"Marica", "bollera", en el insulto está la fortaleza del colectivo LGTBI
Más allá de las siglas del colectivo, hay otras etiquetas que se enmarcan en la disidencia de género a raíz de la reapropiación del insulto.
"Marica no, maricón, que suena a bóveda". Con esas palabras se definía Miguel de Molina, cantante de la mítica canción La bien pagá, después de recibir numerosos insultos en una actuación y se ha quedado como icono de reivindicación dentro del colectivo LGTBI. Ya desde años antes, el insulto de "marica" o "maricón" se había extendido hacia los hombres del colectivo o a aquellos que se alejaban de los roles de género y las expresiones de masculinidad que le exigía la sociedad.
El artista malagueño no es el único en el que se identificó como "maricón" o como "marica". Años después llegaría la Ética marica de Paco Vidarte, el Maricón perdido de Bob Pop, el cantante Putochinomaricón o el tema Maricón de Samantha Hudson, con el que logró que le excomulgaran de la Iglesia católica y que tomaba el relevo generacional del Maricón de España de Martes y trece. Por supuesto, también del Bolleras como tú de Lidia Damunt o del Bollera por despecho de Modelé Fatale.
"Los términos gay y lesbiana, sin quitarle importancia, vienen un poco del mundo más anglosajón, especialmente del movimiento de los años 70 de San Francisco para no denominarse desde el término médico homosexual. Aunque en el caso de lesbiana viene del mundo griego, de la figura justamente de Safo y sus poemas que hablan justamente sobre la erótica entre dos mujeres o sobre la afectividad entre mujeres", explica a El HuffPost Mikel López, profesore del departamento de Psicología de la Universidad Rey Juan Carlos.
Sin embargo, el origen de "gay" también era propiamente despectivo en el mundo anglosajón ya que se refería a algo "alegre, divertido, despreocupado" y que se fue reapropiando hasta llegar a España como un término aceptado y sin carácter peyorativo.
"En España también trabajamos nuestros procesos de reapropiación y vemos cómo denominarnos y hablamos de marica y hablamos de bollera también desde un contexto donde se reivindica no solamente nuestra orientación al deseo, sino que entran en juego otras cuestiones y algunas categorías que dábamos por sentadas como el sexo", detalla López, quien recuerda que el origen etimológico de "marica" no es otro que ser "una Mari Carmen": "Se pone en juego la propia categoría de hombre: ‘No soy hombre, soy marica’ porque todo lo que implica ser hombre lo pongo en duda, lo pongo en cuestión al autodenominarme así".
La técnica de apropiarse del insulto es una forma de desactivar al que insulta, tal y como definen los expertos: "A los otros no les va a quedar muchas palabras con las que nombrarme y además voy a poner en cuestión sus propias categorías. Voy a poner en duda que un hombre sea tan hombre porque, qué es lo que realmente hace un hombre a un hombre, ¿sus genitales?, ¿su expresión de género?".
Caballero defiende este uso dentro del colectivo y hace una diferenciación clara en función de quién pronuncie la palabra: "Por ejemplo, yo como soy homosexual, y es verdad que entre nosotros sí que nos llamamos marica o las bolleras igual, las lesbianas más activistas. Yo se lo puedo decir a una amiga, ‘oye, bollera’, pero desde fuera del colectivo no suena igual, pierde esa connotación que no es insulto. Eso sucede solo si lo hace el colectivo insultado, que adquiere ese término mucho más positivo, mucho más empoderado".
Con el paso del tiempo, en España se ha ido creando la etiqueta de "maricón", "marica" o "bollera" diferenciadas de las de "gay" y "lesbiana", más orientadas a una normatividad que se ha adaptado más a los patrones sociales.
Christo Casas, periodista, antropólogo y autor del libro Maricas Malas, apunta que "mientras que gay es un término que nos define como clientes de un mercado rosa privado, homosexual es un término que nos define como usuarios de una institución pública que nos medicaliza". "En ambos casos, se pretende lavar nuestra biografía colectiva de todo aquello sucio, violento o feo que es precisamente lo que nos ha constituido como colectivo, como identidad", recalca.
La desmedicalización es algo que reivindican algunas personas trans, que buscan identificarse desde lo que se ha concebido también como el insulto travesti (aunque tenga otra acepción dentro del colectivo). "Parece que higieniza esa palabra que es maravillosa, que tiene una musicalidad encima fantástica. La palabra travesti te trae a la cabeza una escena, la palabra trans se queda corta para la imaginería travesti", decía la escritora Camila Sosa en una entrevista con El HuffPost.
