¿Estamos celebrando a Cervantes como se merece?
Más allá de discusiones estériles sobre si el mundo celebra más a Shakespeare o a Cervantes o de si nos rasgamos las vestiduras (yo, el primero) sobre el particular, me parece que el IV centenario de la muerte de Cervantes debe servir para analizar qué tipo de conmemoraciones queremos de los símbolos patrios (el icono Cervantes es más internacional que el jamón ibérico).
Parece que se ha abierto una fuerte discusión sobre quién merece ser más celebrado, Cervantes o Shakespeare. En la BBC se preguntaban hace poco si era justo que el bardo de Avon le estuviera haciendo sombra al inventor de la novela moderna. Quizá el mejor resumen gráfico de la pelea sea el divertidísimo cartel de la Universidad Autónoma de Chihuahua (en la imagen) en el que presentan a los dos como contendientes de una pelea de lucha libre.
Las conmemoraciones shakespeareanas cuentan con aspiraciones globales y con un apoyo directo del Gobierno británico muy superior a las cervantinas, que tienen apoyo indirecto casi en su totalidad y con un apoyo directo de 4 millones de euros. Puede parecer mucho esa cifra (más en tiempos de crisis), pero palidece ante el hecho de que el Gobierno Inglés planee gastar 5 millones de libras (no euros) solo en la remodelación del nuevo teatro en Knowsley in Merseyside para la celebración shakespeareana. Mientras la comisión del cuarto centenario de la muerte de Cervantes funciona, sobre todo, por medio de desgravaciones fiscales, el consorcio Shakespeare Lives para la celebración del bardo aspira a compararse nada menos que con los Juegos Olímpicos de Londres. No es que en España se estén haciendo pocas celebraciones, pero es obvio que el modelo propuesto las limita el número al porcentaje de mecenas que los organismos encargados de la celebración puedan encontrar.
Las celebraciones de Shakespeare son, sin duda, merecidas y un modelo a seguir, pero tampoco parece que la situación sea tan cataclísmica como se asevera desde algunos periódicos. Si hace unos meses notábamos con envidia que David Cameron había iniciado el año con un artículo sobre Shakespeare, hace poco parecía que, por fin, el Congreso escuchaba a nuestro amigo alcalaíno. Si académicos de la RAE llegaban a dotar a Cervantes de nacionalidad inglesa "Que se lo queden, lo tratarán mejor", la comisión del IV centenario se apresuraba a detallar los más de 200 actos de celebración.
En el caso de don Miguel, además, se añade el hecho de que 2016 es también el centenario de las muertes de Rubén Darío y del Inca Garcilaso de la Vega y del nacimiento de Buero Vallejo y de Camilo José Cela, por cuyas efemérides nadie, que yo sepa, se bate el cobre.
Más allá de discusiones estériles sobre si el mundo celebra más a Shakespeare o a Cervantes o de si nos rasgamos las vestiduras (yo, el primero) sobre el particular, me parece que el IV centenario de la muerte de Cervantes debe servir para analizar qué tipo de conmemoraciones queremos de los símbolos patrios (el icono Cervantes es más internacional que el jamón ibérico).
Resulta, a mi parecer, significativo de los momentos en que vive el país el duro contraste entre las celebraciones de 2005 de la primera parte del Quijote y las actuales. Hace once años, estábamos en la Champions de la economía, todo era sólido y nuestros bancos estaban forrados: las celebraciones, más ostentosas, siguieron el modelo de las celebraciones de aporte directo como la shakespearenas actuales. Aquellos tiempos felices de ladrillazo y cultureta, pero "no son todos los tiempos unos", no desesperemos, no todo se ha evaporado con la burbuja. Hay maneras de celebrar a Cervantes (y a Darío, y a Buero, y a Cela y al Inca Garcilaso) más allá de facilitar desgravaciones (que también son válidad, claro) o de hacer unos eventos comparables a los JJOO. De momento, el Ayuntamiento de Madrid ha comenzado a explotar el filón del santuario cervantino algo que, por macabro que parezca, llevan los ingleses haciendo años en Stratford-upon-Avon (y mira que el pobre William puso una placa en la que maldecía a quien removiera sus huesos; no los remueven, pero los miran con deseo) y que, según tengo noticias, estaban haciendo las hermanas trinitarias. Francamente no me parece mal, siempre y cuando se utilice como plataforma para la divulgación de Cervantes y de su momento y como medio para revitalizar la zona. Necesitamos un plan estratégico que permita explotar con propiedad el Barrio de las Letras. En términos comerciales, podríamos también utilizar el tirón de Cervantes para los festivales; pese a algunos casos locales, no se entiende todavía muy bien cómo no hay una poderosa contrapartida nacional a los espectaculares festivales cervantinos de Guanajuato (México) y de Azul (Argentina). Medios hay, lo que hace falta es interés.
Quizá lo primero sea empezar por algo más sencillo: quitar la errata de la placa conmemorativa del osario cervantino que lee todavía que Cervantes escribió los Trabajos de Persiles y Segismunda en lugar de lo correcto, Sigismunda. Llevamos en la Villa y Corte tres concejales de Cultura y no han arreglado la placa. Aunque esto me ha llevado a momentos personales tan divertidos como la discusión que tuve por Twitter con el concejal Pedro del Corral sobre el asunto (quien me llegó a citar a Borges para justificar la absurda errata), es una torpeza que dice mucho de lo muchísimo que podemos mejorar en el asunto. En realidad, da igual de quién fuera la culpa, con solo cambiar una vocal estaríamos, me parece, en el buen camino.