Antonio Costa en el Parlamento Europeo: el ejemplo portugués y su lección para España
El miércoles de la semana pasada, durante el Pleno de Estrasburgo del Parlamento Europeo (PE), tuvo lugar un nuevo ejercicio del diálogo puesto en marcha con los jefes de Gobierno (primeros ministros y presidentes de los Estados miembros, EE.MM). En ocasiones anteriores, los miembros del PE hemos podido escuchar a los primeros ministros de Irlanda, Croacia y Estonia, y debatir con ellos sobre "el futuro de la UE". En esta cuarta ocasión, pleno del mes de marzo, pudimos entablar debate con el primer ministro de Portugal, el socialista Antonio Costa.
No sólo se trata del primero de entre los que ya han aceptado ser parte de este nuevo formato de debate estructurado en el PE que pertenece a la familia socialdemócrata europea; se trata taanbién, nada menos, que de un jefe de gobierno socialista de un país -Portugal- revestido de gran significación para los socialistas españoles, y no exclusivamente en base a su proximidad geográfica.
En primer lugar, hace años que vengo denunciando en mis intervenciones en el PE (además de en mis escritos y en mis publicaciones) la hegemonía conservadora que, a todo lo largo de la tremenda crisis y de la Gran Recesión que arrancó en 2008, impuso su diagnóstico errado y su terapia recesiva (la austeridad destructiva) que tanto ha contribuido a exasperar como nunca las desigualdades en toda Europa (en los EE.MM y entre los EE.MM), y tanto daño ha causado a la integración europea y a la voluntad de Europa.
De hecho, en el momento en que se amartilló -sin contemplaciones- el giro austericida de mayo de 2010 apenas había tres primeros ministros socialistas en la UE de 28 EE.MM: Papandreu en Grecia, Sócrates en Portugal y Zapatero en España. A los tres se les impuso una política incompatible con sus programas y compromisos de Gobierno hasta esa fecha, además de inaceptable por sus electorados.
De modo que cada uno de ellos pagó un incuantificable precio moral, político y electoral en sus siguientes elecciones. A partir de ahí, el resto es historia: estos tres países, emblemáticos de lo que veníamos llamando la "Europa del Sur", han venido sometidos a la terrible presión de un ajuste de cuentas contra su "Estado social" con empobrecimiento abrupto de sus clases medias, depauperación despiadada de sus trabajadores, desprotección e intemperie de sus mayores y pensionistas, y pérdida de esperanza de sus cohortes más jóvenes, desenganchadas del empleo pero también de la UE y su promesa de futuro.
Y, lo que es mucho más grave, Grecia, Portugal y España (países que históricamente habían conocido largos períodos de hegemonía de sus gobiernos socialistas, vencedores en las urnas) sufrieron de cataclísmicas redefiniciones de sus respectivos paisajes electorales. Por un lado, el electorado de izquierda experimentó dolorosas fracturas autolesivas (surgiendo nuevas formaciones con retóricas populistas y notoria explotación del resentimiento antipolítico: Syriza en Brecia, Bloco de Esquerres en Portugal, Podemos y sus confluencias en España). Sólo que, por un primer lado, en Grecia (sádicamente empobrecida y maltratada hasta el extremo) viene a emerger, además, una agresiva extrema derecha neonazi y rabiosamente eurófoba (Aurora Dorada).
Mientras que, por un segundo lado, ni en Grecia ni en Portugal este seísmo político ha llegado a traducirse en un cuestionamiento de la unidad constitucional del país, mientras que, para nuestra consternación, sí que se ha producido en España, a rebufo de los estragos causados por la pésima gestión de la recesión, un incremento pujante de discursos y candidaturas que cuestionan frontalmente la continuidad de España como proyecto común y espacio de convivencia.