Por ello defiende que las palabras marica o maricón recuperan el significado molesto y peyorativo que pretendía ser borrado: "No solo no tiene por qué ser borrado sino que tiene un potencial para transformar el mundo del que nos debemos sentir orgullosas".
Desde la disidencia, la clase, la expresión de género y lo incómodo
Tal y como recuerda Casas, mientras que el estereotipo de "gay/homosexual es de un hombre blanco y rico que tiene una profesión liberal, acumula riqueza y forma una familia a imagen y semejanza de la familia heterosexual tradicional", la palabra "maricón" es para él "un término que se emplea para quienes son molestos, para quienes no ajustan su vida a aquello que el sistema les exige".
"En ese sentido, ser maricón conlleva una serie de exclusiones que terminan por instalar un abismo de clase entre ellos y quienes se amoldan", enfatiza. Es por ello por lo que quienes se identifican como marica o bollera lo hacen desde un punto de vista más activista, más político de reivindicar la disidencia y que ha dado lugar a movimientos como el Movimiento Marica de Madrid o el Bloque Bollero.
"Al final, lo gay se está vinculando a un modelo gay, que se puede asociar con Chueca, con este círculo capitalista que acepta en algunos casos la subrogación o cuestiones así, este tipo de réplicas heternormativas, del modelo familiar heteropatriarcal extrapolado a lo gay", señala a El HuffPost Antonio A. Caballero Gálvez, profesor del departamento de Ciencias de la Comunicación y Sociología de la Universidad Rey Juan Carlos, quien reivindica en palabras de Vidarte que la lucha del colectivo no termina simplemente con que ya hemos conseguido el matrimonio igualitario.
"Nuestra lucha es otra, pero porque nuestra forma de vida es otra. Denominarte marica es querer romper ese sistema heteronormativo, que te ha llevado a ti a ser un infeliz durante tu infancia, a no tener las mismas oportunidades laborales, a no poder vivir tu sexualidad de una forma libre o querer desaparecer, etc.", detalla.
Ese término de marica o bollera es más allá que una simple orientación o una alternativa a una sigla del colectivo LGTBI sino que para los especialistas "reivindica un modelo de familia y de vida diferente al modelo heteropatriarcal capitalista". "Tiene una reivindicación como mucho más política, de ejercer una idiosincrasia propia y una forma de relacionarse propia con prácticas como el cruising o relaciones más fluidas", apunta Caballero.
Precisamente por ello se definen como "maricas" Dani Vera 'Trusty' y Edu Libra, de Las Bajas Pasiones. "Yo soy marica, no soy gay porque siempre me había sentido en el mundo gay fuera a nivel de intereses, no me quería visibilizar de esa forma y al final lo marica es un poco disidente, es reapropiarte y darle un sentido que cuestiona la visión estructural de las cosas. No llegar solo a la ley del matrimonio, no solo a la fiesta y ser joven", cuenta Libra. 'Trusty' también reivindica el lugar que ocupa lo marica dentro de lo LGTBI frente al gran espacio que ocupa lo gay.
Esto se da también entre mujeres con colectivos como A muller de 6 ollos, con el que Andrea Quintana, Cristina Cotelo o Gemma Pérez Feijóo se definen como "bolleras de barrio" tal y como defienden en sus intervenciones y sus productos como camisetas o tote bags.
"Bollera es una manera de estar y vivir el contexto que nos rodea desde un posicionamiento político, entender las identidades de un modo estratégico como un arma de activación y activismo", recalcan al HuffPost. "Nosotras somos bolleras, pero también camioneras, maromas, tortilleras, lesbianas, marimachas, todas estas palabras que se refieren a la identidad y han sido utilizadas como insulto nos son válidas para reapropiarnos y crear de esta manera un mundo más diverso y disidente", añaden.
Para ellas el barrio, la clase es fundamental y aseguran que las "atraviesa arriba abajo en todo". "Nos reivindicamos bolleras de barrio porque creemos que, desde la comunidad, desde lo micro, desde la cercanía del barrio se pueden movilizar cosas, crear nuevas realidades y vínculos además de ser una manera de poner en los mapas las periferias, los lugares invisibilizados, como pueden ser las identidades lésbicas", detallan.
La expresión de género y la denominada pluma —algo hasta hace relativamente poco asociado únicamente a los hombres gais o maricas— también juega un papel fundamental en su definición.
"Para nosotras la pluma ha sido muy importante como una manera de visibilizar las identidades sexo-genéricas y una de las plumas que ha quedado más relegada precisamente ha sido la pluma bollera, esas masculinidades que no han sido muy bien acogidas o entendidas y que nosotras lucimos con orgullo", defienden.
