Alguien tendrá que poner al día el móvil de la abuela
El estudio La sociedad de la información en España 2015 reflejan que el mayor crecimiento en el uso de Internet se ha dado entre los usuarios de 55 a 65 años. Teniendo en cuenta estos datos y las proyecciones demográficas, encuentro desproporcionado y miope el interés por enganchar a los más jóvenes.
El estudio La sociedad de la información en España 2015, elaborado por la Fundación Telefónica, deja bastante datos interesantes sobre los usos y costumbres en Internet. Contra lo que se pudiera pensar, cada vez usamos menos en este país las redes sociales.
Los jóvenes, aparentemente adictos a esta forma de comunicarse, son los que más trabas le están poniendo, silenciando grupos o personas o, simplemente, abandonando conversaciones que no les interesan.
Los españoles están cada día más preocupados por el control y la seguridad de sus datos en Internet. Después de la fiebre de las redes sociales que tuvo lugar hace una década con Facebook, y a pesar del tirón que todavía disfrutan algunas, como Instagram o Snapchat, llegan tiempos de moderación.
También me llama la atención en el estudio de Telefónica la constatación de que la brecha digital que marca la edad se está acortando significativamente en España.
Según los datos de la operadora, el mayor crecimiento en el uso de Internet se ha dado entre los usuarios de 55 a 65 años. En esa franja de edad, casi dos tercios de los españoles usa la web, casi el doble que hace sólo cinco años. Por lo que parece, los mayores entran en Internet sobre todo para consultar y hacer operaciones en la página de su banco, o para realizar trámites administrativos como la declaración de la renta.
Teniendo en cuenta estos datos y las proyecciones demográficas, que anticipan un aumento de la población jubilada, encuentro desproporcionado y miope el interés que los proveedores de servicios y productos en Internet siguen mostrando por enganchar a los más jóvenes, en cualquiera de sus variedades (millennials, nativos digitales, postmillennials, iGeneration, plurals...), como si no hubiera nadie más ahí fuera deseoso de que alguien le facilite la vida con un buen aparato o con una app fácil de usar.
Creo que los millennials están sobrevalorados por los departamentos de mercadotecnia y por los mismos directivos de la industria tecnológica, y también por los medios de comunicación, que por mimetismo hablamos de ellos con cierta reverencia y asombro, como hacemos con esos bebés que antes de decir mamá o papá ya están pasando páginas en la pantalla táctil de la tableta o del móvil.
Me sorprende que tantos lumbreras de la tecnología y expertos en marketing no hayan reparado en que el gran mercado virgen está en la franja de los seniors, precisamente la de ésos con más de 55 o 60 años, que es por donde más crece la población de Internet y que reúne a los que más dinero tienen para gastar en gadgets, servicios o software gracias a sus sueldos y pensiones vitalicias.
Es verdad que los jóvenes son impulsivos, prueban antes que nadie la última aplicación o acampan a las puertas de la tienda para tocar los primeros el último móvil. Pero todo eso no evita que vivan en un mundo gris de desempleo, precariedad laboral e inestabilidad y que, como consecuencia, suelan andar sin un duro en el bolsillo y con la cuenta en el banco a cero, y además sean amantes del "todo gratis".
¿Para cuándo un Wallapop, un Amazon, un Spotify o un Instagram de la tercera edad? Ni los fabricantes de teléfonos móviles ni los desarrolladores de apps, siempre tan obsesionados por conquistar el alma de ese 15% de early adopters que son la avanzadilla del consumo tecnológico en España, han reparado en las posibilidades del inmenso y necesitado mercado que suponen los mayores.
Salvo que se trate de alguien un poco techie, el móvil de una persona por encima de los 50 es un páramo carente de aplicaciones y funcionalidades. Sólo el omnipresente Whatsapp y, en algunos casos, la app del banco, han logrado romper esa barrera de la edad y se han colado en el smartphone de los jubilados.
Ahora, con la proliferación de pulseras, relojes y sensores para el control de las constantes vitales y de sistemas de control y chequeo médico en remoto, pueden empezar a cambiar las cosas. Supongo que será cuestión de tiempo que finalmente alguien se dé cuenta de que tecnología y edad son conceptos compatibles, y de que el móvil de la abuela bien merece que alguien lo ponga al día. En otras palabras, que hay vida (y mercado) más allá de los encumbrados pero menesterosos millennials.