Lo cierto es que, alarmantemente, en la actualidad el paisaje de la familia socialista y socialdemócrata europea no es mucho más alentador. Los jefes de Gobierno socialistas que perviven contra una amplia mayoría conservadora, cada vez más minada por el auge de la extrema derecha ultranacionalista y eurófoba, se cuentan con los dedos de una mano: y bregan con dificultades constantes, ya sea en coalición (Suecia), ya sea sujetos a dimisiones dramáticas (Rumanía, Eslovaquia), o ya sea practicando políticas materialmente disociadas de las grandes orientaciones de la socialdemocracia europea (Malta, resistiéndose contra cualquier avance de la armonización fiscal o la lucha contra el evasión y los paraísos fiscales que tan necesaria resulta para generar recursos que permitan financiar el relanzamiento europeo). Pero de este reducido círculo, el gobierno portugués sobresale por su orientación decididamente progresista, y por sus resultados.
En efecto, de la mano del Gobierno socialista que lidera, en minoría, el primer ministro Antonio Costa, Portugal ha puesto fin a la intervención de la Troika, ha salido de los programas de intervención sobre sus cuentas puestos en marcha en el peor momento de la Gran Recesión. Ha reenderezado sus macromagnitudes, cuadrando sus cuentas públicas y restablecido el crecimiento. No sólo ha reactivado las políticas redistributivas (educación, sanidad, prestaciones por desempleo, protección social) y apoyado a sus pensionistas y asalariados con una recuperación de su poder adquisitivo (con incremento del salario mínimo). Y, todavía más importante, ha relanzado el prestigio y credibilidad de la política en Portugal y de Portugal en la UE.
Un testimonio apreciable de esta recuperación reside en el papel activo, y en la franja de sobresaliente, de portugueses al frente de la arquitectura de la UE y la escena internacional. Portugués fue, es verdad, el presidente de la Comisión, José Manuel Durao Barroso que capitaneó lo peor del sañudo ajuste de cuentas que ha sido perpetrado en una UE de hegemonía conservadora contra nuestro Estado social. Pero portugués es también el prestigioso secretario general de la ONU, Antonio Guterres, antiguo primer ministro socialista y brillante director de ACNUR, la Agencia de N.U para los refugiados. Portugués ha sido el vicepresidente y factual número 2 de Mario Draghi, Vitor Constancio, al frente del BCE en Frankfurt, artífice, reconozcámoslo, de los "quantitative easings" que han materializado la consigna de "salvar el euro "doing whatever it takes, comprando deuda soberana y financiando a los EE.MM más asfixiados en sus cuentas por medios de tipos de interés próximos a cero. Portugués es el flamante presidente del Eurogrupo, Mario Centeno. Y hay portugueses/as notables al frente de Agencias de la constelación europea, exhibiendo su ventaja ante la infrarrepresentación que España y los/as españoles/as venimos sufriendo durante estos años de desdoro y descuidada política europea de Rajoy su Gobierno del PP.
El discurso de Costa ante el PE exhibió europeísmo, voluntad europea cargada de compromisos concretos, de claro cariz progresista: Así lo recalcó al apostar por una mayor contribución de Portugal al presupuesto de la UE y a la financiación de sus políticas más definitorias (PAC; fondos estructurales, fondos cohesión, redes transeuropeas). Así, también, al suscribir la necesidad imperiosa de recursos propios de la UE (Financial Transaction Tax: impuesto a las transacciones financieras; ecotasas; porcentaje del IVA, ahora cuestionado), y al apostar por la reparación de los estragos de la crisis (garantía juvenil; agenda social europea; I+D+i); y al invocar la libre circulación de personas (Schengen, hoy en suspenso, y todavía excluyendo a Rumanía y Bulgaria); y la urgencia de abogar por una UE respetuosa de la ciudadanía, los derechos, el imperio de la Ley y una democracia a la búsqueda de un espacio público común (candidatos/as a presidir la Comisión que compitan en listas electorales, los Spitzen Kandidaten, y listas transnacionales).
