La verdad en el 'lapsus'
¿Qué significa tener un lapsus linguae como el de Cospedal el otro día? Se puede pensar que es una gracia, una equivocación sin más, literalmente un resbalón de la lengua. Pero desde hace más de un siglo sabemos de la existencia del inconsciente, y que ese resbalón tiene un sentido. A veces, mucho sentido, como una verdad que irrumpe sin ser convocada.
Cospedal dice: "Hemos trabajado mucho para saquear a nuestro país (adelante)", y las redes sociales se revolucionan y lo recogen con humor y sorna. Pero, ¿qué significa tener un lapsus linguae? Se puede pensar que es una gracia, una equivocación sin más, literalmente un resbalón de la lengua. Pero desde hace más de un siglo sabemos de la existencia del inconsciente y que ese resbalón tiene un sentido. A veces, mucho sentido, como una verdad que irrumpe sin ser convocada.
La puesta en escena de la política se compone casi exclusivamente de discursos prefabricados en los que asesores de imagen, entrevistas pactadas, medios de comunicación amigos y hasta pantallas de plasma en ruedas de prensa, intentan filtrar y encorsetar la palabra de los políticos para que se diga solo lo conveniente, y no lo verdadero. Pero a veces, las defensas se relejan y, como sucede ante los micrófonos cerrados, se dice lo que de verdad se piensa.
En el caso de Cospedal, no es extraño que su lapsus recayera en el duro trabajo que han hecho para saquear el país, tras la acumulación de noticias sobre corrupción, sobresueldos, comisiones y apropiaciones indebidas que atraviesan a numerosos miembros de su partido, incluida ella misma. A la vista de las informaciones de los últimos años, hay que reconocerles que realmente han puesto mucho esfuerzo en ello. Además, no es la primera vez que su verdad más profunda emerge transportada por esa misma palabra. Hace tres años, también habló de "saquear a Castilla-La Mancha". Es notable que en ninguno de los dos casos, la autora del acto fallido advirtiera su presencia. Ni en una ocasión ni en la otra volvió atrás para rectificar y disculpar el error. En su convicción última, esa palabra tenía todo el sentido. Esa verdad no la sorprendió y siguió hablando como si tal cosa, con la coherencia de quien ha dicho lo que tenía que decir.
Este tipo de lapsus en los que la verdadera convicción se escapa por las costuras abundan en el anecdotario político, como cuando un congresista peruano juró su cargo con la fórmula "¡Por Dios y por la plata!", revelando una mayor reverencia en su fuero interno por el dinero que por la patria. Los numerosos ejemplos en política nacional e internacional están al alcance de quien quiera buscarlos y de quien esté dispuesto a prestar atención, en estos tiempos en que todo se registra pero poco se analiza.
Y también en esta época tecnológica de mensajes de texto breves y rápidos, merecen atención los actos fallidos en la escritura, el llamado lapsus calami (de "cálamo", pluma de escribir). En esos casos, el error puede producirse a la hora de enviar un contenido de mensaje indeseado o al remitirlo al destinatario equivocado. La confusión es frecuente en el envío de textos amorosos a la pareja en lugar de al amante clandestino; cuando remitimos un correo de trabajo a la persona equivocada, diciendo lo que realmente pensamos de él o ella; o la hora de hacer un retweet involuntario de una imagen sexual subida de tono o de una orientación no reconocida...
Conviene que le reconozcamos al inconsciente el lugar que le pertenece y toda la potencia que le es propia. Y que también los políticos están sujetos a su dominio. Resistirse a ello no nos llevará más que un intento vano de negar la contradicción y a que, de repente, los protagonistas del acto fallido se vean sorprendidos por la revelación de una verdad íntima que no esperaban dar a conocer, sin saber a qué atribuirlo. En este año en que se acumulan las citas electorales y las encuestas predicen un fuerte oleaje en el escenario político, la presión contribuirá a la pérdida de control consciente, favoreciendo la posibilidad del lapsus. Habrá que estar atentos a las verdades que, sin querer, escapen por las bocas de nuestros más sinceros políticos.