Precisamente la pluma tanto en hombres como en mujeres es una de las reivindicaciones más constantes, también dentro del colectivo donde la plumofobia y la normatividad azotan también a quienes se ubican dentro de las siglas LGTBIQ+. López cita a la teórica queer Judith Butler y en la descategorización de sexo y género que hizo en sus estudios.
"Un hombre puede vivir la feminidad y una mujer puede vivir la masculinidad si eso entra dentro del sincretismo de la heterogeneidad de ser hombre o ser mujer", reivindica le profesore. "Estamos acostumbrados a que científicamente no se haya hablado simplemente en términos de dos categorías y no es real", señala y recalca que, aunque estas etiquetas siguen existiendo el espectro de identidad de género, ya no son tan comunes.
"Nuestras jóvenes ya no utilizan tanto maricas y bolleras, aunque también, pero empiezan aparecer otras categorías como queer, que también era un insulto, o no binario. Quizás nuestro marica y bollera en términos ingleses sería lo más parecido a lo queer", explica. "Hoy en día los términos como no binarios radican más en la identidad que estos términos que eran muy estancos, sólidos, y no lo son tanto. Si yo hubiese nacido actualmente, igual no estaría utilizando la categoría marica, o igual sí, pero igual me sentiría como más no binarie, tal y como lo están utilizando ellas actualmente", añade.
López recuerda que todas estas etiquetas son importantes precisamente porque trasgreden porque plantean también una reivindicación del orgullo de romper con determinados "patrones de expresión de género muy victorianos de la masculinidad y de la feminidad".
Una herramienta de reivindicación colectiva
Para los especialistas, la reapropiación tiene un poder de disidencia que se da tanto fuera como dentro del colectivo. Para Casas, "tanto es así que una puede ser marica sin ser homosexual siquiera".
"Lo marica hace referencia a la incapacidad de cumplir con todo aquello que se espera de un hombre 'hecho y derecho'. Si como decía Wittig, una lesbiana no es una mujer, un maricón es toda aquella persona que se muestra afeminada, débil, frágil, dependiente, cobarde, incapaz, improductiva", recalca el periodista, quien lo define como una transgresión al poder patriarcal y las implicaciones e imposiciones sobre la masculinidad.
Más allá de esto, López pide no criminalizar ninguna de las etiquetas existentes ni cargar contra los modelos más normativos. "Lo gay se asocia a un hombre, que es masculino, que tiene cierto estatus social, económico e incluso cultural. Puede ser una realidad, pero también creo que también hasta cierto punto no es tan así", recuerda.
Casas califica en su libro a "las maricas buenas", que se ubicarían en una etiqueta más normativa, y a las "maricas malas", más disidentes. Sin embargo, deja claro que el primer grupo, en realidad no existe: "Son un objetivo imposible de alcanzar, y es precisamente el convencimiento de que debemos perseguir ese objetivo el que nos tiene entretenidas toda la vida huyendo del estereotipo de marica mala en lugar de mirar a nuestro al rededor y organizarnos con nuestras iguales".
Para López, hay personas del colectivo para los que la etiqueta gay es una reivindicación importante tanto a nivel contextual como personal. "Hay que entender desde dónde se denomina porque ahí hay algo importante, que tiene que ver con el rechazo, por ejemplo, a vivir o no plantearse determinadas expresiones de género que puedan habitar o romper más con lo que significa lo masculino o lo femenino. Todavía esto sigue recibiendo violencias y desde ahí es una defensa", señala.
Además, se queja de las luchas internas dentro del colectivo: "Chiqui, el gay de Chueca no es mi enemigo, es mi aliado. Podremos tener diferencias, claro que sí, y podremos hablarlas, pero no es mi enemigo".
"Mi problema no es con el que ha internalizado determinadas formas de nombrarse, para poder nombrarse, sino con el que no permite que nos nombremos de ninguna manera", señala y pone especial valor el identificarse de cualquiera de las formas posibles en un contexto en el que la ultraderecha va alcanzando cada vez más terreno en Europa con un claro retroceso de los derechos LGTBI.
"Tenemos que entender cauces entre las personas justamente que habitamos la disidencia, lo hacemos tanto el marica como el queer, como el demihombre, demimujer, como el gay, como la lesbiana o incluso, esa mujer hetero, superfemenina, también sufre determinadas violencias o incluso con esa mujer hetero que es supermasculina y que también sufre por no comportarse de una manera femenina considerándose dentro de la categoría mujer y considerándose hetero, y viceversa", detalla López, sin negar un debate interno con crítica.
En un contexto en el que la ultraderecha y la derecha están haciendo que los derechos LGTBI se vean en peligro y que personas como el colectivo trans están recibiendo cada vez más violencias, la reapropiación del insulto es una respuesta a esa intolerancia.
