Siempre nos quedará 'Casablanca'
No confíen en nadie que no ame Casablanca. Todo en su mágica y melodramática combinación de sentimientos patrióticos, refugiados desesperados y amantes predestinados funciona maravillosamente, todas las veces. Es la película de la historia del cine que más se disfruta viendo una y otra vez.
En papel, quizás no suena demasiado bien: la mujer que rompió el corazón de un hombre entra en el bar de éste con su marido. Pero "los problemas de tres pequeñas personas" se ven agravados por una intriga bélica en un peligroso y misterioso lugar. Deben recordar esto: no confíen en nadie que no ame Casablanca. No importa que los profesores de los talleres de guiones lo utilicen como un modelo de estructura y narrativa, o que ganara los premios de la Academia a la Mejor Película, Director y Guión. La cuestión fundamental es que todo en su mágica y melodramática combinación de sentimientos patrióticos, refugiados desesperados y amantes predestinados funciona maravillosamente, todas las veces.
Casablanca es casi con total seguridad -para asombro de aquellos implicados en su caótico rodaje- la película de la historia del cine que más se disfruta viendo una y otra vez. En cada ocasión, alguna joya de su catálogo de diálogos ingeniosos e irónicos te golpea como si fuese nueva. Todo en ella roza la genialidad, cuando no la toca a fondo. Y dada su turbulenta historia, hay que reconocer que fue sumamente afortunada a todos los niveles.
En el primero de muchos giros del destino, la obra llegó a Warner Bros. el 8 de diciembre de 1941, el día después de Pearl Habor. Cuando los Estados Unidos declararon la guerra, los estudios se apresuraron a hacer películas patrióticas. Dos semanas después, el ejecutivo a cargo de producción de Warner, Hal Wallis, decidió hacer el filme, cambiando el título para evocar el exótico romanticismo de uno de los hits del estudio, Argel, y lo anunció como un trato cerrado antes de que los contratos se hubiesen firmado.
Contrariamente al mito y a algunos curiosos bulos publicitarios, Humphrey Bogart siempre fue la elección de Wallis para el papel de Rick, y los hermanos guionistas Julius y Philip Epstein fueron contratados para escribirlo a su medida. Cuando los Epstein se fueron a trabajar en la serie de documentales Why We Fight de Frank Capra, aún tenían Casablanca a medio hacer, así que Howard Koch (que había escrito la emisión radiofónica más famosa de la historia, la adaptación de La guerra de los mundos para Orson Welles) se incorporó al proyecto hasta la vuelta de los hermanos.
La historia de amor y autosacrificio que es el alma de la película fue una aportación de los Epstein. Como también lo fue el inteligente y cínico humor que dota de una extraordinaria vida a los personajes secundarios. Sin acreditar, Casey Robinson (guionista de varios éxitos, incluyendo La extraña pasajera) reescribió las secuencias del flashback de París que revelan el romance de Rick e Ilsa Lund y su separación. Pero la trama de Casablanca es un thriller político, y fue Koch (cuyo liberalismo literario le llevó después a ser incluido en la "Lista Negra") quien desarrolló ese aspecto. Él abordó las preocupaciones de Bogie sobre el pasado de Rick, desarrollando el enigmático, idealista y finalmente heróico personaje que Humphrey personificó con un estilo inmortal.
Ilsa fue otro problema. Originalmente era una cazafortunas americana que rompía el matrimonio de Rick pero le abandonaba por el más rico Victor, del cual era amante, no esposa. Los censores habrían montado en cólera, y los cineastas querían que el público se pusiese de su parte, de ahí el concepto de una vulnerable europea devota de su marido. La bella Hedy Lamarr no estaba disponible, así que Wallis negoció con David O. Selznick para contratar a Ingrid Bergman (a cambio de la actriz de Warner Olivia de Havilland). Con el guión aún incompleto, Ingrid se encontró con que no sabía con qué hombre acabaría. Es uno de esos milagrosos accidentes que Bogie y Bergman, aunque él se comportaba de forma distante con ella fuera de las cámaras, estén sublimes juntos en la pantalla.
Paul Henreid no estaba muy emocionado con lo que él veía como la ridiculez de interpretar a un líder de la Resistencia Checa que escapa de un campo de concentración para acabar en Marruecos, elegantemente vestido para discutir de modo sofisticado con los oficiales nazis. Sin embargo, se mordió la lengua y lo hizo a cambio de una prominente posición en los créditos y la ayuda de la Warner con su visado. Conrad Veidt, un enemigo declarado del Nazismo que había escapado por los pelos de Alemania, lejos de lamentarse por quedar encasillado como el Mayor Heinrich Strasser, estableció en su contrato que exclusivamente interpretaría a villanos, firmemente decidido a que haciendo papeles de nazi ayudaría a los esfuerzos bélicos.
El director emigrado Michael Curtiz, no tanto un artista como un artesano extraordinariamente hábil que logró imponerse en varios géneros, tenía una personalidad perfeccionista -algunos dirían que tiránica- en el plató. También tenía un encaprichamiento con América y sus sentimientos, lo que unificó todos los elementos y los talentos creativos de Casablanca en su atmosférico y cautivador conjunto. Las orgullosas aseveraciones de la Warner de que gente de treinta y cuatro nacionalidades colaboró en la película pueden ser una exageración, pero de todos modos no hay un mejor ejemplo que esta cinta en el crisol de Hollywood. El filme creó un mundo en miniatura, en el cual los deseos, pecados e impulsos básicos universales, para bien y para mal, están envueltos en glamour, suspense y estilo.
Casablanca es amada universalmente porque presenta el más admirable e inspirador mito de América en su romántico idealismo: la redentora renuncia de Rick a Ilsa por un bien mayor, y su marcha para unirse a la lucha. La primera vez que la ves es sólo el principio de una bella amistad. Porque, a partir de ese momento, este cult movie será siempre el refugio de quienes creen que el Amor (con mayúscula) es el mejor de los males y el dolor el resultado de la pasión, de quienes necesitan refugiarse en la magia del cine para olvidar durante unos momentos las miserias de la vida cotidiana y soñar con las grandes historias que nunca vivirán.
Tal vez no sea la mejor película de la historia del cine, tal vez Humphrey Bogart no sea el mejor actor del mundo, tal vez Ingrid Bergman realizó mejores interpretaciones a lo largo de su carrera, pero lo cierto es que setenta años después el público sigue respondiendo a su llamada, recitando de memoria sus diálogos y tatareando "As Times Goes By". Tal vez sólo sea una película irrepetible. Tal vez.