Capítulo XXXIV: La gitana
La gitana no pensaba dejar escapar un cliente así como así. A esas horas no había demasiados. Le agarró del brazo con insistencia. Pero en el momento en que entró en contacto físico con él, su cara adquirió una expresión de terror y le volvió a soltar de inmediato.
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El Capitán Pescanova por fin ha encontrado a la Lechera, la mujer que puede aclararle lo de los restos de leche condensada en el cadáver de Mimosín. Ésta le cuenta cómo había sido contratada para una especie de bacanal para ricachones en una lujosa mansión y encontró allí al osito, tirado inconsciente en una especie de bodega. Le había dado leche condensada para intentar reanimarle, pero antes de que hubiera podido comprobar si el remedio funcionaba, había oído ruidos y se había tenido que ir. Dice no saber nada más, aunque finalmente, Pescanova la sonsaca el nombre del organizador de la orgía: el Conejito.
Eran cosa de las 4 de la madrugada cuando el capitán Pescanova salió del burdel. Estaba cansado. Realmente cansado. Toda la falta de sueño de aquella semana empezaba a hacer mella en su cuerpo. Y en cuanto a su cabeza, volver a ver a la Lechera había sido todo un shock. Por otro lado, las revelaciones que ésta le había hecho eran inquietantes. ¿Qué diantres pintaba el osito en aquella especie de bacanal multitudinaria para ricachones?
De pronto, una nueva voz femenina interrumpió sus cavilaciones.
- Payo, cómprame una botellita de aceite -en el aparcamiento de la casa, se había instalado una gitana con un pequeño tenderete en el que vendía botellas de aceite tamaño avión. El Capitán pensó que aquellos eran una hora y un lugar bastante extraños para eso, pero de esa gente te podías esperar cualquier cosa.
- Oye, ¿esas botellas no serán robadas? -le espetó Pescanova, a ver si así le dejaba en paz. Pero no hubo suerte.
- ¿Robadas? Me estás ofendiendo, mi arma. Estas botellas las he comprado en el Carreful y lo que gane con ellas es para mi Richal y mi Kevin.
- Bueno, me da igual. No necesito aceite.
- ¿Qué no? Pero si se huele a la legua que te gusta más la freidora que a mi Richal los collares de oro... Anda, llévate una botella, payo.
- Que no.
- Bueno, pues deja que te lea la buena ventura... a ver esa mano.
- Señora, quítese de en medio, por favor, estoy muy cansado.
La gitana no pensaba dejar escapar un cliente así como así. A esas horas no había demasiados. Le agarró del brazo con insistencia. Pero en el momento en que entró en contacto físico con él, su cara adquirió una expresión de terror y le volvió a soltar de inmediato.
- ¡Huy!
- ¿Qué pasa?
- He sentío algo... Tu estás en peligro, payo. Ten mucho cuidado, mi arma.
- ¿Pe... pero de qué vas? ¿Qué coño dices que has visto?
- Ay, que no puedo decírtelo, pero a ti te va a pasar algo malo.
- Vale, muy bien, tendré mucho cuidado, te lo prometo -suspiró el Capitán con resignación- Ahora, deja que me vaya.
- Bueno, pero dame argo, ¿no?
- Joder, eres incansable... toma -contestó sacando una moneda- ¿Contenta? Y ahora deja que me vaya.
A la mujer, aquello no debió parecerle suficiente, porque empezó a murmurar maldiciones. Pescanova no contestó. Se metió en el coche y puso la radio para no escuchar la sarta de improperios ininteligibles que le estaba echando. Sintonizó uno de esos programas de madrugada a los que llaman los seguratas a contar sus penas, esos que siempre tienen de fondo musical a Kenny G y en los que la presentadora en lugar de hablar como todo el mundo, se empeña en susurrar y poner tonito sensual. La verdad es que no era lo más adecuado para conducir en el estado de somnolencia en el que se encontraba, pero le faltaron fuerzas hasta para cambiar de emisora. Subió el volumen y pisó el acelerador. Necesitaba dormir.
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