"Antes, te insultaban en la calle; ahora, cuentan con un altavoz gigante a través de los medios y las redes sociales. Es curioso que, si buscas 'Bollera de Barrio' en Google, lo primero que aparece son insultos de la ultraderecha dirigidos a Ángela Rodríguez Martínez, conocida como Pam, la anterior secretaria de Igualdad, quien vestía nuestra mítica camiseta", relatan desde A muller de 6 ollos. "Es una pena que utilicen mensajes en pro de la igualdad de derechos para perjudicar a alguien y emitir mensajes de odio. No tienen escrúpulos", añaden.
Estas luchas se intensifican más aún en el mes del Orgullo LGTBIQ+, en el que por ejemplo este año en Madrid, el Ayuntamiento ha creado un polémico cartel con tacones, condones y copas como icono de la "fiesta". Sin embargo, los colectivos más disidentes llevan años denunciando el pinkwashing de sectores de la derecha y la banalización de la reivindicación.
"Las maricas, bolleras y toda persona disidente de los mandatos de género tienen un papel protagonista y fundamental en el Orgullo. Otra cosa es los MADO, Pride o como quieran llamar cuatro empresarios al desfile despolitizado que han montado en las grandes capitales, donde probablemente no tenemos sitio por pobres y feos pero en el que honestamente tampoco tenemos ningún derecho ni reivindicación que ganar", se queja Casas, quien defiende que "el Orgullo es una fiesta, sí, y también un altercado".
'Trusty' de Las Bajas Pasiones señala que el identificarse como marica también conlleva en muchos casos mucha presión propia por la disidencia. "De repente no voy al Pride o al Eixample y soy una persona, también quiero pasarlo bien y pasar de todo, no estar continuamente pensar en política", señala. Es esa salida de la disidencia estricta la que reivindica Libra para estrechar lazos o conquistar espacios como Chueca o el Eixample, barrios LGTBI gentrificados. "Politizar esos espacios es importante también", señala.
Gaysper o el triángulo rosa: quien ríe último, ríe mejor
Tal y como recuerda Caballero, la apropiación del insulto no es algo único del colectivo LGTBI, ya que, por ejemplo, también lo hicieron los negros con la palabra nigga. Ni tampoco se ha hecho únicamente desde el insulto. El triángulo rosa invertido con el que los nazis identificaban a los homosexuales y transexuales en los campos de concentración ha pasado a ser logo de asociaciones como el movimiento de lucha contra el sida Act Up o de colectivos como Cogam.
Con el auge de las redes sociales, se ha fomentado más aún este tipo de movimientos con lo que se llama cultura jamming, que trata de usar el meme y subvertir la cultura hegemónica desde la ironía entre otros elementos.
Precisamente en un episodio concreto de ataque al colectivo y la reapropiación de este centró su investigación Caballero junto a sus compañeros en La reapropiación del insulto como resistencia queer en el universo digital el caso Gaysper publicado en 2021.
Según detalla, Vox publicó una imagen del personaje de Aragorn (Vigo Mortensen) en El señor de los anillos contra diversos iconos entre ellos un fantasma LGTBI, un símbolo feminista o banderas comunistas, "buscaban mayor repercusión digital, aunque fuera negativa". Sin embargo, consiguió que su emoji pasara a ser icono de camisetas de personas del colectivo y que estuviera en todas las redes sociales. Toda una victoria del colectivo.
Esto sigue una idea extendida en la ultraderecha y que se basa en el miedo de los hombres blancos de perder su estatus. "Nada de colectivos discriminados, mujeres, homosexuales, lesbianas, racializados, inmigrantes, etc. No pueden adquirir su estatus, están tan asustados de perder su poder", detalla Caballero.
"Con Gaysper se reapropió el colectivo del insulto, el insultado, esa cuestión subversiva, eso es lo potente", detalla el investigador. Además, Caballero hace una clara diferencia con el "me gusta a la fruta" que se han apropiado los seguidores de Isabel Díaz Ayuso tras insultar a Pedro Sánchez. "Intenta ser lo mismo en redes sociales, pero no lo es. Aquí no te legitima el insultado, lo está legitimando el que insulta, y aquí viene lo peligroso. Al final está fortaleciendo y empoderando al violento, no está empoderando a la víctima, sino que al que insulta, que ejerce ese poder, esa violencia, esa agresión verbal, etc.", recuerda.
Sí que ubica en el mismo plano, por ejemplo, el caso de Perro Sanxe, con el que incluso el PSOE ha hecho chapas y camisetas. "Él se autodenomina como perro al ser el insultado".