo haces, te basas en dos suposiciones erróneas: que la persona a la que vas a dirigirte no está haciendo nada importante y que tus ganas de hablar son más importantes que sus ganas de leer.
Si alguien está leyendo en un lugar público, lo que pasa es que está aprovechando un rato de su día para acabar un libro. Lo más probable es que sea el único momento del día en el que puede sentarse tranquilamente y hacerlo. Si alguien está en el metro volviendo del trabajo y está leyendo, es su decisión. Podría estar mirando por la ventana si quisiera, pero no es el caso.
Lo peor es que casi todas las veces que alguien se me ha acercado mientras estaba leyendo, esa persona ha utilizado mi libro para empezar una conversación. Se han dado cuenta perfectamente de que estoy ocupada, pero han decidido ignorarlo. Han decidido que sus ganas de hablar y de entretenerse son más importantes que lo que estoy haciendo.
Lo siento, pero que no consigas entretenerte de otra forma no es mi culpa. Si interrumpes a alguien que está leyendo -y más si es un desconocido-, te estás dando más importancia a ti. Es igual de maleducado que interrumpir a alguien que habla por teléfono o que está conversando con alguien. No voy a perder el tiempo preguntándome por qué sólo me han interrumpido hombres blancos mayores que yo (y sólo cuando estoy sola). Hombres que no son capaces de captar una indirecta. Pero sí que voy a darte un consejo a modo de despedida: si una chica tiene los ojos clavados en un libro, cállate y déjala en paz.
Este post se publicó originalmente en Literally, Darling, una revista online dirigida por y para mujeres de 20 a 30 años que trata los temas personales, provocativos, incómodos y de actualidad de nuestro género y de nuestra generación. Es una representación exacta de nuestros yos exagerados.
Este post fue publicado con anterioridad en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Irene de Andrés Armenteros.