El emperador hispano que evitó las inundaciones durante el Imperio Romano
Marcó el inicio de un enfoque más racional y técnico hacia los desastres naturales.
Los recursos hídricos del Imperio Romano representan una de las pruebas más impresionantes de la ingeniería y planificación urbana de la antigüedad. En un imperio que se extendía desde el Atlántico hasta el Medio Oriente, la gestión del agua fue clave para sostener ciudades densamente pobladas, enormes sistemas agrícolas y complejas infraestructuras.
Los romanos destacaron en la construcción de acueductos, sistemas de drenaje y canales, elementos que no solo garantizaban el suministro de agua potable, sino que también reducían riesgos como las inundaciones y aseguraban la higiene de las metrópolis.
El agua no solo era vista como un recurso funcional, sino como un símbolo de civilización y poder. Obras como el Acueducto de Segovia, el sistema de cloacas en Roma y proyectos de regulación fluvial, como los realizados en el Tíber, demuestran un amplio conocimiento de la hidrodinámica y la topografía.
El problema del Tíber
La capacidad de los líderes históricos para adaptarse a los desafíos naturales a menudo define su legado, y el emperador Trajano, nacido en Hispania, destaca por ello. Enfrentado al persistente problema de las inundaciones causadas por las crecidas del río Tíber, Trajano lideró un ambicioso proyecto hidráulico que marcó un hito en la gestión de recursos hídricos del Imperio Romano.
El río Tíber era una fuente vital de comercio y transporte para Roma, pero también representaba una amenaza constante para la ciudad. Sus desbordamientos, provocados por lluvias torrenciales, inundaban áreas urbanas y agrícolas, causando daños económicos y sociales significativos. Durante siglos, este fenómeno fue atribuido al "enfado de los dioses", según el político Dion Casio en su obra Historia de Roma.
La solución de Trajano
Trajano, emperador romano entre los años 98 y 117 d.C., abordó esta problemática desde una perspectiva práctica. Una de sus principales obras fue la construcción de la Fossa Traiana, un canal artificial que hoy se conoce como el canal de Fiumicino. Este canal conectaba el Tíber con el mar, actuando como una vía complementaria al puerto hexagonal construido durante su reinado para mejorar las conexiones comerciales y evitar inundaciones.
El propósito principal del canal era servir como desagüe, redirigiendo el exceso de agua del Tíber y mitigando los riesgos de desbordamiento en la ciudad y sus alrededores. Esta innovación no solo representaba un avance técnico, sino también un cambio de mentalidad ya que los problemas naturales comenzaron a verse como retos técnicos, en lugar de consecuencias de la ira divina.
Los desafíos de la naturaleza
Aunque la Fossa Traiana logró aliviar algunas inundaciones, no pudo dominar completamente la fuerza del Tíber. En el año 103 d.C., una crecida excepcionalmente intensa sobrepasó la capacidad del canal, causando daños significativos. El escritor y militar Plinio describió este evento en sus memorias, destacando la magnitud del desafío que representaba el río: "A pesar del desagüe del canal que el providentísimo emperador ha hecho excavar, cubre los valles, inunda los campos y los lugares donde el terreno es llano y es visible en lugar del suelo".
El proyecto de Trajano fue un hito en la ingeniería romana, demostrando la capacidad del Imperio para enfrentar desafíos naturales con soluciones innovadoras. Aunque el Tíber continuó desbordándose ocasionalmente, la obra marcó el inicio de un enfoque más racional y técnico hacia los desastres naturales, influyendo en los planes hidráulicos de generaciones futuras.