Tres poemas para bajarse del mundo y recordar a Gata Cattana a seis años de su muerte
La joven, cantante y poeta, murió a los 25 años en 2017, dejando cuatro discos y dos poemarios.
El 2 de marzo de 2017, Ana Isabel García Llorente, alias Gata Cattana o Ana Sforza, murió a los 25 años a causa de shock anafiláctico fruto de una reacción alérgica. De lengua tan afilada como descarnada, a pesar de su muerte, sigue siendo un referente en el mundo de la nueva generación de mujeres raperas y traperas. Su rostro es uno de los que forman el mural feminista de Ciudad Lineal, en Madrid, que fue vandalizado en enero de 2021.
Dejó un legado pequeño en cantidad, pero inmenso. Cuatro discos: Los siete contra Tebas (2017), Anclas (2015), Inéditos 2015 (2016) y Banzai (2017), este último publicado meses después de su muerte. Todos ellos muestran una creatividad desbordante, con recurrentes referencias a los textos clásicos y sus protagonistas.
No es extraño encontrarse entre sus versos a Aquiles, Antígona o con las alas de plumas y cera del mítico Ícaro, con las que la cantante amagaba con irse pa'l sol, en Hermano Inventor, la segunda canción de Banzai.
Dejó además dos poemarios, La escala de Mohs (2016) y No vine a ser carne (2020), este último, al igual que Banzai, también póstumo. Sus poemas invitan a bajarse del mundo sin desaparecer de él, a sentarse a mirarlo. Y por qué no, también a maldecirlo, a explicar cómo se aman los pobres, a señalar lo miserable, y a elegir la paz frente a la gloria, al contrario que Aquiles, morir en una islita griega mirando al mar.
A continuación, en este sexto año de su partida, tres poemas que, aunque su autora renunciara a las mismas, podrían ser tres gestas:
Con las manos
No aman de igual forma
los ricos y los pobres.
Los pobres aman con las manos.
Los pobres aman en la carne y con gula,
en las peores estampas,
en condiciones famélicas y con
todo en su contra.
Los pobres aman sin bonitos decorados.
Entienden de lunes y de tedios domingueros
y de gastos imprevistos
de facturas y de angustias
que embisten
mes a mes
a quemarropa.
El amor de los pobres
no sale por la ventana
aunque el dinero entre
por la puerta,
(que nunca entra),
(aunque no haya ventanas).
Los pobres han aprendido
a amarse a oscuras por eso mismo.
Han aprendido a amarse mal alimentados
mal vestidos, malqueridos,
porque el hambre agudiza el ingenio
y en sus jardines también crecen las flores
(aunque no haya jardines).
Los pobres han aprendido a aprovechar
los vis a vis, entre jornada y jornada
de trabajo,
(aunque no haya trabajo)
y saben darse placeres nunca tasados
de valor incalculable
y han aprendido a disfrutar las circunstancias
y la sopa de sobre,
el viejo colchón y la cuesta de enero.
Y parece que su amor se yergue
indestructible a pesar de,
a pesar de las miles de plagas,
de los sueños frustrados y fracasos andantes,
de las crisis cíclicas y de hambrunas y de guerras,
más valiente que Heracles,
más Odiseo que Odiseo.
Y parece que su amor se extiende y se multiplica
al ritmo que se multiplican los pobres,
al ritmo que se multiplican los infortunios
y los desastres naturales que golpean
siempre en las casas de los pobres.
Y ese amor está a la altura de Urano,
a la altura de Urano y de Gea juntos,
y es el única arma
que tienen los pobres
para defenderse.
Por eso han aprendido a cultivar flores
y a cantar bien sus penas
y han inventado las mejores obras
y los mejores instrumentos.
Por eso entienden de arte y saben
encontrarlo donde lo haya,
aunque no lo haya,
(que siempre lo hay).
Y han aprendido a aprovechar el carisma
y la jerga,
y a escribir poemas inmortales
sobre amores complicados,
y saben de cosquillas,
y saben de boleros
y saben de desnudos
y de darlo todo,
que no es más que lo puesto,
las manos y la lengua
la forma de otear el horizonte
y los cánticos en contra del patrón.
yo solo se amar de esta manera
yo te amo como aman los pobres
y me temo
que por mucho mucho tiempo
esto seguirá siendo así
La escala de Mohs
Todo el mundo se vende.
Al final.. todo el mundo.
Yo me vendí por tres milímetros
de iris azul tanzanita
en cada ojo
lo que hacen un total de seis
por dos de ancho
milímetros de iris azul radiactivo,
azul heisenberg.
