El alumno que me hizo llorar (para bien)
Se llama Antoine y tiene nueve años. Lo conozco desde hace tres. Siempre ha sido un poco raro, distraído, tímido. Incluso un día su madre vino a verme para saber si me daba los buenos días cuando entraba a clase, y yo mentí por él. Pero el otro día, las palabras de Antoine me sorprendieron.
Se llama Antoine y tiene nueve años. Es un niño al que conozco desde hace tres años; lo tuve en clase alguna vez. Era un poco raro, distraído, tímido.
Hoy en día sigue siendo muy tímido, pero en él afloran las cualidades de un niño bien educado. Incluso una mañana su madre vino a verme para saber si me daba los buenos días cuando entraba a clase, y yo mentí por él: "Sí, sí, claro que da los buenos días", cuando en realidad no es así. Antoine se olvida frecuentemente o no se atreve, o está pensando en mil cosas a años luz de un simple "buenos días".
Ya expliqué otro día en mi blog la iniciativa de los debates filosóficos que organizo en clase. En general, las intervenciones de Antoine son escasas, pero precisas y de una pertinencia impresionante.
Estos debates me permiten descubrir a algunos alumnos; hacen que emerjan ciertas facetas y aspectos que nunca habría podido descubrir si me hubiera quedado dentro de los márgenes del aprendizaje formal y habitual.
Antoine forma parte de ellos. Es un alumno brillante que habría pasado desapercibido entre los demás niños de clase si no le hubiera permitido expresarse en esta tribuna. Pero conseguí descubrirlo, y me ha desvelado una faceta muy agradable y especialmente atractiva.
El tema de la semana pasada era: "¿Por qué existen personas racistas?"
Poco a poco, las intervenciones van siendo más numerosas. Los 25 minutos que dedico a los debates de filosofía a veces no son suficientes; tengo que cortarlos y concluir pese a que quedan manos levantadas. A medida que avanza el curso, los estudiantes se han apropiado de este ejercicio. O eso, o los temas cada vez les interesan más, no sé.
En cualquier caso, mis intervenciones cada vez son menos frecuentes. Ya no tengo que encauzar el debate y los diálogos van a buen ritmo: argumentan, se escuchan y se responden; es realmente impresionante.
Esto ocurrió con el último tema, que despertó en ellos un interés especial. Hubo varias intervenciones muy buenas.
La mayoría de los alumnos estaba de acuerdo con Jenny cuando ella dijo que pensaba que hoy en día sería muy difícil luchar contra el racismo, pues existe desde hace mucho tiempo. Se mostraba más bien pesimista con respecto a algún tipo de mejora. Incluso añadió, con mucho acierto, que muchas veces los padres racistas inculcaban esta actitud en sus hijos y, por ello era tan difícil hacer cambiar de opinión a las personas, ya que habían sido criadas y educadas de esa forma. (Lo cual me da, por cierto, otra idea para un próximo tema)...
En ese momento, Antoine levantó la mano. Yo le indiqué que podía intervenir. Entonces, se levantó y, con tono decidido, como alguien que llevara un tiempo preparando ese discurso en su cabeza, dijo que no estaba de acuerdo con Jenny y añadió estas palabras:
Una puñalada al corazón, lágrimas en los ojos, escalofríos en el cuerpo. Este alumno me mató al instante con una ola de amor y reconocimiento brutal... Para contenerme, tuve que esforzarme por no levantar la mirada del cuaderno durante los siguientes segundos...
¡Justo en el centro de la diana! Antoine, de nueve años, se había dado cuenta del interés humano y pedagógico de las embrionarias cuestiones filosóficas lanzadas a la ligera en esta clase de educación primaria. Y con esa frase, me dio todo el reconocimiento que un profesor pueda imaginar.
Incluso al contar esta anécdota después de un tiempo, se me vuelven a llenar los ojos de lágrimas...
Chapó.
Este artículo fue publicado originalmente en la edición francesa del 'HuffPost' y ha sido traducido del francés por Marina Velasco Serrano