¡No lo entiendo!
Desde temprana edad estamos expuestos a consumir todo tipo de basura violenta que lentamente va carcomiendo y dañando nuestro imaginario, diluyendo nuestra esencia con tintes envidiosos y soberbios de poder y dinero.
¿En cabeza de quién cabe la idea de que vender armas a personas comunes y corrientes como si fueran zapatos o bicicletas es un acto normal? Y más aún, leer en los diarios que un presidente como Barack Obama -actualmente el hombre más poderoso del mundo-, ¿está impulsando una ley para controlar la venta de armamento a civiles?
¿Que esto no estaba prohibido antes? En mi mente, y seguro que en la de millones de personas alrededor del mundo, existe la idea errónea de que así es, que las armas son solo para uso exclusivo de las instituciones encargadas de mantener el orden y la seguridad como el Ejército y la Policía.
Desafortunadamente no es así. En un país como Estados Unidos la mitad de la población está de acuerdo con el porte legal de armas, a pesar de haber sido víctima en varias ocasiones de masacres inesperadas y macabras en restaurantes, cines o escuelas como la última ocurrida hace poco en Colorado.
Colombia, por su parte, impulsa campañas de desarme en las ciudades y barrios, y luchando contra las llamadas Bacrim (Bandas Criminales Emergentes).
En todo esto hay una fuerte contradicción: se está atacando el problema desde el problema mismo y no desde las raíces que lo provocan.
Está claro que es mucho más profundo el análisis de lo que causa la violencia y la inequidad del mundo, pero no podemos negar que la diferencia genera odios que se traducen en manifestaciones de rechazo y rabia, y si a esto le sumamos lo que está alimentando nuestro imaginario, el resultado es letal.
Analizando el contenido de los noticieros, revistas, titulares de algunos de los periódicos más importantes del mundo, programas de televisión en horarios de máxima audiencia y demás canales como internet, es fácil llegar a una conclusión: hay muy pocos contenidos y argumentos que enriquezcan nuestro espíritu y corazón.
Desde temprana edad estamos expuestos a consumir todo tipo de basura violenta que lentamente va carcomiendo y dañando nuestro imaginario, diluyendo nuestra esencia con tintes envidiosos y soberbios de poder y dinero.
Si a esto le sumamos la falta de afecto y educación, o la ausencia de la figura familiar, en muchos de los casos, simplemente se traduce en una bomba de destrucción masiva.
Últimamente me he preguntado por qué los presidentes más poderosos del mundo no se reúnen en sus famosos Grupos (G7, G8 ó Gx ) con el fin de discutir cómo destruir todas las fábricas de armas existentes en el mundo y a cambio estudiar la posibilidad de convertirlas en lugares para la recreación como parques, escuelas y bosques.
Carreras armamentistas entre las grandes potencias se anuncian a bombo y platillo en los principales medios de comunicación del mundo y durante los desfiles militares para enaltecer el amor patrio... ¡No lo entiendo!
El amor patrio es el amor por el prójimo, no por los tanques de guerra ni la última tecnología para asesinar gente.
Por estos días la cantidad de hechos que indignan sobrepasan ya los límites de la dignidad, tanto aquí en Colombia como en el resto del mundo. Noticias que rayan en la demencia y deslumbran el estado podrido en el que se encuentra la mente humana.
Solo por mencionar algunos: El caso Colmenares, Reforma a la justicia, caso Sigifredo López, la niña de 6 años lanzada desde el piso 18 en un edificio en Medellín por la novia de su padre, la famosa fiesta de "fritanga", la situación en Siria, en Irak, la matanza de Colorado, indígenas & Ejército, las torturas de policías en Argentina presentadas por CNN, y en fin, una larga lista de dolorosas realidades que indiscutiblemente nos deben llevar a reflexionar sobre qué queremos ser y hacer realmente, adónde pretendemos llegar y qué tipo de ciudadanos aspiramos que sean nuestras futuras generaciones.