No se si al diablo o a quién…
porque en Cupidos no creo,
pero cambié mis veredas livianas
y el jardín de trofeos
y mis cuevas de ego sin fondo
sin tregua ni amparo
y esta mala fe de augura
y el mañana, y el ahora…
por seis por dos milímetros de iris
de topacio azul,
de dureza ocho
en la escala de Mohs.
Y cambié mis sonrisas infalibles
hábilmente conseguidas
y las ganas de los otros
y el discurso de Gomorra
y de Artemisas en Arcadias…
En resumidas cuentas,
la heroicidad de la independencia,
la certeza de no ir viendo fantasmas
como Bécquer,
y he aquí la paradoja:
por seis por dos de pupila azul turmalina,
con algo de cobalto y de polonio,
y lo de polonio no lo digo por el color.
Al final todo el mundo…
Todo el mundo tiene un precio.
Y quién me iba a decir a mí
que después de tanto principio,
tanta ley y tanto código, tanto juez
y tanta ética, tanto farol bien tirao…
que el mío iba a ser tan minúsculo.
Yo siempre lo supe.
Desde que a Aquiles le dieron
a elegir entre la gloria o la paz,
yo ya lo sabía,
hubiera elegido lo segundo.
No soy de cantares de gesta.
Y siempre releía la historia
advirtiéndole desde mis adentros
a ver si no cometía el mismo error.
Pero nada.
Y claro,
directa al talón.
Yo hubiera elegido lo otro,
siempre se lo dije.
Hubiera muerto a los setenta
en una islita griega mirando el mar.
Al fin y al cabo la gloria no es tanto…
La gloria debe ser morirse
en una islita griega mirando el mar.
Al fin y al cabo…
¿Quién se acuerda hoy de Aquiles?
Si no es esta loca rumiante mascullando
te lo dijes.
Para eso has quedado.
Para lo que quedó Troya.
Para que venga ahora esta loca
rumiante mascullando te lo dijes
a altas horas.
Otras noches te comprendo.
Y te compadezco.
Y nos compadezco.
En cierto modo algo de razón tenías,
todo el mundo tiene un precio.
Y quién me iba a decir a mí,
quién nos iba a decir,
que el mío fuera un total
de seis por dos milímetros cuadrados
de iris tapiz de hilo persa,
azul egipcio,
Bombay Sapphire,
de dureza ocho
en la escala de Mohs.
Yo hubiera elegido lo otro,
siempre te lo dije.
Aunque en cierto modo puede
que tuvieras razón.
Quién sabe si tenías razón.
Caso empírico
Tú siempre estás, aunque no estés.
Aunque científicos de bata impoluta,
de gesto siniestro y mirada desierta,
hayan establecido las bases
y la impenetrabilidad de la materia.
Y ellos digan,
porque por decir que no quede...
que de repente tú y yo no podemos ser
la misma cosa,
el mismo fluir transeúnte
en el mismo tiempo
y en el mismo espacio,
el mismo ego que se abraza
a cuatro manos,
a cuatro patas,
la misma angustia que
se relame los bordes.
Y aunque digan, porque lo dicen,
que de repente ahora tengo que elegir
entre tú y yo,
entre aquí y allí,
porque la materia no puede ocupar
dos espacios simultáneamente
por el principio de exclusión y todo eso.
Y que para tres dimensiones está bien,
que qué más quiero.
A la mayoría de humanos le basta.
Pero yo, soberbia desde chica y a menudo
incauta y rechistona por espasmo,
les vine a derribar la pantomima,
sus leyes insensibles y anodinas
que a nadie consuelan,
que a nadie iluminan
con un caso irrefutable y empírico,
empiriquísimo:
Tú siempre estás, aunque no estés,
y al mismo tiempo yo también estoy aquí,
en el mismo sitio,
dejándote hacer y viceversa,
contemplando como caes sobre el papel,
cómo aterrizas,
cómo hablas por mí,
o desde mí,
o a través de mí,
hace ya que no distingo.
Hace ya que vengo desafiando
las leyes de la física y
hace ya que no me asusta.
Los científicos de batas radiactivas
sólo entienden de materias
y de fórmulas,
pero nada de este barro viscoso del nosotros,
nada de las nueve dimensiones,
donde tus moléculas, tus átomos,
pudieran ser los míos, pudieran confundirse,
como una frontera sin vallas,
o, con vallas, pero sin cuchillas.
Los científicos sólo quieren papeles
y casos empíricos.
Por eso vine yo,
y por eso viniste tú conmigo
aunque no vinieras.
Para demostrarle al mundo
que se puede estar, aunque no se esté.