El futuro es de la bicicleta
La bicicleta es un extraordinario medio de transporte urbano que cada día utilizan más personas, por lo que el problema de la convivencia con los vehículos alcanza proporciones graves. El pasado año se vendieron en España 700.000 bicicletas y más de 20 millones en Europa.
Todos los expertos coinciden en que cuanto más homogénea sea la velocidad de los distintos elementos que intervienen en una vía, más seguro será el tráfico al disminuir las velocidades relativas entre los integrantes. En el caso límite en que todos los elementos del tráfico rodasen a idéntica velocidad, se mantendrían sin variación las distancias, lo que eliminaría cualquier colisión. Precisamente el comportamiento de los animales en cardumen o en bandadas son estudiados por los especialistas para mejorar la seguridad vial y las relaciones entre los diversos vehículos en el tráfico.
Por lo tanto, introducir en el tráfico un elemento, como la bicicleta, cuya velocidad relativa es sensiblemente diferente a la de los otros elementos que intervienen, tiene, como primera consecuencia, un incremento del riesgo. Y es evidente que el riesgo es mayor para el elemento más débil.
En nuestro ordenamiento jurídico y especialmente en los que hacen referencia al tráfico, se contempla a la bicicleta como un vehículo y que como tal, su conductor tiene su ámbito de actuación, sus obligaciones y sus responsabilidades. Es un error considerar a la bicicleta como un vehículo, como lo sería considerar a los patines, a los esquíes o las tablas de skate. Cualquiera de estos elementos sirve también para desplazarnos, pero es una temeridad introducirlos en el tráfico. Y soy perfectamente consciente de que afirmaciones de esta naturaleza son "políticamente incorrectas".
Mientras el número de bicicletas ha sido poco significativo, el problema de la coexistencia de la bicicleta y el vehículo motorizado ha sido menor. Pero la bicicleta, por muchas razones, es un extraordinario medio de transporte urbano que cada día utilizan más personas, por lo que el problema de la convivencia con los vehículos alcanza proporciones graves. El pasado año se vendieron en España 700.000 bicicletas y más de 20 millones en Europa.
Y este número va a quedarse ridículo cuando la bicicleta eléctrica sea descubierta por los millones de usuarios que van a utilizarla dentro de poquísimos años. El mercado de las e-bicis está creciendo a un ritmo del 24% anual.
Quienes tienen la responsabilidad de velar por la seguridad en las vías, tienen ya la obligación de enfrentarse al problema de la utilización masiva de la bici. En los años 50 se cometió el error de fomentar el uso del automóvil sin prever las estructuras suficientes. Y así nos fue y nos está yendo. Sería magnífico que no volviéramos a cometer el mismo error. La bicicleta necesita y está pidiendo actuaciones específicas para su desarrollo. Algunas ciudades, como Sevilla, San Sebastián o Zaragoza, han entendido sus necesidades adoptando carriles bici que, en el caso de Sevilla, suman ya 140 kilómetros. Otras muchas ciudades cuentan ya también con kilómetros de carril. Pero van a ser absolutamente insuficientes con el boom eléctrico.
Estas tres ciudades puestas como ejemplo, son de pedaleo fácil, sin apenas desniveles, lo que anima a la utilización. La e-bici va a permitir que miles de ciudadanos puedan pedalear en ciudades como Toledo, Vigo o Granada donde subir las cuestas estaba al alcance de Federico Martín Bahamontes y de tres o cuatro atletas más.
Pero no basta con habilitar carriles. El problema es de mucha mayor complejidad. Significa modificar todo el concepto de transporte colectivo, haciéndolo mucho más flexible. Pongamos un simple ejemplo para comprender la magnitud. Una ciudad como Zaragoza, puede alcanzar en pocos años una tasa de movilidad en bicicleta del 25% (es la que tiene hoy en día Amsterdam), frente al actual 6%, que es ya una de las más altas de España. Si una mañana en Zaragoza sopla el Moncayo o está lloviendo, esa tasa puede bajar hasta menos del 5%. Los responsables del transporte se pueden encontrar, sin haberlo previsto, con que la demanda de transporte publico crece al doble de lo programado. Eso significaría el colapso de la ciudad y millones de euros de pérdidas en horas de trabajo. Aumentar la frecuencia de los autobuses no se consigue con decisiones de minutos: hay que movilizar medios y conductores y eso no se puede hoy día resolver sobre la marcha.
Es solo un ejemplo de la cantidad de actuaciones que hay que prever ya para un cambio sustancial de la movilidad urbana. Plantearlo desde el enfrentamiento automóvil-bicicleta es de necios. La misma necedad demostrarán quienes contemplen los cambios como una mera anécdota o una simple moda. Y se arriesgarán hasta límites insospechados quienes crean que el espacio viario es un espacio de convivencia entre medios de transporte tan diferentes como los motorizados y las bicicletas.
Y como hemos mencionado a la bicicleta eléctrica, tenemos que añadir que los motores que las equipan son solo una ayuda al pedaleo. Las e-bicis no son ciclomotores eléctricos. Aunque hay algunos modelos que incorporan un acelerador que permite que la bicicleta ruede sin dar pedales, lo habitual es que el motor eléctrico proporcione una fuerza adicional a la de las piernas, que siguen siendo el "motor" principal de la e-bici.
Y otra consideración que tampoco debemos pasar por alto. La bicicleta es, además de un elemento de movilidad, un artículo que permite la práctica del deporte. Pero de nuevo mezclar una cosa y la otra es de una atroz temeridad. Nunca debería de haberse permitido la práctica deportiva en espacios que no estén acotados a la exclusividad ciclista. Si hay demanda (que la hay; y creciente) para hacer deporte en bicicleta en carreteras interurbanas, los ciclistas tienen que exigir que se corte el tráfico de vehículos a motor. De la misma manera que a nadie en su sano juicio se le ocurre practicar el motociclismo en una carretera abierta al tráfico. Cada deporte tiene que exigir sus espacios. No se puede practicar el paracaidismo en el aeropuerto del Prat, ni hacer surf en el puerto de Cartagena, ni lanzar el martillo en el parque del Oeste. Si hay demanda para subir a los Lagos de Covadonda, el Veleta o el Angliru, hay que tener el coraje político de cerrar la carretera durante el tiempo que se estime oportuno para que solo sea utilizado como espacio deportivo... o seguiremos poniendo ramos de flores en las cunetas.