Pero, con todo, hay un punto del debate que suscita un interés singular desde la óptica de la política española. ¿Por qué Portugal ha tenido éxito en fraguar un gobierno progresista capaz de mostrar que sí, que hay alternativa frente a la mayoría conservadora (que había liderado el anterior primer ministro, Pedro Passos Coelho, de la familia del PP) que tanto daño había infligido a las clases trabajadoras y a los más vulnerables con su gestión brutalmente antisocial en lo peor de la crisis? ¿Cuál es la diferencia que explica que, lamentablemente, esto no haya sido posible en España, donde los progresistas podemos mirar con envidia el empuje portugués que ha conseguido revocar la hegemonía conservadora que ellos sufrían hasta entonces y nosotros continuamos sufriendo?
La respuesta requiere evocar al menos dos datos reveladores. a)-Primero: En las últimas elecciones portuguesas (2015), el PP portugués (allí llamado PSD) fue todavía primera fuerza en votos y escaños en el Parlamento portugués, pero emergió en su contra una mayoría absoluta (aunque plural, compuesta por el PS de Costa, el Partido Comunista, de tradición paleocomunista y antigua raíz estalinista, y el Bloco de Esquerres, cuyo radicalismo, espoleado por la crisis, resuena a nuestro 15M y la emergencia en España de Podemos). Lo cierto es que en Portugal cuenta, constitucionalmente, con un Parlamento unicameral (la Asamblea Nacional) donde hay una mayoría de izquierda que sólo hacía falta liderar y, de hecho, sólo el PS podía liderar. Es lo que consiguió el hoy primer ministro Costa. b)-Segundo, no menos importante; en Portugal ni el PC ni el Bloco de Esquerres impusieron al socialista Antonio Costa ninguna condición inaceptable para su investidura: primaron la agenda social y la de la igualdad frente a las injusticias por encima de ninguna otra, y desde luego no interpusieron ninguna agenda "identitaria" que preponderase ninguna pretensión nacionalista reaccionaria. ni mucho menos aún ninguna pretensión secesionista, sobre la necesidad urgente de mandar a la derecha portuguesa a la oposición.
Es obvio que, tristemente, en España no hemos tenido la suerte de disfrutar de la altura de miras de la izquierda portuguesa. De un lado, nuestro Parlamento, es, constitucionalmente, unas Cortes bicamerales. Dos Cámaras, por lo tanto. En el Congreso no asoma por ninguna parte una mayoría absoluta de izquierdas (los escaños conservadores suman más que los progresistas, hagamos como hagamos las cuentas), mientras que en el Senado (que retiene, no se olvide, iniciativa legislativa y capacidad de bloquear o retrasar sustancialmente cualquier iniciativa del Congreso a la que quiera oponerse, además de su recurso ante el TC y su bloqueo a cualquier hipótesis de reforma constitucional) el PP mantiene una sólida e incontestable mayoría absoluta.
De otro lado, y aquí lo peor, en las Cortes Generales ostentan representación varias fuerzas que, reclamándose verbalmente de "izquierda radical", primaron sin embargo su agenda "identitaria", nacionalista y secesionista, llegando a imponer su pretensión de un inviable (además de inaceptable) referendum de autodeterminación, como condición y premisa para votar la investidura del candidato socialista, Pedro Sánchez.
De ahí la responsabilidad que han contraído esas formaciones a la hora de frustrar elcambio que sí ha sido posible en nuestra vecina Portugal. Pues viene todo esto a cuento de las jeremiadas plañideras por parte de los portavoces de Podemos en ese debate en el PE con el primer ministro Costa que tuvimos que escuchar en la bancada socialista. Si en España no pudimos mandar al PP a la oposición, es mucho lo que por ello deben responder todavía quienes primaron su derecho de autodeterminación, torpemente disfrazado de "derecho a decidir", a la ocasión perdida de haber hecho lo posible, cuanto estuviera en su mano, "by doing whatever it takes", por ponder fín a la etapa de gobierno del PP y a su historial de recortes, abusos y corrupción.