El drama de Juan Negrín: lecciones para la izquierda
Va siendo hora de que la izquierda aprendamos las lecciones dolorosas de nuestras derrotas del pasado, de las remotas y de las recientes, desde Negrín hasta hoy. Y de que converjamos en un mismo esfuerzo solidario y compartido de mayoría de izquierda transformadora.
El pasado 28 de febrero tuve el honor de presentar en el Congreso de los Diputados mi libro Juan Negrín López (1892-1956), dentro de la colección Biografías Parlamentarias. El pasado lunes me honré en presentarlo, también, en la sede de la Fundación Juan Negrín en las Palmas de Gran Canaria, ciudad en la que nació el que fue el último presidente del Consejo de Ministros de la II República. Junto a la recopilación de sus discursos parlamentarios, acometo una semblanza de la personalidad poliédrica del que fuera llamado "el hombre necesario" para afrontar las duras pruebas de la República en Guerra: científico, investigador, prestigioso catedrático de fisiología, maestro del Premio Nobel Severo Ochoa, políglota, conversador infatigable y explorador de múltiples saberes y disciplinas... Y, finalmente, político y hombre de acción, comprometido hasta el sacrificio más exigente y agotador con España y los españoles contra el envite del fascismo en la hora más difícil de nuestro siglo XX.
Por ello la propaganda franquista se ensañó implacablemente con su persona y con su personaje, sometiéndolo a un denuesto y a una demolición retrospectiva abrasiva e implacable. Aun cuando el pódium medallero del cainismo nacional resulta muy competido, Juan Negrín es seguramente la figura más controvertida y -por qué no decirlo- vituperada y maltratada del siglo XX español. Contra quienes le deconstruyeron como un "rehén de Stalin y de los comunistas", y frente a quienes, apropiándose por la fuerza de las ideas y símbolos de España, le estigmatizaron como "rojo" y como "antiespañol", la historiografía más reciente y mejor documentada rescata a Negrín con fuerza como una librepensador no sectario, socialista "no marxista" en un PSOE que hacía entonces del marxismo su ideología oficial, demócrata radical, republicano, progresista convencido y patriota constitucional de la legalidad entonces constituida.
Si hay en su peripecia una enseñanza reseñable -tan vinculada al itinerario trágico de la II República y su derrumbamiento ante la embestida del fascismo cebado en la sublevación militar-, esa sería precisamente la que delinea con trazo fuerte la principal diferencia del carácter y del comportamiento de los que se conglomeraron en el autodeterminado bando nacional en la Guerra frente a quienes combatieron por la legalidad democrática y, como el propio Negrín, hicieron de su legendario Resistir, resistir, resistir es vencer el lema de su denodado esfuerzo por la supervivencia de la II República hasta su colapso final.
Negrín tuvo la intuición visionaria de que nuestra Guerra Civil (1936-1939) era el primer episodio de la que sería, inevitablemente, la II Guerra Mundial (1939-1945). Y de que, cuando las grandes potencias democráticas europeas de entonces (Francia y Reino Unido) arribasen a la convicción de que su no intervención en España y el apaciguamiento en la vergonzosa Conferencia de Múnich (septiembre de 1938) no aquietaría la amenaza del monstruo nazi-fascista, la guerra contra el totalitarismo redimiría a la República en guerra de la derrota ante Franco.
Pero, junto y tras de esa dramática lección aprendida con sangre de nuestra historia reciente, otra enseñanza resplandece: la victoria de los sediciosos en la Guerra Civil española se debió inequívocamente a la determinación estratégica de todas las formas y variantes de la derecha española de converger eficazmente bajo un único mando, que resultó entonces el de Franco. Exmonárquicos desencantados de la decadencia del Régimen de Alfonso XIII y de la Restauración liberal, conservadores arrepentidos de haber saludado a la República, carlistas montaraces, integristas católicos, reaccionarios de toda laya, nacionalistas españoles intransigentes con las autonomías regionales, fanáticos de extrema derecha y fascistas de correa y pistola ¡todos supieron ceder en sus diferencias tácticas para agruparse luego bajo el mando único de Franco!
En doloroso contraste, la derrota del bando republicano vino determinada por la guerra de todos contra todos: la FAI contra la CNT, el PCE contra el POUM, todos contra los socialistas y, dentro de los socialistas, todos contra Negrín. Los partidarios de Prieto, los de Largo Caballero y los afines a Besteiro fueron, en efecto, implacables contra su compañero socialista Juan Negrín, por más que éste fuera nada menos que el presidente del Consejo de Ministros ¡El presidente del legítimo Gobierno de la República en guerra!
Viene esto a cuento de la memoria recuperada del arquetipo político que fue en su día Adolfo Suárez. Por más que se distorsionen las evidencias históricas, no fue la oposición socialista la que lo pulverizó, sino un inédito episodio de ferocidad cainita en la reconfiguración interna de las primogenituras dentro del propio bloque de la derecha española.
He explicado en otros escritos que el renombrado éxito de la transición residió en buena medida en un entrecruzamiento de miedos recíprocos. En ese contexto fue crucial el hecho de que buena parte de la derecha española sobreestimase entonces, fines de los años 70, el potencial desestabilizador e insurreccional en la calle por parte de la izquierda social (intelectual y sindical) y de la izquierda política (PSOE y PCE).
La entera recomposición de la actual derecha postsuarista ha roto amarras con aquel tiempo. Después de perder groseramente el respeto por la izquierda, esta derecha ha sido capaz además de aglutinarse eficazmente, una vez más en la historia, bajo una nueva marca política y electoral: el PP. Y ha conglomerado en ella tanto a la extrema derecha española (el Tea Party español, intransigente con las autonomías y los avances sociales, ideológicamente reaccionario, antiliberal, ultraconservador y neoconfesional) como a todas las variantes de voto de intereses (los partidarios de un Estado mínimo fiscalmente regresivo y con altísimo fraude, carente de servicios públicos correctores de la desiguldad de origen, puesto que ellos no los necesitan).
Va siendo hora de que los progresistas tomemos en serio una determinación estratégica proporcionada y pareja a la que la derecha ha mostrado tantas veces en la historia. Para nuestra desventaja, la desunión de la izquierda, su fragmentación atomizada, su desmovilización electoral, el nihilismo y la antipolítica, son el caldo de cultivo en que la hegemonía conservadora sobre el mundo de la comunicación y sobre las redes sociales nutren la prolongación y la perpetuación de su mayoría política.
Va siendo hora de que la izquierda aprendamos las lecciones terriblemente dolorosas de nuestras derrotas del pasado, de las remotas y de las recientes, desde Negrín hasta hoy.
Y de que converjamos en un mismo esfuerzo solidario y compartido en el relanzamiento de una vocación de mayoría de izquierda transformadora. Capaz no solo de formar nuestra protesta radical y nuestra disidencia contra las políticas aplicadas por la mayoría de la derecha, sino también, y de una vez, de derrotarles en las urnas con nitidez y contundencia.
El 25 de mayo, elecciones europeas, sin ir más lejos.