Españoles que valen la pena

Españoles que valen la pena

La marca de un país no puede ser solamente el tenista Nadal, la selección nacional de fútbol o Pau Gasol. Si queremos creernos un lugar con posibilidades, tenemos que conocer las historias de éxito de esos empresarios arriesgados y que se la juegan en los competitivos mercados foráneos, de esos directivos que han llegado alto en la cadena de mando de muchas multinacionales o de esos científicos audaces y docentes con gran currículum investigador.

Como a muchos, a mí también me ha sorprendido encontrarme por la calle el gesto torcido de un grupo de extranjeros que afirman estar "hartos de los españoles". Es una campaña publicitaria y tiene como objeto provocar y llamar la atención, aunque, según están las cosas en Europa, ese mal gesto cobra verosimilitud e inquieta hasta cierto punto. Al fin y al cabo, los medios no dejan de azuzar con el malestar creciente de los supuestamente trabajadores y diligentes europeos del norte con sus laxos vecinos del sur, y vamos a terminar por creérnoslo.

La campaña que promueve la empresa de publicidad de exteriores Clear Channel y la escuela de negocio ESIC está dividida en tres fases. En la primera, como digo, los extranjeros mostraban su descontento con España, aunque sin dar razones. En la segunda, esas caras de pocos amigos han sido sustituidas por los semblantes amables y confiados de cinco españoles con talento dispuestos a rebatir manidos tópicos. Entre ellos, Gisela Pulido, nueve veces campeona de kitesurf, Rodrigo Prado, directivo de BQ, fabricante madrileño de smartphones que está plantando cara a gigantes como Samsung o Sony, y Xavier Carrillo, premio Inventor Europeo 2013.

En una tercera fase (aún por llegar), los rostros de 10 españoles "hechos de talento" inundarán las vallas de nuestras ciudades y también de las capitales de otros países. La novedad entonces será que en ese grupo de elegidos habrá también "talentos desconocidos". Usted y yo -si nos consideramos dotados de una facultad especial- podremos presentarnos a un concurso en la web del que saldrán los que darán la cara por esa España innovadora que promueven Clear Channel y ESIC.

  5c8aa01b360000e01c6bbb39

Me gustan algunas ideas de esta campaña. Me parece bien que gente brillante y esforzada ocupe por un momento el espacio mediático casi siempre reservado a los políticos, las estrellas del deporte o los señores de la farándula. En los últimos tiempos se han colado en los medios los cocineros, un gremio que innova y que ha adquirido prestigio internacional. Pero todavía es insuficiente.

La marca de un país no puede ser solamente el tenista Nadal, la selección nacional de fútbol o Pau Gasol. Si queremos creernos un lugar con posibilidades -y lo somos, a pesar de todo-, tenemos que conocer las historias de éxito de esos empresarios arriesgados y que se la juegan en los competitivos e inhóspitos mercados foráneos, de esos directivos que han llegado alto en la cadena de mando de muchas multinacionales y que son clave para atraer inversiones, o de esos científicos audaces y docentes con gran currículum investigador que se pueden encontrar en cualquier universidad de primer nivel, y que un día salieron de Huelva, Albacete, Bilbao o Santander. Tenemos que empezar a valorar lo bien hecho, el trabajo de los excelentes, y pensar que eso es compatible con unas sanas dosis de igualitarismo. En España, por desgracia, todo se confunde.

También me gusta la idea de la campaña de Clear Channel y ESIC de descubrir a talentos desconocidos. Creo que es necesario reivindicar el valor de la gente corriente que todos los días hace bien su trabajo, o que destaca, pero nunca se llevó el foco mediático. Hay que valorar convenientemente a esa clase media de españoles que sacan el país adelante porque están preparados y trabajan de sol a sol. Son esos profesores entusiastas, esos bomberos responsables, esos recepcionistas amables o esos funcionarios competentes que cambiarían al irritado y prejuicioso europeo de la campaña de Clear Channel, y que no tienen nada que ver con el político corrupto que todos los días nos mira desde la página del periódico o con el camarero que nos tiende el café de la mañana con cara de perro.