El marica en el armario de cristal
Que sepas Jonás que tienes mi absoluto desprecio. No por ser discreto ni por haber llevado la vida que te ha parecido, sino por criticar la vida de los otros, la de aquellos que sí han sido apedreados, o la de los que ahora disfrutamos de los derechos que tú nunca te atreverás a usar.
Sé que tu vida no ha sido fácil. Y también es verdad que podrías haber sido mucho más hipócrita si te hubieses casado con una mujer y tenido hijos. O no. No lo hiciste, pero mantuviste siempre bien escondidas tus preferencias, alegando que pertenecían a tu vida privada.
Paseas a tu caniche por la calle después de cerrar la corsetería en la que llevas vendiendo bragas desde los quince años. Cotorreas con las vecinas sobre los famosos de las revistas. Cuando viene algún amigo a visitarte, le aleccionas bien para que no meta la pata en el ascensor: "No saben nada, así que calladita". Orgullosos de ser tan gais, de haber follado cuando Franco, de hablar en femenino a escondidas, de ser a la vez tan respetuosos y prudentes. Siempre discretos, siempre educados, sin llamar la atención.
Sólo a tu círculo más íntimo le has dicho que eres homosexual. Claro que tu círculo se reduce a aquellos con los que te has acostado sin pagar (y te aguantaron al día siguiente) y a alguno más que conociste en un concierto de Paloma San Basilio. A tu madre ni pensarlo. La matarías del disgusto.
En las bodas familiares te sientan con las tías setentonas, que siempre te dicen lo guapo que estás y te preguntan que cuando te casas: "Seguro que las tienes a pares". Tu sobrina de veinte años hace tiempo que lleva a las bodas a su novia, se dan besos y se divierten entre la gente joven, mientras tú las observas horrorizado. Alguna vez oíste a sus amigas preguntarle "y el tito maricón ¿sale o no sale del armario?"
El día del Orgullo cierras la mercería antes de tiempo y, protegido con unas gafas de sol demasiado grandes y una gorra de turista americano, paseas por los alrededores del Retiro antes de que comience la manifestación, para ver un poco de carne. Luego, junto a tu círculo íntimo, pasas la tarde en un Nebraska hablando de la mala imagen que dan todos esos mamarrachos con pluma y transexuales. Por no hablar de los militantes, esos que hacen de su activismo un negocio porque no valen para otra cosa.
- ¿Te casaste? -me preguntas con media sonrisa irónica-. ¿Con el matrimonio de Zapatero?
No, me casé con la ampliación de la ley de matrimonio a personas como tú y como yo, democráticamente aprobada con los votos emitidos por los españoles, esos de los que llevas toda la vida escondiéndote. Pero tú votaste a los otros, a los que te odian en la intimidad. Que sepas Jonás que tienes mi absoluto desprecio. No por ser discreto ni por haber llevado la vida que te ha parecido, sino por criticar la vida de los otros, la de aquellos que sí han sido apedreados, o la de los que ahora disfrutamos de los derechos que tú nunca te atreverás a usar: "No soporto a los que van haciendo gala de su homosexualidad".
Pero mi desprecio no es nada comparado con la burla de tus vecinas el día que tu sobrina se case. Y es que al final te ha ocurrido lo que llevabas toda la vida temiendo: no te tirarán piedras, pero te has convertido en un payaso. Eres el marica en el armario de cristal. Porque hay pocos armarios que no sean, a la larga, transparentes.