23-O: por un punto de inflexión y de reconciliación
Nuestro PSOE ha sufrido mucho en esta espiral de tensión exasperada para cuya superación tenemos que dar lo mejor de todos y todas, para salir de ella cuanto antes. Siguiendo la lógica del "mal menor" de la que tanto se ha hablado, la ejecución de esta decisión debería ser lo menos divisoria posible, sin abundar en el daño de la fracción sufrida.
Desgarro. Sufrimiento. Lamentablemente, han sido más las emociones fuertes que las razones dialogadas las que durante un año largo han marcado el signo del trance que nos ha conducido a los miembros del Comité Federal del domingo 23 de octubre hacia una disyuntiva dramática, obligados a elegir entre lo malo y lo pésimo.
Independientemente de nuestras posiciones o del sentido de nuestro voto, todos y todas acudimos al Comité conscientes de la gravedad severa de la cadena de errores que empiedran nuestro itinerario, marcado por derrotas históricas y pérdidas incrementales de votos y escaños en cada convocatoria. Pero alarmados también por el empeoramiento del clima de convivencia interna en el PSOE.
Nada nos ha hecho tanto daño como la prolongada negación del debate racional cuando más lo necesitábamos, a la vista del carácter excepcional del momento y sus dificultades. En lugar del necesario intercambio de argumentos, ha cundido en estos meses la tentación de la brocha gorda, de los juicios sumarísimos de intenciones cruzadas entre y contra otros socialistas en función de lo que opinen, y del linchamiento en las redes sociales de cualquiera que osara apostar por la contraposición de los pros y de los contras de una decisión ingrata en un entorno cada vez más viciado por la visceralidad maniquea del blanco y negro sin grises.
He hablado de la tentación de "podemización" del PSOE, no para aludir a nada que tenga que ver con la radicalidad de las ideas y los principios en que los socialistas reivindicamos el derecho a mantenernos firmes, sino para aludir a esa deriva netamente populista por la que se combinan el uso de la democracia representativa a beneficio de inventario (mientras se la deslegitima y erosiona en cada acción) y la yuxtaposición de prácticas de achicamiento de espacios al pluralismo y al debate, interpolando increpaciones, gritos, insultos, escraches, "movilizaciones" o intimidaciones contra quienquiera que se atreva a opinar lo que no queremos oír, a fin de que, por temor a ser linchado, acabe tentándose la ropa antes que arriesgarse a expresarse.
Desde el arranque de este año horrible -elecciones del 20D de 2015-, he venido sosteniendo, incansablemente, con argumentos racionales y desde la misma ética (weberiana) de la responsabilidad tan invocada estos días, que no se daban garantías de que el PSOE transigiese con que Rajoy fuera investido de nuevo como presidente del Gobierno; ningún acto de contrición por los atropellos de la pasada legislatura, ningún compromiso expreso de cambiar la forma de gobernar (70 Decretos Ley y 20 Leyes Orgánicas desde la apisonadora de su mayoría absoluta), con recortes brutalmente antisociales, ensañándose una y otra vez contra los más vulnerables de una sociedad fracturada y desigual, y con la cuestión catalana espoleada hacia la desconexión unilateral ante la inacción reaccionaria y contraproducente de este PP encenagado en la corrupción pandémica.
Con todas las dificultades, también expresé en el Comité que tampoco para el PSOE hay garantías de evitar unas siguientes elecciones que, más pronto que tarde, decidirá ahora unilateralmente y bajo su responsabilidad Rajoy como presidente, una vez investido, a su entera conveniencia. Para entonces, el PSOE deberá haber remontado la pendiente de malestar e indisposición que pueda haberse derivado de esta decisión dramática que no ha sido grata para nadie.
Pero lo cierto e innegable es que, gracias a la gestora presidida por Javier Fernández, un hombre cabal y respetado por todos y todas, el 23 de octubre tuvo lugar finalmente ese debate racional que debíamos haber tenido hace ya casi un año. Al menos, desde la disolución en la práctica de la expectativa suscitada por la fallida investidura del candidato socialista -contra el que Podemos votó con el PP, haciéndolo imposible- y por la inviabilidad de un gobierno alternativo con la aritmética delineada en el Congreso y aun peor en el Senado (con iniciativa legislativa en manos de la mayoría absoluta del PP, junto a su poder de veto sobre cualquier reforma constitucional).
A lo largo de todo este tiempo de inevitable tensión en el seno del PSOE, he requerido, exigido y observado el respeto que merecen los argumentos racionales de los compañeros y compañeras que propugnaban el desbloqueo de la legislatura con una "abstención técnica" en la segunda vuelta a celebrar in extremis el último día de octubre. Invocando la ética de la responsabilidad, insisto, anuncié en la tribuna del Comité Federal mi voto -'no', por coherencia- con la misma fuerza que afirmo ahora que, no sólo el conjunto del Comité Federal, sino el Grupo Parlamentario y todo el PSOE deben prestarse a hacer suyo el resultado, el que finalmente se produjo tras el voto por llamamiento, como decisión adoptada por el máximo órgano deliberante y decisivo del PSOE entre congresos, cuya legitimación democrática y conforme a nuestros estatutos nadie debería discutir.
Por eso, una vez que el Comité Federal ha adoptado su decisión, la hago mía, y me apresto a explicarla ante la militancia en cuantas agrupaciones requieran un contacto directo con miembros de este órgano y, sobre todo, al conjunto de la ciudadanía.
En la tribuna del Comité pedí, además, otra cosa: nuestro PSOE ha sufrido mucho en esta espiral de tensión exasperada para cuya superación tenemos que dar lo mejor de todos y todas, para salir de ella cuanto antes. Siguiendo la lógica del "mal menor" de la que tanto se ha hablado, la ejecución de esta decisión debería ser lo menos divisoria posible, sin abundar en el daño de la fracción sufrida. Así, me parece menos divisivo que 11 hombres y mujeres se ausenten de la segunda votación con el respaldo y bajo la responsabilidad de todo el partido que hace suya la instrumentación de una decisión dolorosa, que imponer una disciplina de voto a los 84 diputados socialistas con una unanimidad que seguramente sería de muy difícil o imposible cumplimiento.
Para relanzar el partido es imprescindible la reconciliación. Y, sin ella, no habrá una reagrupación de los socialistas españoles en torno a un mismo proyecto con vocación de mayoría y con ambición de gobierno. El PSOE no ha nacido ni vivido para liderar una izquierda fragmentada (y por lo tanto, impotente), sino para liderar la sociedad como fuerza para sus transformaciones.
El CF del 23 de octubre debe ser asumido, no sólo como redención de los errores anteriores, sino como un punto de inflexión hacia la recuperación de nuestra unidad y nuestra confianza en nosotros mismos. Respeto mutuo, solidaridad, de nuevo, fraternidad y unidad en la lealtad a las decisiones adoptadas por nuestro órgano de representación; y responsabilidad.