Said es el chico más guapo de Tánger
Siento alegría por Said porque se ha acercado a mí con decisión, con osadía y descaro, sin el menor atisbo de culpabilidad ni de estar haciendo algo prohibido. Pero siento pena porque no sé qué va a pasar cuando cumpla unos años más, cuando tenga que casarse con una mujer.
Said es el chico más guapo de Tánger. Me mira desde la altura (casi uno noventa), con unos profundos ojos negros y unas larguísimas pestañas, con la elegancia de un príncipe persa. Desde la Terrasse des Paresseux en el centro de Tánger se ve la costa española, pero Said me mira a mí y sonríe descarado. Se acerca a preguntarme la hora. No tiene más de veinte años. Cuando estoy solo tengo una especial habilidad para atraer a todo tipo de gente, que me cuenta sus penas o sus alegrías. Es por culpa de ese aire de iluminado, entre cura y psiquiatra, que me da la calva, ya me lo han dicho. Said me cuenta que es de Tetuán, que ha venido a jugar un partido de fútbol a Tánger. Es el portero. Como Iker Casillas, le digo, pero tú eres mucho más guapo. Sonríe, coqueto. Sus amigos se han ido a dormir al hotel, pero él se ha quedado paseando por el boulevard Pasteur. Le gusta Tánger. Sobre todo le gusta ser anónimo en Tánger. Entre español, francés, inglés y las tres palabras que sé en árabe nos entendemos casi perfectamente. Pero mejor se entienden nuestros ojos, que se dicen todo.
Paseamos hacia la entrada de la Medina, por la rue de la Liberté. Ya hace horas que anocheció y ha parado de llover. Said lleva una mochila gris con la ropa de deporte, y se detiene en todos los escaparates. Me pregunta por España, por Madrid. Esa misma tarde, en la Kasbah, atravesando un agujero en la muralla, accedí a un promontorio desde el que se dominan los dos mares que bañan Tánger, y los dos continentes parece que se tocan, las dos aguas parece que se mezclan. Los muchachos se sientan en las rocas y miran las luces de Tarifa o Algeciras, echando de menos a los que se fueron. Alguno mira al oscuro mar, y seguro que piensa en los que no llegaron. "Camarades", se llaman entre ellos, compañeros de tragedia. Cuando pensamos en el holocausto nazi siempre nos preguntamos cómo pudo pasar todo aquello en Alemania. ¿Nadie lo vio? Algún día nuestros hijos también nos preguntarán por los alambres de espino, por las pateras, por los ahogados. ¿No lo visteis? ¿Cómo pudisteis permitir algo así? ¿Celebrabais vuestra libertad, gritabais que todo había acabado, que todo estaba conseguido, cuando a diez kilómetros la gente se mataba por entrar a la fiesta, por hurgar en los cubos de basura? Alguna vez tendremos que responder por todo esto.
Said vuelve a Tetuán a la mañana siguiente. Es bonito Tetuán, le digo. Con el cementerio que se derrama por la ladera, con los tejados blancos y las casas de color pastel, con los azulejos centelleantes de las mezquitas. Muy bonito, me dice con tristeza. "¿Tú, mañana, España?" Y le brillan los ojos. Sí, yo mañana, Madrid. Pero es más bonito Tánger.
Tánger. Foto: JOSÉ LUIS SERRANO.
Siento alegría y pena por Said. Alegría porque vive en un país tranquilo e inocente. Porque aún puede comprar cigarrillos sueltos por la calle. Porque los chavalillos juegan tranquilos en las plazas y se toman zumos de naranja. Siento alegría por Said porque se ha acercado a mí con decisión, con osadía y descaro, sin el menor atisbo de culpabilidad ni de estar haciendo algo prohibido. Porque no va a tener demasiados problemas en encontrar lo que busca y que yo hoy no puedo darle. Porque es un chico guapo y hay muchas noches. Pero siento pena porque no sé qué va a pasar cuando cumpla unos años más, cuando sienta la presión, cuando tenga que casarse con una mujer.
Empieza a llover de nuevo y le digo a Said que me marcho. Me agarra la mano con fuerza y me desea suerte. Ya no veo en él ningún atisbo de tristeza, todo lo contrario. Quizá ha encontrado en mí lo que buscaba, después de todo. Sonríe y se pierde por los callejones oscuros de la medina, no sin volverse a saludar un par de veces. Yo doy media vuelta y echo a correr bajo la lluvia por los bulevares de la ciudad nueva. Tengo miedo de que Said no vaya a su hotel y en la trastienda de alguna cafetería del Zoco Chico hipoteque su vida por un pasaje a la felicidad. Tengo miedo de ver su cara en el telediario, temblando de frío en alguna playa, a las puertas de la fiesta.