Vibra libremente
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Vibra libremente

¿De verdad pensáis que hace falta estar soltera para tener un vibrador? Y lo que me parece más importante: os equivocáis de enemigo. Sabemos que no tenéis seis velocidades y que vuestras pilas se agotan. Pero es que los juguetes no tienen manos.

Circula una leyenda urbana sobre una chica en un viaje de negocios y una maleta vibradora. Os voy a contar un secreto: no es leyenda y sí, me declaro sospechosa habitual.

No me malinterpretéis. Soy orgullosa poseedora de un Bosy Tickler tercera generación, lo que para los no iniciados en el tema, es lo último de la empresa sueca que ha revolucionado el mundo de los vibradores con sus diseños (algo bueno tenía que tener el "do it yourself" de Ikea).

Descubrí esos maravillosos juguetes durante mi estancia en Inglaterra, cuando mis nuevas amigas londinenses me llevaron de compras, y no precisamente de ropa.

A los 19 años eres fácilmente impresionable y yo estaba francamente impresionada. Un invento que mejoraba tu calidad de vida en general, tu estado de ánimo en particular, y además, te ayudaba a fortalecer los músculos pélvicos. ¿Cómo era posible que no formara parte de los básicos de cualquier mujer, junto con las cremas hidratantes, las anti estrías, y el iluminador de la mirada? Estaba tan emocionada con mi descubrimiento, que hasta se lo llevé de regalo a mi hermana y a mi tía en mi vuelta a casa por Navidad.

Pero una cosa es ser abanderada de los vibradores y otra que se te olvide quitarle las pilas y se ponga en modo ON (y por las sacudidas de la maleta diría que en la velocidad 6) en el aeropuerto de París, cuando tus compañeros de trabajo se han quedado esperando con todo el equipaje, mientras tú has ido a gestionar el coche de alquiler.

Ajena a la situación DEFCON 2 que se está viviendo, vuelves tranquilamente agitando en alto las llaves de un Chrysler como si fueran un trofeo, esperando que tus socios te pregunten con envidia mal disimulada cómo demonios has conseguido un gama alta en lugar del utilitario reservado. Pero lo único que escuchas es una frase en tono alarmista de tu jefe de departamento:

-Li, perdona, pero tú maleta está vibrando.

Cuando miras el equipaje amontonado en el suelo y compruebas con horror, que efectivamente el tuyo está como poseído por una fuerza sobrenatural, empiezas a preguntarte qué necesidad tenías tú de demostrar tus habilidades negociadoras con el de la agencia, y de pronto, en milésimas de segundo, te encuentras formulando una teoría empresarial excelente sobre por qué los taxis son un medio de transporte tan bueno como otro cualquiera.

Por si la situación no fuera lo suficientemente embarazosa, lo único que se te ocurre decir, con una seguridad apabullante y dejando caer la cabeza hacia atrás, como si estuvieras en un anuncio de champú, es que no se preocupen, que es el secador. El secador, ese fabuloso utensilio de belleza que no sé si vibra, nunca lo he probado, pero lo que es seguro es que todavía no lo han inventado a pilas.

El "pequeño" incidente, como a mí me gusta llamarlo, no ha conseguido que el vibrador haya dejado de formar parte de los imprescindibles de mi maleta de mano (aunque he de reconocer que dejé a Double Bossy en casa y lo sustituí por uno mini tamaño viaje). Es bastante más discreto, porque tiene la forma de un pintalabios normal. Y lo que es más importante, sólo se activa si lo destapas.

Lo que sí arruinó fue cualquier posibilidad de echarme novio en la oficina. Los hombres empezaron a evitarme en los ascensores y a mirarme con sonrisas maliciosas tipo a) Macho español: "lástima que estés sola, conmigo no necesitarías eso, muñeca" o tipo b) Sensibles inseguros: "a ver quién es el listo que compite con su amiguito".

Y yo no puedo evitar preguntarme: ¿de verdad pensáis que hace falta estar soltera para tener un vibrador?

Y lo que me parece más importante: os equivocáis de enemigo. Sabemos que no tenéis seis velocidades y que vuestras pilas se agotan. Pero es que los juguetes no tienen manos que agarren nuestras caderas y nos hagan perder la razón. Esto no es ni mucho menos una competición. Y si lo fuera, os aseguro que no hay nada que ganara a la sensación de piel con piel.

En definitiva, son un complemento maravilloso, para utilizar en pareja o en modo solo, allá cada cual con sus gustos. Pero sobre todo son, como su propio nombre indica, juguetes para jugar.

Por suerte, no hay que elegir. Así que me quedo con los dos.

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