De La villana de Getafe a La chavalita de 'Geta'
En esta versión de La villana de Getafe, la puesta en escena y la dirección de Ricardo Cerdá explota los paralelismos entre la situación social de la España del Siglo de Oro y la actual a partir de una lectura de la lucha de clases en la España contemporánea. Se trata de una escena muy versátil y muy bien trabajada. Los actores están todos muy correctos, y, salvo alguna excepción (no necesariamente entre los jóvenes), siguen el verso con soltura.
La Joven, la parte juvenil de la Compañía Nacional de Teatro Clásico se ha destacado, desde los tiempos de la Escuela de Teatro Clásico de Adolfo Marsillach, y, sobre todo, desde que Eduardo Vasco tomara las riendas de la CNTC, como una compañía de repertorio lopesco con preferencia por sus comedias. En los tiempos de Vasco, disfrutábamos de versiones cabareteras de Las bizarrías de Belisa o La moza de Cantaro de Lope. Desde que Helena Pimenta retomara el proyecto en 2012, han destacado las ágiles La noche toledana, dirigida por Carlos Marchena y La cortesía de España, de Josep María Mestres, de nuevo de Lope. Era, pues, cuestión de tiempo que llegaran a la muy divertida comedia villanesca de Lope.
Fotografía: CNTC
La puesta en escena y la dirección de Ricardo Cerdá explota, en este caso, los paralelismos entre la situación social de la España del Siglo de Oro y la actual a partir de una lectura de la lucha de clases en la España contemporánea. Si el ocupado lector tiene interés en el motivo general de la comedia de villanas, puede visitar este clip del videoblog del Instituto del Teatro de Madrid
De este modo, la villana de Getafe se convierte en una especie de chavalita de Geta, y los personajes nobles se convierten en una suerte de ricos salidos de españoladas de los 70.
La adaptación de Yolanda Pallín corta aproximadamente 1.000 versos del texto de Lope y facilita mucho la comprensión del original, llegando incluso a incluir terminología contemporánea como "curro", "colega", etc. La versión, bastante libre, se fundamenta en el leit motif de la conversión de la dialéctica campo/ciudad del Barroco en la actual entre barrio rico/barrio pobre, de modo que los carros de caballos se convierten en Maseratis y las cajas de rapé en cofrecitos llenos de cocaína. Quizá el único fallo de la acción sea la conversión de las varias bodas del original en solo dos, de modo que uno de los personajes más curiosos (Hernán, el novio de la coleguita) desaparece de escena y no vuelve para casarse con la criada Julia, como en el original.
Fotografía: CNTC
Los actores están todos muy correctos, y, salvo alguna excepción (no necesariamente entre los jóvenes), siguen el verso con soltura. La escenografía de Ana Garay, muy espectacular, se divide en cuatro cuerpos y separa la escena en seis espacios diferenciados: el proscenio, dos pisos de un edificio y una parte superior. Se trata de una escena muy versátil y muy bien trabajada. El primer acto la escena se transforma en un taller en los arrabales de la ciudad dormitorio madrileña. En la segunda, en un chalé con un estilo arquitectónico cercano al de la Moraleja, y en la tercera, se continúa con esta misma disposición. La chavalita va ascendiendo esta pirámide social hasta acabar la acción arriba del todo. En breve, una villana urbana divertida y correcta en uno de los registros que las distintas promociones de La Joven ha dominado siempre mejor: la comedia de enredo amoroso.