El faro abandonado de Cádiz que arrastra muertes extrañas
En sus 127 años de existencia, ha sido testigo de muchos eventos históricos.
Bajo la sombra del pinar de San Jerónimo, en las tranquilas tierras de Sanlúcar de Barrameda, emerge el faro abandonado que lleva el mismo nombre, testigo mudo de los caprichos del tiempo y las historias entrelazadas con el río Guadalquivir. Con sus 24 metros de altura, la estructura, que alguna vez fue una guía luminosa para los navegantes, se erige hoy como una reliquia olvidada, un monumento a la negligencia y el abandono.
Chema Hermoso Rivero, profesor de historia en el colegio Huerta Grande de Sanlúcar, se adentra en el pinar y contempla la torre deteriorada que marcó su infancia en los años 80. "Veníamos mucho y siempre nos llamaba la atención, con este aspecto tan deteriorado", recuerda en La Voz del Sur, mientras sus ojos escudriñan la estructura que se alza entre retamas, a unos 800 metros de su hermano mayor, el faro de Bonanza.
Los orígenes del faro de San Jerónimo se remontan al siglo XIX, cuando el arquitecto militar José Enrique Rosende Martínez lo diseñó y se inauguró en 1897. Su propósito era demarcar la entrada al puerto de Bonanza, una zona estratégica en la desembocadura del Guadalquivir. La barra del río, conocida por albergar numerosos pecios hundidos, requería señalización para garantizar la seguridad del tráfico marítimo que conectaba con Sevilla.
En sus 127 años de existencia, el faro ha sido testigo de muchos eventos, incluyendo el intento republicano de bloquear la barra del Guadalquivir durante la Guerra Civil en 1936. A Serafín de Castro Caballero, el farero de entonces, lo acusaron de colaborar con la República y en noviembre de ese año lo fusilaron.
En 1982, el faro de San Jerónimo dejó de funcionar, entrando en una etapa de abandono y ruinas. "Con las nuevas balizas del río, estos dos faros dejaron prácticamente de tener sentido", comenta Hermoso. La casa del farero desapareció con el tiempo, quedando solo la torre de ladrillo y mampostería. A diferencia de su hermano Bonanza, rehabilitado en el año 2000, el faro de San Jerónimo se sumió en la oscuridad, expuesto al vandalismo y al abandono.
El acceso abierto atrajo a curiosos, pero también tragedias. La leyenda popular cuenta que algunos vecinos eligieron este lugar para quitarse la vida, llevando al cierre del faro por motivos de seguridad en los años 90. A pesar de su estado ruinoso y la ausencia de la casa del farero, el faro de San Jerónimo se mantiene en pie como un vestigio testarudo, con pequeñas ventanas que revelan ladrillos amontonados para evitar accidentes.
Aunque ha sido víctima de actos vandálicos y grafitis, la torre resiste en medio del paraje, una reliquia que evoca el pasado marítimo de la región. Para muchos sanluqueños, este faro es más que un monumento abandonado; es una parte de su historia, una estampa estática que resonará en el imaginario colectivo mientras las sombras del pinar se alargan al atardecer.