Capítulo XXXVI: Curro
Curro era un tipo de lo más extravagante. Un ave blanca de raza indefinida con una cresta enorme y una extraña nariz, ambas de color arco iris. Desde el año 92, en que se celebró la Exposición Universal de Sevilla, no se le había conocido ocupación alguna.
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El capitán Pescanova por fin ha encontrado a la Lechera, la mujer que puede aclararle lo de los restos de leche condensada en el cadáver de Mimosín. Ésta le cuenta cómo había sido contratada para una especie de bacanal para ricachones en una lujosa mansión y encontró allí al osito, tirado inconsciente en una especie de bodega. Le había dado leche condensada para intentar reanimarle, pero antes de que hubiera podido comprobar si el remedio funcionaba, había oído ruidos y se había tenido que ir. Dice no saber nada más, aunque finalmente, Pescanova la sonsaca el nombre del organizador de la orgía: el Conejito. Ahora, agotado, el Capitán vuelve a casa.
El piso del capitán Pescanova estaba en la otra punta de la ciudad. Normalmente, habría cogido la circunvalación, pero tenía tanto sueño que decidió que sería más seguro cruzar el centro que enfrentarse al monótono ritual de circular por una autovía. Aún así, cuando llevaba un cuarto de hora conduciendo, sus párpados empezaron a ceder. Pensó que no tendría más remedio que parar en cualquier esquina y echar una cabezadita dentro del coche, pero cuando se disponía a hacerlo, vio un bar abierto. De modo que aparcó su auto, entró y pidió un café doble. Una vez se hubo acodado en la barra, echó un vistazo al local. Se trataba de la típica cafetería de taxistas, de esas que sirven platos combinados a cualquier hora del día o de la noche. Eran las seis de la mañana y estaba prácticamente vacío: un par de putas viejas y cuatro o cinco borrachos del barrio, poco más. Entonces, de repente, se abrió la puerta y Curro, el pájaro de la Expo de Sevilla, entró en el bar. Curro era un tipo de lo más extravagante. Un ave blanca de raza indefinida con una cresta enorme y una extraña nariz, ambas de color arco iris. Desde el año 92, en que se celebró la Exposición Universal de Sevilla, no se le había conocido ocupación alguna. Se decía que la Junta de Andalucía le había concedido en su día una pensión vitalicia y malvivía de ella. Pero debía tener vicios caros, porque para llegar a fin de mes en Marketinia se veía obligado a trapichear vendiendo objetos robados. Pescanova le había pillado in fraganti en un par de ocasiones y le había cambiado su silencio por información.
- Buenas noches, Curro -le llamó.
A Curro no pareció alegrarle demasiado encontrarse al policía, pero lo disimuló bien.
- ¿Qué te apetece tomar? Venga, te invito -le dijo Pescanova señalándole el taburete vacío que había a su lado.
- Yo que sé, quillo, pues un fino Laína.
El Capitán hizo un gesto al camarero para que le sirviera.
-¿Y que ehtá haziendo uté por aquí a ehstah horas, Capitán? -A pesar del tiempo que llevaba alejado de su tierra, el pájaro seguía conservando su acento sevillano intacto.
- No podía dormir. ¿Y tú, qué te cuentas? ¿Has oído últimamente algo que pudiera interesar a las autoridades?
- Huy, Capitán, no zabe uhsté lo callao que ehstá tor mundo. Y en cuanto a mí, con la edá estoy perdiendo un montón de oído...
- Vamos, Curro, no me hagas recordar lo de aquella vez que te pillé vendiendo Telesketches como si fueran Ipads.
- Pero que malage es usté, quillo, Capitán...
- Dime, ¿qué sabes sobre lo de Mimosín?
Curro palideció ligeramente al escuchar esa pregunta.
- Na, de eso no se escucha na de na. Se ve que ahí hay metío argún pez gordo, porque nadie suerta prenda.
- Refréscame la memoria, ¿cuántos cacharros falsos colocaste aquella vez? ¿20,... 30? La verdad es que en el fondo te admiro, ¿sabes? Me imagino la cara de idiota que se les pondría cuando llegaron a casa e intentaron conectarse a Internet con un juguete infantil de los 70.
- Se lo juro por la gloria de mi madre, quillo, no sé na de eso.
- Vale. Tendré que creerte. Bueno, pasemos a otro tema: el Conejito, ¿sabes si tiene algo entre manos?
- Argo he escuchao -suspiró Curro-. No se qué sobre un barco, pero no le sé desir de que se trata.
- ¿Un barco?
- Sí, un barco, pero le juro que no se nada más. Mire, capitán. Supongo que está preparando algún tipo de fiesta en un barco, ya sabe que a ese tío le encanta montar juergas, quillo.
- No me interesa lo que esté preparando ahora el Conejo. Lo que quiero saber es qué se traía entre manos hace dos semanas, cuando se cargaron a Mimosín.
- De eso estoy pez, se lo juro por la gloria de mi madre...
- No metas a tu madre en esto. Mira, Curro -le advirtió el Capitán- por hoy te voy a dejar tranquilo. Estoy hecho polvo y necesito dormir. Me tragaré eso de que no sabes nada de esto, pero estate atento. Y si oyes algo, quiero ser el primero en enterarme.
- Le llamaré en cuanto sepa algo, quillo. Se lo juro por...
- Sí, sí, por la gloria de tu madre. Bueno, que duermas bien, Curro. Ha sido un placer.
Pescanova salió del bar y volvió a coger el coche. Media hora más y estaría durmiendo. Qué ganas tenía.
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