'Fuenteovejuna' gitana
Fuenteovejuna es uno de nuestros clásicos más dúctiles y más versionado en la historia del teatro. No resulta pues nada raro que se haya realizado una versión libre protagonizada por siete valientes, siete mujeres gitanas, estrenada en el Teatro Español de Madrid.
Foto: Teatro Español.
Fuenteovejuna es uno de nuestros clásicos más dúctiles; en la historia de su adaptación conviven versiones en ballet, como la de Antonio Gades, junto a lecturas políticas como las de Manuel Bueno y Valle-Inclán (1903), Cipriano Rivas Cherif junto a la compañía Xirgu-Borràs, la de García Lorca (1933) o las adaptaciones realizadas en el Chile de Pinochet o la Rusia Soviética.
No resulta pues nada raro que se haya realizado una versión libre protagonizada por siete valientes, siete mujeres gitanas (Rocío, Lole, Carina, Sandra, Ana, Pilar y Puny), quienes han nacido y crecido en el poblado chabolista de El Vacie, al norte de Sevilla, y dos actores profesionales. La responsable de todo es Pepa Gamboa, que ha trabajado con sectores desfavorecidos en varios países. No es el primer espectáculo que realiza la productora TNT/Atalaya, que dirige Ricardo Iniesta: hace años tuvo mucho eco su puesta en escena de La casa de Bernarda Alba, una obra que tuvo diez galardones de ámbito nacional y europeo como referente de buenas prácticas de inclusión social.
Gamboa bebe de esas tradiciones que han entendido que, en cuanto arte (escénica), el teatro tiene una responsabilidad cívica en la que la formación de ciudadanos es primordial; y esta formación pasa ineludiblemente por la apuesta por el teatro como medio de visibilidad de los marginados. Corrientes de teatro político surgidas, sobre todo, al albur de los modelos de Erwin Piscator y de Bertolt Brecht o, en el caso español, de las misiones pedagógicas y continuadas dentro del "teatro del oprimido" de Augusto Boal o de la "pedagogía del oprimido" de Paulo Freire, procuran la toma de conciencia de los actores, técnicos y público con el fin de formarlos críticamente y hacerlos entrar en lo que Lacan denominaría el imaginario del poder, que pasa, necesariamente, por su inclusión en la literacidad. En esta línea de teatro comprometido se inserta la labor de Gamboa.
El trabajo de las actrices amateur viene sabiamente contrapuntado por el de los actores profesionales Bea Ortega y el actor David Montero, de etnia no gitana. Ortega y Montero llevan gran parte del peso de la producción y ayudar a mantener el verso a lo largo de la obra. Se trata de un teatro sufrido y coral donde es difícil que no se note el contraste entre los profesionales y los amateur; algo que, curiosamente, se puede reivindicar como uno de los grandes logros de la obra.
Las actrices se presentan en escena con un signo que las hace fácilmente reconocibles: Rocío Montero Maya (Alcalde) aparece con una vara, Ana Jiménez (Reina Isabel) con una corona, Rocío Rivas (Laurencia) con un par de zapatos blancos de tacón, etc. La escena está construida a partir de tejidos con los que se juega para la construcción de las escenas de lavandería, o los lugares en los que las habitantes de Fuenteovejuna o el Comendador se esconden. La dramaturgia de Antonio Alamo acierta al adaptar mucho la obra: se han recortado escenas (quizá la conversación amorosa entre Laurencia y Frondoso de la primera jornada se eche en falta) y se alivia mucho el verso, que podría ser complicado para seguir.
La atmosfera intenta presentar una cierta continuidad entre la Castilla del XV, la de Lope de Vega, y la España actual por medio de símbolos unificadores (el llanto de las plañideras, una valla que se proyecta, la presencia de la monarquía, etc.). Se echa mano de rasgos locales: cantan Grândola, Vila Morena y un fado magnífico y hay, al menos, una escena magnífica: cuando las mujeres venden en un mercadillo la ropa, la carne y la asadura del Comendador, magistral.
En breve, una obra interesante, que provocará a los muy puristas, pero que seguramente te entretenga e incluso te admire si, sencillamente, te gusta el teatro.